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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Una ofensiva para restaurar la confianza

La batalla de España para conseguir aflojar la presión de los mercados financieros comienza a parecerse peligrosamente al mito de Sísifo. Como si se tratase de una enorme y pesada roca que resbala en cada intento de ser llevada a la cima, el Gobierno ha hecho uso en un corto plazo de tiempo de una intensa batería de reformas económicas con la esperanza de acallar una desconfianza que se traduce en placajes continuos e inmisericordes. Pero la roca es pesada y la pendiente se resiste. Por si hubiese pocos obstáculos ya en el horizonte, las previsiones de primavera publicadas el viernes por la Comisión Europea -que auspician un claro incumplimiento de los objetivos españoles de déficit en 2012 y 2013- han vuelto a alimentar las dudas sobre nuestro país y su futuro.

A estas alturas, resulta indudable que gran parte de esa desconfianza hunde sus raíces en la imagen externa de una España que reconoció tarde y mal su precaria situación económica y que, cuando lo hizo, no actuó con la contundencia necesaria para hacer frente al problema. Así sucedió con la reforma laboral, supeditada en la anterior legislatura y durante un tiempo precioso a los avances de una mesa de negociación entre agentes sociales que nunca llegó a puerto y que se abordó finalmente con un severo retraso. Y así ha sucedido con la reorganización del sistema financiero y el saneamiento de los balances bancarios, que no se ha completado con la suficiente contundencia y celeridad, lo que ha obligado a poner en marcha una serie de reformas cada vez más estrictas hasta llegar a la última, aprobada el viernes por el Gobierno y que debería dar por cerrado el proceso. Tanto una como otra constituyen ejemplos de dos tareas urgentes que se han acometido únicamente cuando la presión acuciaba y el reloj se hallaba en tiempo de descuento.

Pero ese reloj, cuya cuerda depende de Bruselas y de los mercados, sigue adelante. Y pese a la evidente dificultad que encierra la coyuntura económica en que nos encontramos, hay que intentar que se retrase lo menos posible. El elevado coste que España soporta para financiarse en los mercados supone una carga insoportable de la que debemos aligerarnos cuanto antes. Dos son las principales herramientas -por no decir las únicas- de las que España dispone para llevar a cabo esa tarea. La primera depende mayoritariamente del Gobierno y consiste en continuar con un calendario de reformas que permita cumplir -o en el peor de los casos, incumplir lo menos posible- el objetivo de ajuste fiscal comprometido con Bruselas. Pese a las previsiones de la Comisión Europea sobre la economía española, el Gobierno no debe ceder a la tentación de relajarse en la carrera hacia la consolidación presupuestaria, como tampoco puede darla por perdida antes de terminarla. Una vez puesta sobre la mesa la última vuelta de tuerca de la reforma financiera, que deberá todavía echar andar, y puesta en marcha la laboral, cuyos efectos tardarán tiempo en hacerse notar, el gran reto que espera al Ejecutivo de Mariano Rajoy es conseguir meter en cintura a unas comunidades autónomas cuyos desequilibrios financieros se han convertido en uno de los principales enemigos de la imagen exterior de España.

De la segunda herramienta también es responsable el Gobierno, pero no solo este, sino también la oposición política, los agentes sociales y el conjunto de la sociedad española. Todos ellos tienen un papel que desempeñar en la tarea de recuperar una imagen de España que desde el inicio de la crisis ha ido deteriorándose de un modo dramático. Ello conlleva un esfuerzo de contención en las formas y de serenidad en los tonos que no implica renunciar a hacer lo que cada uno crea que debe en conciencia hacer, pero sí ser conscientes de que todas las miradas están puestas sobre España y sobre su capacidad para salir de esta encrucijada. El cruce indiscriminado de acusaciones y críticas entre Gobierno y oposición, los gestos políticos que pueden mermar el prestigio de las instituciones -es el caso del Banco de España y de su papel en esta última reforma financiera-, las movilizaciones permanentes que construyan la foto de un país fragmentado y enfrentado constituyen, ahora mismo, afiladas chinas en el zapato no del Gobierno, sino de todos los españoles. De todos es también, y sin excepción, la tarea de librarnos de ellas.

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