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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La ofensiva europea debe ir mucho más allá

La batalla contra la crisis de deuda soberana que sacude Europa comienza a parecerse a una carrera de obstáculos sin aparente final. Cada uno de los intentos que se han realizado hasta el momento para aliviar la presión de los mercados sobre los países más vulnerables de la eurozona ha provocado un breve momento de tregua, inmediatamente seguido de un recrudecimiento de los ataques. En medio de esa tormenta, España ha sido colocada como el espolón de proa de un barco heterogéneo e indisciplinado que hace agua por varios frentes y en el que no se adivina una única dirección. Ninguna medida parece capaz de frenar una presión que ha rebasado ya todos los límites. Ni la línea de crédito para recapitalizar la banca española con problemas ni los esperanzadores resultados de las elecciones griegas de este fin de semana han logrado sacar a España -y con ella al resto de Europa- de esta trinchera. Así las cosas, los mercados volvieron a vivir ayer una nueva jornada negra: el Ibex cayó otro 2,96% y la prima de riesgo española repuntó a 574 puntos básicos al alcanzar el bono a 10 años el 7,15%.

Más allá de la influencia -cierta e indiscutible- de las variables especulativas que actúan en los mercados financieros, esta reacción hacia los intentos del Viejo Continente de recuperar la confianza demuestra que esas medidas han sido interpretadas como el intento de frenar una enorme vía de agua con apenas un par de tiritas. A estas alturas, con una Europa dividida en dos bloques y convertida en el foco de atención -no ejemplarizante- del resto del mundo, parece obvio que solo queda una cosa por hacer: apuntalar los cimientos de un edificio comunitario que se está resquebrajando por momentos a una velocidad vertiginosa. Lo que exigen los mercados y lo que exige el momento histórico y económico que vive la Europa del euro es un avance cierto, expeditivo y firme hacia una verdadera unidad política, fiscal y bancaria. Esa es la gran demanda y el principal reto al que nos enfrentamos. Y la respuesta europea, hasta el momento, no ha estado a la altura.

Mientras tanto, la reunión del G-20 que se celebra desde ayer en la localidad mexicana de Los Cabos ha escenificado algunos gestos esperanzadores, así como una ofensiva institucional soprendentemente enérgica por parte de Europa frente a sus socios. El presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso, pedía ayer a los países asistentes un firme apoyo a las medidas que planteará la UE para salir de la crisis. Barroso aludió a la unión bancaria, de la que -aseguró- habrá una propuesta formal en el último trimestre del año. Pero, además, y frente a las acusaciones de que el Viejo Continente se ha convertido en un elemento desestabilizador de los mercados financieros, el presidente de la Comisión Europea advertía de que Europa no va a admitir "lecciones de nadie". Las palabras de Barroso fueron refrendadas por Herman Van Rompuy, presidente del Consejo, quien recordó oportunamente que la crisis desatada en 2008 en Estados Unidos provocó recesiones en varios países bastante más duras que la que está viviendo la eurozona en estos momentos.

La ofensiva europea en Los Cabos, precedida de una teleconferencia llevada a cabo el pasado viernes entre Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y España, parece apuntar a una estrategia común de defensa del euro frente al resto de los países representados en el G-20. Se trata, sin duda, de un gesto alentador y de la constatación de que, pese a las diferencias entre sus miembros, Europa sabe que de su unidad depende su fortaleza. Sin embargo, los gestos ya no son suficientes. Como tampoco es suficiente plantear una propuesta de unidad bancaria que no podrá abordarse hasta el último trimestre del año. No hay duda de que construir una unión efectiva y real en el seno de la Unión Europea constituye un proyecto complejo y ambicioso. Pero en el escenario actual ello supone la única salida para sacar a Europa de un atolladero que cada día que pasa resulta más difícil de resolver. Bien está que Europa adopte una unidad de discurso en el G-20, pero mucho más urgente y necesario es una unidad política, fiscal y bancaria efectiva y real. Y, por supuesto, que el BCE actúe.

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