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Tribuna
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¿A quién se parece Grecia?

Rodolfo Campos / Gonzalo Gómez Bengoechea

Quizá se parezca a Irlanda, a Italia, a Portugal, o incluso a España. Pero hoy nos interesa otra comparación. Hemos realizado un análisis detallado de la economía griega, comparándola con la de un conjunto de países europeos que han suscrito, con el Fondo Monetario Internacional, acuerdos de derecho de giro (stand-by agreements). Estos acuerdos están diseñados para ayudar a aquellos países en dificultades que sufren fuertes desequilibrios de cuenta corriente.

Durante la actual crisis siete economías europeas han recibido la ayuda del FMI. De entre estas economías, hemos seleccionado aquellas que comparten con Grecia, además de un problema de déficit exterior, un problema de déficit público. De acuerdo a estos criterios, nuestro benchmark lo forman tres países: Hungría, que suscribió su acuerdo en 2008, y Rumanía y Bosnia, que hicieron lo propio en 2009. Consideramos para las comparaciones que siguen los indicadores económicos correspondientes a la fecha en que cada país firmó su acuerdo.

El déficit público griego es el más alto de todos los países europeos: 12,7% de su PIB en 2009. Para 2011 habrá aumentado una décima más, según la Comisión Europea. Si comparamos este dato con la media de los tres países del grupo de referencia, que es del 4,2%, vemos cómo el déficit de Grecia lo supera en ocho puntos y medio.

La balanza por cuenta corriente griega ha sido, históricamente, deficitaria. Durante años ha arrastrado este desequilibrio, que alcanzó su punto máximo en 2007, cuando superó el 14% del PIB. La llegada de la crisis, y la contracción consiguiente de la demanda interna, redujeron con fuerza sus importaciones, estrechando el déficit exterior hasta el 9% a cierre de 2009. Más de un punto por encima de la media de nuestro benchmark.

Pero hay más. El nivel de deuda pública emitida por el Gobierno griego ahonda la diferencia entre Grecia y el grupo de referencia. En 2009 la deuda pública griega alcanzará el 112,6% de su PIB. Muy superior a la media de Rumanía, Hungría y Bosnia, que es tan sólo del 43% del PIB. Si, además, observamos las predicciones para los próximos años y nos detenemos en la velocidad con la que el diferencial con el bono alemán se ha incrementado, nos encontramos con una deuda griega endeble y con altos tipos de interés, lo que podría agravar el problema de su déficit fiscal.

La promesa de ayuda que la Unión Europea ha realizado a Grecia difiere, en el fondo y en la forma, de los acuerdos que el FMI ha suscrito con Rumanía, Hungría y Bosnia. En los acuerdos de derecho de giro se cumplen tres pasos indefectiblemente. En primer lugar, el país en problemas redacta una carta de intención detallando su situación y las políticas, tanto coyunturales como estructurales, que pretende ejecutar para revertirla. El segundo paso consiste en una visita que los técnicos del Fondo hacen al país en cuestión para realizar una auditoría exhaustiva de las cuentas nacionales y analizar la factibilidad y probabilidad de éxito de las medidas propuestas. Finalmente, en el tercer paso, el consejo del FMI decide la aprobación, o no, del acuerdo.

El procedimiento que la Unión Europea ha utilizado para el caso de Grecia ha sido completamente distinto. En primer lugar, ha realizado una promesa de ayuda de la que todavía no se conocen detalles. Al mismo tiempo, ha anunciado una auditoría sobre las cuentas griegas que comenzará en marzo, cuando el plan de rescate ya esté aprobado. Finalmente, ha impuesto a las autoridades griegas recortes en su gasto público y nuevas subidas de impuestos.

Podemos extraer dos conclusiones de este análisis. En primer lugar, Grecia se encuentra peor que otros países ayudados por el Fondo. En segundo lugar, la Unión Europea tiene una relativa inexperiencia gestionando este tipo de crisis. Además, existe el riesgo de que se vea tentada a suavizar las condiciones impuestas a Grecia para corregir sus desequilibrios. El estar implicados, de un modo u otro, en el problema griego podría llevar a las autoridades comunitarias a ser más permisivas, en este sentido, para no perjudicar a los países vecinos o al euro. Y sin la suficiente disciplina exterior, Grecia corre el riesgo de que su ajuste se parezca demasiado a la filosofía de Homer J. Simpson. Aquella que dice que "si algo es difícil de hacer, entonces es que no vale la pena".

Rodolfo Campos / Gonzalo Gómez Bengoechea, profesores de economía del IESE

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