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Tribuna
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Una valoración previa de Basilea III

El acuerdo alcanzado en el seno del Comité de Supervisión Bancaria de Basilea da respuesta al encargo realizado por el G-20 en los primeros momentos de la crisis financiera y su ratificación en la cumbre del próximo noviembre en Seúl puede suponer un importante éxito para esta institución multilateral.

La crisis financiera iniciada con la caída de Lehman Brothers puso de manifiesto dos carencias del sistema financiero internacional: una inadecuada capitalización de las entidades bancarias tanto en su nivel como en la calidad de la composición de sus fondos propios y la ausencia de mecanismos de contingencia ante la sequía de liquidez que vivieron los mercados financieros, especialmente los monetarios. Centrándonos en la primera de estas debilidades, los nuevos estándares de capital incluidos en Basilea III van en la dirección correcta. La ratio de core capital (capital más reservas sobre activos ponderados por riesgo) se eleva desde el 2 hasta el 4,5% y se impone una provisión adicional del 2,5%, que los bancos deberán cumplir si desean fijar sin restricciones sus políticas de dividendos y remuneración. Así pues, el core capital vendría a suponer un 7,0% de los activos ponderados por riesgo. Este incremento de common equity tiene reflejo en la Tier 1 que se eleva desde el 4% actual hasta el 8,5% (teniendo en cuenta la nueva provisión). Sin embargo, el incremento neto de esta tasa es inferior a la del core capital, debido al menor peso de los recursos propios de segunda categoría, como la financiación subordinada. Adicionalmente, las autoridades nacionales podrán fijar una provisión contracíclica, al estilo de la impuesta en nuestro país por el Banco de España, que podría llegar a suponer un 2,5% adicional. Por último, el acuerdo contempla también la introducción de una ratio de apalancamiento contable así como una nueva ratio de liquidez cuyos niveles están aún por determinar. Por todo ello, entidades bancarias más capitalizadas podrán afrontar con mayores garantías futuros escenarios de crisis y las operaciones de salvamento por parte de los Estados requerirán un importe de recursos públicos de menor cuantía, mitigando aun levemente el riesgo moral.

A pesar de lo acertado de estas medidas, existen dudas sobre el periodo de implementación, ya que sólo estarán plenamente operativas en 2019, así como ciertas ambigüedades en algunos asuntos como la ratio de liquidez, cuya definición y objetivo quedan pendientes para 2015. Sin duda, existen motivos para acelerar la puesta en marcha de las nuevas ratios y clarificar la ratio de liquidez; sin embargo, parece razonable contar con un periodo de adaptación a la vista del cambio estructural que esta crisis va a suponer en el negocio financiero. La principal crítica a este acuerdo, en nuestra opinión, es la laxa recomendación sobre la provisión contracíclica debido al fuerte carácter procíclico del cálculo actual de los activos ponderados por riesgo. Además, sería recomendable analizar la incorporación de otros instrumentos de regulación financiera como son los límites cuantitativos en determinadas operaciones. Finalmente, habría que revisar el papel de las políticas monetarias excesivamente laxas practicadas en el último decenio que están en la base de la burbuja financiera. El entorno de márgenes de intermediación estrechos y abundante liquidez creado por dichas políticas suele provocar un incremento del volumen de operaciones, lo que suele conllevar una relajación de la política de concesión de crédito.

En consecuencia, Basilea III puede ayuda a reducir los efectos negativos de crisis financieras, incrementando el nivel efectivo de capital y provisiones de las entidades bancarias. Sin embargo, el nuevo acuerdo falla en la reducción de la prociclicidad de Basilea II, renuncia a medidas más coercitivas en la regulación de algunos mercados y deja en el aire una reflexión sobre los objetivos y los instrumentos de la política monetaria que lleva ya largo tiempo sobre la mesa. En todo caso, todo apunta a que en el futuro tendremos un sector financiero más reducido, de modo que deberán ser otros quienes empujen del crecimiento mundial. En este sentido, queda pendiente la promesa del G-20 para concluir la Ronda de Doha cuya urgencia es ya máxima.

Jonás Fernández / Carlos del Olmo. Director del Servicio de Estudios / analista financiero de Solchaga Recio & asociados

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