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Tribuna
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9 de mayo, día de Europa

En varias ciudades el 9 de mayo se organizan actos conmemorativos del nacimiento de la UE, a raíz de la Declaración Schuman que cumple 57 años. Si la Unión fuera un Estado nacional, probablemente se habría decretado jornada festiva. Pero como no lo es ni aspira a serlo, la celebración pasa desapercibida para muchos. Sin embargo, se trata de uno de los acontecimientos históricos más relevantes de nuestra era. Supuso la aparición de un nuevo paradigma en las relaciones internacionales basado en la primacía del Derecho y en la efectividad vinculante de sus normas para abordar cuestiones de interés común a varios países, como si se tratara de materias de índole interna.

Internet y la televisión acercan la cotidianidad a nuestro hogar en una época donde parece primar la visión cortoplacista de la jungla mediática, que nos salpica de un sinfín de flashes instantáneos. En ella, la normalidad apenas resulta noticiable. Para escapar a la vorágine del día a día, es pertinente levantar la vista de vez en cuando y apreciar qué nos ha aportado Europa para vislumbrar también adónde quiere dirigirse. Eso pretende la efeméride: recordar que la paz y el progreso en ese pequeño apéndice de Eurasia que formamos, no por asumidos, carecen de valor. Al contrario, difícilmente encontraremos en la historia un periodo más próspero, duradero y armónico entre las potencias continentales, incluida España. Pero pensar que dicha bonanza perdurará sin más es ingenuo, a menos que se fortalezcan los mimbres que la sustentan y se vaya renovando el impulso político que la alentó.

El método comunitario, basado en la cesión parcial de soberanía a una entidad supranacional para tratar los problemas que no pueden resolverse de manera más eficiente a niveles próximos al ciudadano (principio de subsidiaridad), ha dado buenos resultados. Debería ser convenientemente adaptado y aplicado a nuevos ámbitos que igualmente requieren atención. Como previó Schuman, la Unión se ha ido construyendo mediante acciones concretas que han creado una solidaridad de hecho, más que con grandes discursos.

La mayoría no habíamos nacido cuando el Tratado de Roma echó a andar hace medio siglo y a nadie se le escapa que todo ha cambiado mucho en ese tiempo. No obstante, cuando la globalización es hoy una realidad rampante sin una legalidad acorde a escala planetaria, el ejemplo de la Unión suscita interés en otros continentes. Que se den también allí las condiciones para su éxito es harina de otro costal. Lo que sí está claro es que determinados retos contemporáneos no se pueden asumir sin una autoridad legítima y eficaz internacionalmente. ¿Acaso una nube radioactiva, un vertido tóxico en el océano, el terrorismo internacional o el cambio climático conocen fronteras?

La semana pasada, la canciller Angela Merkel se despidió de Jacques Chirac en su último viaje oficial tuteándole, algo que el presidente galo saliente ni tan siquiera hace con su esposa. Puede percibirse en el gesto cierto voluntarismo, pero también un pequeño símbolo de la importancia crucial del eje franco-alemán. Lástima que las palabras no sean suficientes: hace falta un motor más potente para que el proyecto europeo mantenga la velocidad de crucero después de aumentar considerablemente su ya compleja estructura con las recientes ampliaciones hacia el Este.

En ese sentido, el abarrancamiento del Tratado constitucional no debería hacer perder el norte. Otros sobresaltos ha tenido el proceso: en los años cincuenta con el fracaso de la Comunidad Europea de Defensa; en los sesenta con la crisis de la silla vacía ocasionada por De Gaulle; más tarde con distintas etapas de euroesclerosis hasta la llegada del Tratado de Maastricht en 1992.

Quizás deberíamos exigir mayor generosidad y altura de miras a la clase política. La evidencia de la celebración demuestra que los fundadores Adenauer, De Gasperi, Spaak, Monnet y por supuesto el propio Schuman, entre otros, las desarrollaron. ¿Por qué no la generación actual? ¿Necesita como aquellos la experiencia de una guerra infame para alcanzar sabiduría? Ojalá que el espíritu de campanario y el verbo fácil no hagan perder a nuestros gobernantes el rumbo de esta nave europea que todavía sigue avanzando en las procelosas aguas del siglo XXI.

Sobrevolando la Península en avión, pienso en unas palabras de Ortega y Gasset: Europa son muchas abejas pero un único enjambre. Siguen siendo válidas, sobre todo si se mira desde arriba.

Alfons Calderón. Profesor del Departamento de Política de Empresa de Esade

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