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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Una propuesta en favor de un sector clave

La ofensiva que el Partido Popular está llevando a cabo actualmente en Bruselas con el objetivo de lograr un tipo de IVA superreducido para el sector del turismo es, sin duda, una buena noticia para una industria que en estos momentos destaca, positivamente y por contraste, con el oscuro panorama que ofrece el conjunto de la economía española. La actividad generada por hoteles, bares, restaurantes y transporte está gravada actualmente con el tipo reducido del impuesto, que en España es del 8%, mientras que la intención de los populares -en caso de llegar al Gobierno- es rebajarla a un gravamen de en torno al 6% o el 5%, en línea con países como Grecia o Francia. En teoría, ello no debería suponer un problema frente a las autoridades comunitarias, ya que esta actividad está incluida dentro del conjunto de bienes y servicios que pueden tributar en cada país tanto al tipo reducido como al superreducido. Pero como suele suceder cuando se lleva la teoría a la práctica, la iniciativa cuenta con más dificultades de las que parece haber a primera vista. La primera de ellas, el hecho de que el tipo superreducido del IVA en España no es ni del 6% ni del 5%, sino del 4%.

No es necesario hacer excesivos cálculos para advertir que aplicar un gravamen del 4% al turismo supondría propinar un severo golpe a las exiguas arcas públicas españolas y, por ende, al proceso de consolidación fiscal que España está llevando a cabo en estos momentos. Conscientes de ello, los dirigentes del PP han optado por impulsar un lobby con otros países para conseguir la aprobación de un tipo único y específico para el sector turismo en toda la UE -de un 6% o 5%- que se añada a los ya existentes y no suponga un hachazo tan desmesurado en términos de recaudación. Un primer paso hacia ese objetivo se produjo la semana pasada en Estrasburgo, cuando el Parlamento Europeo aprobó una resolución en apoyo de la medida.

Con su iniciativa, el Partido Popular busca favorecer uno de los escasos motores con que cuenta en estos momentos la economía española. Las excelentes cifras con las que el sector turístico ha cerrado la temporada estival no admiten réplica. La ocupación hotelera en agosto ha rozado un 90%, alimentada por la explosión del turismo de cruceros en Cataluña y el éxito de la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid. Las estimaciones del sector apuntan a que entre enero y agosto la cifra de viajeros creció un 7%, una tendencia que podría permitir cerrar el año con 56 millones de visitantes, esto es, cerca del máximo histórico alcanzado en 2008. El invierno turístico que las revueltas del norte de África han llevado a la región permite augurar -al menos, temporalmente- el mantenimiento de ese buen comportamiento en el sector. Alimentar esa tendencia supone una buena opción estratégica, más aún en un momento en el que España está sumida en una severa parálisis económica que no parece tener un pronto final. Pero no hay duda de que ello tendrá también un impacto directo en las arcas públicas, lo que hace necesario calibrar con mucha prudencia e igual responsabilidad el balance de riesgos y beneficios que trae consigo la medida.

En caso de que la propuesta salga adelante en Bruselas y el Ejecutivo que surja finalmente de las urnas el próximo 20-N decida hacer uso de ella, sería más que conveniente exigir al sector, como justa contraprestación, la puesta en marcha de la profunda reforma que tiene pendiente. Un proceso que debe incluir como hoja de ruta mínima la mejora en la calidad de los servicios, la modernización de las instalaciones y el control de los precios. Con una aportación al conjunto de la economía superior al 10% del PIB, las buenas perspectivas de la industria del turismo son determinantes para sentar las bases de la recuperación de la economía española. Y, por tanto, del empleo, que el sector proporciona a más de uno de cada diez trabajadores en España. Por esa misma razón, es imprescindible aprovechar la favorable coyuntura para la actividad en España que la inestabilidad en los países del norte de África ha generado en sus mercados, y no dormirse en los laureles. Porque, como el calendario se encarga de recordarnos puntualmente cada año, las primaveras no son eternas.

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