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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La visión del cataclismo reforzará la UE

La presidencia española de la Unión Europea enfiló ayer la recta final con la celebración de la que será, salvo imprevistos de última hora, la cumbre de cierre de este semestre. La cita de ayer en Bruselas resume perfectamente tanto el mandato español como las vicisitudes atravesadas durante los últimos meses por la UE y, en particular, por los socios de la zona euro, que se pueden leer en estos tres términos: apariencia de normalidad, angustia evidente y sospechas de cataclismo.

De estos tres rasgos, los líderes comunitarios intentaron enfatizar ayer el primero, el de la normalidad. Lo hicieron con una cumbre rápida, de un solo día de duración, con un orden del día conciso y preciso -aprobación de la Agenda UE 2020, que sustituye a la de Lisboa- y con unas conclusiones pactadas de antemano. Hacia mediodía de ayer esa parte de la convocatoria estaba ya resuelta, como intentando dar una clara señal de eficacia atribuible, en parte, al nuevo presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy.

Pero tras la parte oficial de la cumbre llegó un almuerzo de trabajo que el propio Van Rompuy preveía largo en su carta de invitación a los 27 líderes europeos. El menú revelaba las causas de la angustia que acechan al club comunitario y que, para desgracia del Gobierno español, han dominando el calendario de su semestre de presidencia europea, en el que había puesto tantas ilusiones.

El Viejo Continente y su divisa franca parecen haber perdido la confianza de los inversores, en parte como consecuencia de males estructurales -envejecimiento de la población, pérdida de competitividad, caída del potencial de crecimiento- pero en parte también por una coyuntura presupuestaria que ha generado una carrera alcista en el precio de la deuda soberana a causa de unos números rojos sin precedentes en la mayor parte de los países desarrollados.

La UE respondió ayer a esas dudas con una promesa, a corto plazo, de consolidación fiscal acelerada, y un compromiso, a medio y largo plazo, de modernización de las economías nacionales. Ni una ni otra son recetas nuevas. Sin embargo, ahora hay un hecho diferencial: parece que la visión cercana del cataclismo puede conjurar voluntades para culminar reformas sempiternamente anunciadas. Dicho de otra forma, la Unión puede aprovechar las oportunidades que según la teoría más clásica lleva aparejadas toda crisis.

Desde ese punto de vista, como tantas veces en la historia de la Unión, quizá la actual crisis acabe resultando positiva. Gracias a la proximidad del abismo, los líderes europeos acordaron ayer profundizar su integración económica por vías que hasta hace poco estaban cegadas y se consideraban tabú. En ese nuevo territorio figuran desde el pacto para compartir con el resto de socios comunitarios los planes presupuestarios de cada país antes de llevarlos al respectivo Parlamento, hasta la centralización del futuro control de las agencias de calificación de valores. Incluso vuelve a aparecer sobre la mesa, y en esta ocasión con más probabilidades de éxito que anteriormente, la emisión de bonos europeos para financiar a los países de la Unión Monetaria.

El semestre que termina, por tanto, presenta en retrospectiva un perfil tan dramático como esperanzador. A España, por azar del calendario, le ha correspondido el timón en uno de los momentos más delicados de la historia del club. Ciertamente, la presidencia española no ha logrado ni de lejos todos sus objetivos. Además, sale del semestre con una economía en serias dificultades y en el punto de mira de los mercados, pero con el apoyo explícito de los líderes que se conjuraron ayer para insistir en que no requiere para nada ese plan de rescate y salvación en el que algunos están empeñados.

La presidencia española se ha mostrado en ocasiones desorientada. Pero hay que reconocer que ha superado su principal prueba de fuego, la convivencia institucional en el marco de un nuevo Tratado. José Luis Rodríguez Zapatero ha sentado las bases para que la figura del presidente permanente del Consejo Europeo comience a afianzarse como catalizador del trabajo de los líderes comunitarios. Zapatero ha recibido duras críticas por su escasa presencia fotográfica en momentos tan simbólicos como el primer, y fallido, rescate de Grecia. La historia dirá si era un gran despiste o generosidad institucional en pro del funcionamiento europeo.

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