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Columna
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Síntomas de abstinencia

El FMI puede estar acusando la fatiga griega. Es comprensible. La organización financió alrededor de un tercio del primer paquete al país heleno, e hizo lo mismo con los rescates de Irlanda y Portugal. Pero el supuesto de seguir cavando en sus arcas para ayudar en el segundo rescate griego está siendo cuestionado por algunos países accionistas.

Los países emergentes como India o Brasil lideran las muestras de inquietud. Sus preocupaciones deberían atenderse. El FMI no debería financiar rutinariamente a los miembros de la zona euro en dificultades. Además, la zona euro se beneficiará si se inicia el hábito de confiar en la experiencia y el dinero del Fondo.

Christine Lagarde, la nueva directora gerente del FMI, afirmó vagamente tras la cumbre de la Eurozona el pasado 21 de julio que la institución "continuaría desempeñando su papel" en las labores del rescate griego. Pero esto no significa que el Fondo tenga que desviar un tercio de los 109.000 millones de euros del nuevo dinero que los líderes europeos han comprometido con Grecia. No tiene obligación formal de hacerlo, después de haber dicho que decidiría sobre su participación sobre una base de caso por caso.

Realmente hay serias preocupaciones sobre el grado de participación del Fondo con el país. Con el primer rescate, los préstamos del FMI se elevaron a 32 veces la participación financiera griega, o la cuota, en la institución. Es el paquete más grande de ayuda del Fondo que ha concedido a cualquier país.

Es el momento de que el FMI diga basta. En todo caso, seguirá ayudando a supervisar la aplicación del ajuste fiscal griego y el plan de reforma como requiere el primer rescate. Pero como sostienen los representantes de los BRIC, no hay razones para mantener una lluvia de dinero sobre Atenas.

La participación del FMI en la crisis de la deuda del euro fue debatida acaloradamente en 2010 y solo se produjo por la insistencia alemana. En principio, fue una mala idea, que ilustraba la impotencia de la zona euro, a pesar de que podría haber sido inevitable. Pero ahora es tiempo para que la zona euro se enfrente por sí misma con sus propios problemas.

Por Pierre Briançon

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