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Columna
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Los 10 pecados capitales del jefe

Si usted lee este periódico, existe una alta probabilidad de que tenga personas a su cargo. Es usted un jefe. Y, a buen seguro, también tendrá jefes a los que reportar. Toda organización precisa de una compleja cadena jerárquica para funcionar y la calidad de los jefes determinará su eficacia y viabilidad. Y toda esta obviedad viene a cuento por un manuscrito que acabo de leer. El autor es Leo Farache, y su título el mismo que encabeza este artículo. La más importante tarea del editor es discernir de entre los cientos de textos que llegan a la editorial cuáles merecen la pena ser editados y cuáles no. Para mi alegría, este manual práctico para jefes es de los que deben estar pronto en los anaqueles de las librerías. Divertido, práctico, te hace pensar en los comportamientos de los sucesivos jefes que hemos tenido, al tiempo que te cuestiona tu propia calidad como responsable de personas.

Pero vamos a lo que a usted le interesa. ¿Cuáles son estos 10 pecados capitales de los que todo jefe debe alejarse? El primero de todos, que el jefe no ejerza como tal. Es decir que no mande, o que, por el contrario, mande demasiado. Por el conocido principio de Peter de que todos ascendemos hasta alcanzar nuestro máximo nivel de incompetencia, muchos de los que fueron eficaces compañeros degeneran al alcanzar puestos de mayor responsabilidad para convertirse en malos jefes. Para mandar, hay que saber delegar. La esencia del mando radica en la delegación de funciones y tareas a un tercero, al que debe proporcionarle las herramientas adecuadas y al que controla y evalúa. Cuando un jefe no manda, la indecisión comienza a rodar hacia abajo para convertirse en una gran bola de nieve con mezcla de incertidumbre, tedio y desmotivación.

El segundo pecado capital lo cometen los jefes que mandan, pero no lideran. Toman decisiones, pero son incapaces de convertirlas en algo que los demás compartan. Existen jefes muy pecadores que parecen empeñados en distanciarse de sus subordinados, lo que hace imposible su liderazgo. Una de las características del líder es su capacidad para crear un equipo. Consigue que el conjunto esté por encima de la suma de las individualidades.

El tercero: El jefe es muy prepotente, lo que suele coincidir con que no es muy educado, no es muy humano, o no es muy honrado, que de todo hay en la viña del señor.

El cuarto pecado capital lo cometen aquellos jefes que oyen, pero no escuchan. Escuchar lo que no se quiere oír es incómodo, difícil, pero necesario. El buen jefe que sabe escuchar obtiene valiosa información que le hace cuestionarse decisiones y formas de funcionamiento: tendrá más probabilidades de acierto. No escuchar mata. La empresa que no escucha a sus trabajadores, proveedores y clientes, muere.

Quinto pecado: el jefe pierde su propio control. Grave. Ya escribió Albert Einstein que dar ejemplo no es la principal manera de influir en los demás: es la única manera. Aquellos jefes que anteponen los resultados concretos a hacer las cosas bien, cometen el sexto de los pecados capitales. Transmitir que uno quiere hacer las cosas bien, tiene mucho más fundamento que definir el objetivo en una cifra nominal e imponérselo a los demás. En la carrera por la calidad no existe línea de meta, nos recuerda Kearns.

Séptimo pecado capital: el jefe no despide a los empleados o directivos perjudiciales. De obvio, no precisa de adorno ni explicación.

El jefe que no piensa antes que nada en los clientes es culpable del octavo pecado capital. Aunque todas las empresas dicen orientarse al cliente, el jefe es, en muchas ocasiones, el principal entorpecedor de este noble propósito.

Noveno pecado capital: el jefe tiene miedo, o el jefe divide… y pierde. El miedo paraliza a las personas y organizaciones. Y, lo que es aún más grave, el miedo a los posibles competidores internos obsesionan a los malos jefes, más pendientes de sobrevivir que de la eficacia de su gestión.

El décimo de los pecados: el jefe es injusto. Justicia es el deber de dar a cada cual lo suyo, tarea nada fácil en el seno de una empresa.

Todos los jefes pecamos. El libro de Leo Farache nos ayudará en nuestro acto de contrición y penitencia. Gracias por facilitarnos la salvación.

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