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Debate Abierto
Tribuna
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En busca de rentabilidad

España asumirá el 1 de enero por cuarta vez la presidencia semestral de la Unión Europea. ¿Merece la pena? Todo parece indicar que la supuesta rentabilidad de ese mandato, tanto a nivel nacional como europeo, es cada vez menor. Y aunque el Gobierno que ostenta la presidencia disfruta (o sufre) de algunos meses en el punto de mira, los inconvenientes de ese "privilegio" no parece que siempre compensen. "El valor añadido de las presidencias rotatorias ha estado ligado a elementos cuya lógica y utilidad conviene cuestionar", señala el analista Carlos Buhigas Schubert. Aunque la rotación se suele justificar como tributo a "la diversidad de la UE" o como canal para acercar el club a los ciudadanos, Buhigas cree que la razón esencial "es menos grandilocuente". "Los estados quieren mantener su posibilidad de influir de forma directa en la agenda europea", señala este analista.

Pero ese aliciente está en vías de extinción. Las reuniones del Consejo Europeo (conocidas como cumbres de presidentes de Gobierno) ya no estarán dirigidas por la presidencia de turno sino por el ex primer ministro belga, Herman Van Rompuy. Y la rotación también ha desaparecido en dos de las principales formaciones del Consejo de Ministros de la UE: en el de Economía de la zona euro, en 2005; y en el de Exteriores a partir del próximo 1 de enero, cuando se haga cargo de la presidencia la nueva Alta Representante, Catherine Ashton.

La presidencia española durante el primer semestre de 2010 será la primera en trabajar con el nuevo marco. Y el Gobierno español, según explicó el pasado viernes en Bruselas el ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, "no entrará en ningún tipo de competencia con los nuevos representantes de la Unión". La convivencia entre el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, y Van Rompuy, parece resuelta con cierta presencia todavía del primero. Pero a medio plazo, el presidente estable del Consejo intentará afianzarse en detrimento inevitable del presidente semestral. Esa evolución se verá reforzada por la celebración de todas las cumbres internacionales en Bruselas, donde el presidente de turno no podrá invocar su condición, como será todavía el caso de Zapatero en las citas de la UE con EE UU o Brasil en Madrid.

En cuanto a las cumbres internas de la UE, las reuniones ya se hacen en la capital comunitaria desde 2004. Esa centralización priva a la presidencia de turno de un escaparate ante su opinión pública como el que disfrutó España durante su anterior mandato (2002), cuando se celebraron cumbres europeas en Barcelona y Sevilla. Mientras la visibilidad disminuye, la factura del semestre aumenta porque el número de delegaciones y de competencias no ha cesado de aumentar. Y la opinión pública cada vez soporta peor un gasto que puede superar los 100 millones de euros sin dejar ningún rédito tangible para el grueso de la población.

Tampoco el Gobierno de turno suele rentabilizar a nivel interno el éxito (real o ficticio) de su semestre al frente de la UE. En cambio, se expone durante seis meses a que una crisis internacional, ajena a sus intereses, deje un regusto de impotencia en el mejor de los casos, o de incapacidad, en el peor. España ya ha padecido ese riesgo (a raíz del conflicto provocado por la huelga de hambre en Lanzarote de la ciudadana marroquí, Aminetu Haidar, expulsada de su país) aún antes de recibir de Suecia el relevo comunitario. Para los Gobiernos de coalición o sin mayoría parlamentaria el semestre puede convertirse, además, en un chantaje permanente entre los aliados bajo la amenaza de una crisis que deje en evidencia al país ante el resto de socios comunitarios.

El mandato checo (primer semestre de este año), valorado como un desastre por muchos observadores, ha quedado como el paradigma de todos esos problemas de imagen y gestión. Un fiasco rematado por la caída del Gobierno de Mirek Topolanek en plena presidencia europea.

En el extremo contrario se suele mencionar el semestre de Nicolas Sarkozy. El presidente francés logró una masiva cobertura mediática gracias a su propia personalidad y al hecho de que su mandato coincidió con el colapso del sistema financiero mundial y con un conflicto bélico en el Viejo Continente (entre Georgia y Rusia). Pero en muchas capitales europeas, el trauma de Praga se contempla como una amenaza más probable que el glamour parisino. Con el agravante de que la compensación por el riesgo será menor porque la presidencia de turno contará a partir de ahora con menos protagonismo. La balanza se inclina, por tanto, hacia la desaparición definitiva de las presidencias semestrales. Pero en la agenda comunitaria, los procesos tardan en madurar y no siempre se impone la salida aparentemente más razonable.

Buhigas cree que primero habrá que "desenmarañar" el sistema creado por el nuevo Tratado, en el que conviven la presidencia estable (Van Rompuy) con la presidencia nacional de los consejos sectoriales (agricultura, telecomunicaciones, energía, etc.). "Si se consigue, será el momento para tomar una decisión sobre la utilidad de mantener la presidencia rotatoria", pronostica Buhigas. De momento, las rotaciones ya están asignadas hasta el primer semestre de 2020 (Finlandia). Y la coordinación de las presidencias en grupos de tres (sistema estrenado por Alemania, Eslovenia y Portugal, en 2007) puede dotar al sistema de una continuidad que le permita sobrevivir algunos años más. A favor del mantenimiento también juega la resistencia de algunos países, en particular, los pequeños, a perder una de las pocas oportunidades regladas para disfrutar de cierta influencia en la Unión.

La rotación también conviene a lobbistas y grupos de presión, según reconoce Pablo López, socio sénior de la consultora BluePrint en Bruselas. "El cambio de prioridades cada seis meses nos da mucho juego y es una palanca más para influir en el juego legislativo europeo", concluye López. Pero la creciente distancia entre un mandato y otro juega en contra de esa rayuela de prioridades. España ocupa por cuarta vez la presidencia tras 24 años en el club. En los próximos 24 años, si el sistema se mantiene, sólo volverá a ocuparla una vez más, lo cual dejará a la administración sin funcionarios o diplomáticos que "recuerden" el mandato anterior.

Así que todo indica que para España el próximo semestre será la última o la penúltima presidencia de la UE. Al menos, tal y como se ha conocido este show hasta ahora.

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Carlos Carnero

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