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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los mercados se cobran víctimas políticas

Europa continúa sumida en un océano de incertidumbre política y económica cuyo final se hace cada día más difícil de vislumbrar. Lo que comenzó siendo una crisis financiera ha desembocado en una verdadera catarsis política e institucional de consecuencias impredecibles y daños que todavía no resulta posible calibrar en toda su gravedad. La de ayer fue una jornada fuertemente ilustrativa de hasta qué punto la inestabilidad se ha adueñado de la agenda política -y, por ende, económica y financiera- de Europa. La convulsión que en las últimas semanas ha sacudido Grecia, y que ha tenido su punto culminante con la anunciada salida de su primer ministro, Yorgos Papandreu, se ha trasladado a Italia con la violencia de una tromba de agua. Los rumores sobre una posible dimisión de Silvio Berlusconi, desmentidos posteriormente por Il Cavaliere, propiciaron una jornada de extrema volatilidad en la mayoría de los parqués europeos, expectantes ante un nuevo episodio de desgobierno y confusión en el seno de la Unión Europea. En ese escenario de tormenta y división política, el primer ministro italiano afronta hoy una votación parlamentaria que, todo parece apuntar, le dejará muy tocado.

Tanto la crisis griega como la italiana evidencian una gravísima realidad que a estas alturas resulta prácticamente imposible negar. La de una Europa profundamente fragmentada, ya no solo económicamente, sino también política e institucionalmente. A la percepción de las economías periféricas como alumnos de segunda fila -una visión en ocasiones justificada y en otras no tanto- se ha sumado también una imagen política que rezuma extrema laxitud, falta de rigor y gotas de irresponsabilidad.

Ese escenario de crispación política e inestabilidad se ha convertido en el peor obstáculo para solucionar los graves problemas que aquejan a las economías de la eurozona. La sucesión de cumbres y reuniones políticas que han protagonizado en los últimos meses las autoridades y los Gobiernos comunitarios no ha hecho más que acentuar la fragilidad e incapacidad gubernativa y decisoria de una Europa que hoy, más que nunca, se articula como un reino de taifas. La ofensiva, diplomáticamente poco afortunada, del eje franco-alemán para capitanear la gestión de la crisis de deuda soberana ha contribuido a provocar como primer daño colateral la escenificación de una fractura dentro de la Unión Europea que es urgente subsanar. Si bien es imprescindible, como volvió a recalcar ayer el Eurogrupo al redoblar la presión sobre Atenas, ser firme con aquellos países reacios a cumplir con los requisitos de consolidación fiscal y reformas exigidos desde Bruselas, también resulta vital que esa firmeza se ejerza de forma conjunta y cohesionada, con un mismo discurso y una única voz. El fracaso de la cumbre del G-20, en la cual ha sido imposible conseguir el compromiso de los países emergentes de invertir en el fondo de rescate europeo, ha vuelto a poner de manifiesto que el gran problema de fondo de la zona euro es, antes de nada, una cuestión de confianza. Una confianza que resulta imprescindible para poder afrontar con una mínima fortaleza las oscuras perspectivas económicas que se ciernen sobre el horizonte de la economía mundial.

La directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde, anunció ayer una rebaja de las predicciones de crecimiento global para este año, que hasta el momento se cifraban en un 4,5%. Pese a que no concretó el alcance de esa posible corrección, Lagarde volvió a insistir en que las principales amenazas a la economía radican actualmente en las deudas soberanas y en la creciente desconfianza de los mercados en el sistema financiero, así como en la posibilidad de que se desencadene una crisis de liquidez como la ocurrida en 1998. Con ese escenario de fondo, se hace más necesario que nunca redoblar los esfuerzos para sacar a Europa de la profunda parálisis de gobernanza en que se encuentra y resolver cuanto antes asignaturas pendientes fundamentales para el futuro de la zona euro, como es el caso de la fórmula para alimentar financieramente la necesaria ampliación de un fondo de rescate cuya puesta en marcha no puede retrasarse más.

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