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Columna
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El plan Obama y la cumbre del G-20

José Carlos Díez

Este fin de semana se reúne en Toronto el G-20 que en un mundo globalizado es el centro neurálgico de coordinación de políticas, pero todo anticipa que será un diálogo de sordos. Los ilusos de los países emergentes vuelven a confiar en el desacople sin reconocer que dos tercios del consumo mundial se realiza en EE UU, eurozona, Japón y Reino Unido y que si el consumo no tira su ciclo de inversión tiene los días contados. Tras dos décadas pérdidas nadie confía en Japón y su nuevo presidente, el enésimo, volverá a recibir el ánimo de sus socios.

Los hábiles chinos se han quitado la presión de encima anunciando la apreciación del yuan que los inversores estiman que será un 3% en el próximo año. Algunos piensan que con un ibuprofeno se puede resolver el complejo problema de los desequilibrios globales. Obama llega con una economía creciendo, aunque aún con desequilibrios financieros alarmantes, pero con mínima popularidad por el vertido del Golfo de México y con uno de sus generales cuestionando su capacidad para ser el comandante en jefe del ejército. EE UU, por lo tanto, aprovechará la cumbre para aparecer en clave doméstica como el gran líder mundial.

Tras este repaso al panorama sólo falta encajar la pieza del puzle europeo. La eurozona es una economía con equilibrio en su balanza exterior, mínima deuda externa y con un gran mercado, por lo que tiene todos los mimbres para plantear una estrategia doméstica sin dependencia de sus socios. Lamentablemente, vamos a la reunión con el eje franco-alemán dividido, con Alemania inmersa en una grave crisis de Gobierno, con un banco central que está pasando por esta crisis como las maletas por los aeropuertos, con los mercados monetarios colapsados y con los indicadores de mercado bancarios, CDS e Itraxx, en niveles de máxima tensión, lo cual anticipa que el enfermo está de nuevo al borde del infarto.

En 2008, los europeos pensábamos que esto era una crisis americana y que no nos veríamos afectados y ahora los americanos piensan que es una crisis europea y que ellos se salvarán y los alemanes que es una crisis periférica que no va con ellos. Por suerte Obama tiene un excelente equipo de asesores económicos, han mandado una misión a Europa y ya han hecho saltar todas las alarmas antes de la cumbre para señalizar a los europeos como los peores alumnos de la clase.

Angela Merkel llegó a la presidencia aprobando por la mínima, su coalición con los socialdemócratas acabó como el rosario de la aurora y todo apunta que va a fracasar con los liberales. En contra de lo que haría un estadista, ha decidido huir hacia adelante y para salvarse ella está empeñada en quebrar a su sistema bancario, lo cual sería el camino más rápido para la depresión económica y la deflación. En diciembre tuvo una oportunidad para plantar a Grecia y permitir que fuera el FMI el que se encargara de la gestión de la crisis. No lo hizo, quiso aparecer ante sus ciudadanos como la nueva Thatcher pero fracasó y tuvo que rectificar con nocturnidad y alevosía. Inconscientemente abrió la caja de Pandora sobre la sostenibilidad del euro, escenario que generaría tales minusvalías que ha asustado a los inversores que huyen de Europa como de la peste. Lo que no les contó Merkel a sus conciudadanos es que la deuda es de los países periféricos, pero el problema es de ellos porque fueron los que compraron los bonos. Cada vez que aumenta el diferencial de los bonos periféricos, los alemanes son menos ricos de lo que creían, sus fondos de pensiones privados pierden valor, y sus bancos ven esfumarse el escaso capital que tenían.

Urge mandar un mensaje de confianza a los inversores sobre el futuro del euro y ceder soberanía fiscal a Europa para poder emitir bonos europeos. El BCE debe cumplir su promesa de "comprar todos los bonos necesarios para estabilizar los mercados". Debe atacarse la incertidumbre sobre la solvencia del sistema bancario con las pruebas de resistencia y aprovechar una segunda oleada de recapitalización para tranquilizar a los bonistas y, lo que es más importante, para que la banca europea disponga de un capital económico suficiente para reactivar la oferta de crédito minorista. Y Alemania y Francia deben mantener su estímulo fiscal hasta 2011.

Europa siempre acaba resolviendo sus problemas pero siempre va por detrás de los mismos, por lo que la única esperanza en esta cumbre es Barack Obama. Cuando la tensión llega a los mercados monetarios hay que actuar con contundencia y diligencia y no hay tiempo que perder si queremos evitar la temida W global. La opción europea son Angela Merkel y Axel Weber del Bundesbank y si estos dos son los que van a resolver los problemas, como diría Groucho Marx, "que se pare esto que yo me bajo".

José Carlos Díez. Economista jefe de Intermoney

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