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Tribuna
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Mario Draghi arrima el hombro

No han fallado las expectativas: en su reunión de ayer, el Consejo de Gobierno del BCE redujo el tipo de interés de intervención en un cuarto de punto, situándolo en 1%. Esta medida, que devuelve el tipo al suelo que estuvo vigente entre mayo de 2009 y marzo de 2010, podría tildarse incluso de conservadora a tenor de los indicios que nos dejó el presidente del Banco Central Europeo (BCE) en su comparecencia ante la Eurocámara el pasado 1 de diciembre. Allí argumentó varias veces en clave de estabilidad de precios, no faltaría más. Pero, al indicar que la eurozona se enfrenta a un peligroso riesgo de deflación, o sea de caídas de precios, causado por una probable recesión en los próximos trimestres, estaba ya justificando, de manera clara, el signo de medida adoptada siete días después.

Pero hay más. Consciente de que en este fin de semana hay que sumar esfuerzos para vencer a la crisis y salvar el euro, el BCE ha arrimado el hombro con medidas extraordinarias -no convencionales- para inyectar liquidez en los sistemas financieros de los países miembros. Por un lado, el BCE se ha comprometido a conceder préstamos a los bancos en cantidades ilimitadas a un tipo de interés fijo, y con vencimiento de hasta tres años, superando el plazo tope de un año que mantenía hasta ahora. Por otro lado, ha ampliado la lista de avales y garantías que exige a los bancos para concederles préstamos, incluyendo las hipotecas y los préstamos otorgados por estos a familias y empresas. Son medidas acertadas y necesarias porque la banca europea está seca, como lo prueba el hecho de que, inmediatamente después de las acciones coordinadas de los principales bancos europeos el pasado 30 de noviembre incrementando liquidez a escala mundial, los bancos europeos solicitaron más de 50.000 millones de dólares al BCE en una subasta a tres meses. Se espera que estas medidas aumenten la confianza que los bancos se dispensan entre sí, y que contribuyan a desencallar el crédito en los sistemas interbancarios.

Los analistas no excluyen acciones extraordinarias adicionales del BCE en los próximos días si el Consejo Europeo consigue sellar un estricto pacto fiscal que mantenga las finanzas públicas bajo un férreo control y cuente con un sistema de multas automático y disuasorio. En declaraciones de hace pocos días, Mario Draghi, presidente del BCE, dejó entender que, dándose estas circunstancias, el BCE podría intervenir en el mercado secundario de deuda pública soberana, mediante compras masivas que hasta ahora estaban totalmente fuera de su órbita, al menos de palabra. Se trata de compras indispensables para impedir que la cotización de la deuda soberana no descienda por debajo de incierto nivel y, por consiguiente, para que los tipos de interés que deben satisfacer los Gobiernos endeudados no sean excesivamente gravosos. Obsérvese, además, que si se alcanza esta meta también se impide que los especuladores se lucren a costa de los Estados.

El repertorio de ayudas extraordinarias del BCE podría ampliarse si se aprueba el plan elaborado por el presidente de la Comisión, Durão Barroso, y el presidente del Consejo Europeo, Van Rompuy, para dotar al Mecanismo permanente Europeo de Estabilización (MEDE) de funciones propias de las instituciones de crédito. De esa manera, el MEDE podría recibir financiación a largo plazo del BCE, la cual serviría para favorecer la recapitalización de las entidades bancarias europeas. Sería una manera de sortear un impedimento legal, dado que los estatutos del BCE impiden que este ayude directamente a los bancos insolventes o con problemas de capital.

Estas acciones excepcionales convierten al BCE, aunque de manera limitada y temporal, en prestamista de última instancia. Draghi lo justifica con la necesidad de estabilizar los sistemas financieros, y de reparar los canales de transmisión de la política monetaria, objetivos no excluidos por los estatutos del instituto emisor europeo. Queda, sin embargo, una función a la que el BCE sigue renunciando, y que es vital para regular la marcha de la actividad económica, o para echar una mano a los Gobiernos en esta tarea.

El BCE tendría que desempeñar un papel estabilizador activo y flexible de la actividad económica y del empleo, de forma semejante a como hacen los bancos centrales de muchos otros países industrializados como EE UU, Japón, Canadá, Australia y Reino Unido, por ejemplo. Atendiendo a esta función, el BCE debería haber reducido todavía más el tipo de interés, mirando no tanto al ancla de las expectativas de inflación sino a la recuperación económica. También en esto las circunstancias actuales demandan una excepción, con el permiso, claro está, de la señora Merkel.

José García Solanes. Catedrático de Análisis Económico de la Universidad de Murcia

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