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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Una solución inmediata para el FMI

La renuncia desde la cárcel a la dirección del FMI del francés Dominique Strauss-Kahn, que ayer fue puesto en libertad bajo fianza tras ser acusado formalmente por un gran jurado de los cargos de agresión sexual presentados por la Fiscalía de Nueva York, obliga a la primera institución económica mundial a buscar una solución urgente, pero lo suficientemente consistente como para hacer frente a la crisis de deuda en el mundo. Como en el último relevo de la institución, también inesperado (los tres últimos directores del Fondo han abandonado prematuramente el cargo), se ha reabierto la guerra entre los países maduros y los emergentes por el reparto de poder en las instituciones globales. Una vez más, las nuevas economías del planeta han planteado la necesidad de disponer de más cuota de poder en las cúpulas que toman las decisiones globales, y una vez más se han encontrado con la negativa de las economías clásicas.

Europa y EE UU defienden sus cuotas de poder con el simple argumento de que son los mayores accionistas del FMI y el Banco Mundial, y que el protocolo no escrito de que la primera institución debe dirigirla un europeo y la segunda un norteamericano, debe seguir cumpliéndose al pide de la letra. Para acelerar el proceso, tras la dimisión de Strauss-Kahn desde su celda en una prisión federal de EE UU, los políticos europeos se han apresurado a buscar una alternativa unitaria que cuente con el aval de Estados Unidos y que no hiera susceptibilidades en los países emergentes que han elevado recientemente sus participaciones en el capital del FMI, que a fin de cuentas es el que se utiliza en el auxilio de las economías con problemas.

La ministra francesa de Finanzas, Christine Lagarde, cuenta con el consenso europeo, aunque a última hora se manejaban también los nombres de Axel Weber, expresidente del Bundesbank, y de Gordon Brown, ex primer ministro británico, con sólida base financiera ambos, y sin reparos políticos en los círculos internacionales. Sea quien sea, no es momento de debates sobre mecanismos alternativos para cambiar una institución que afronta asuntos de extrema gravedad, tanto por cuestiones cuantitativas como cualitativas.

La crisis de la deuda soberana no ha puesto en riesgo a pequeñas economías con oleaje limitado, sino a países europeos de cierto tamaño, como Grecia, Irlanda o Portugal, que pueden desencadenar una crisis de proporciones desconocidas. El FMI, además, había mostrado un activismo desconocido en los últimos meses en esta materia, seguramente el único legado financiero reconocible de Strauss-Kahn, y no puede echarse por la borda. Su participación en los rescates, tanto en la financiación como en la búsqueda de políticas correctoras en los países afectados, es básica para dar una salida con garantías a las economías atrapadas por desequilibrios fiscales de difícil financiación.

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