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Tribuna
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¿Es la inflación la solución?

Termina uno de los veranos más turbulentos de las últimas décadas. A la crisis económica global se añade el fenómeno de la indignación global, que se inició a principios de año con las revoluciones árabes en Egipto y Túnez y que se ha extendido de forma generalizada aunque más atenuada por todo el planeta. No es una exageración denominar este año como el año de la indignación global.

La gran pregunta sigue siendo cómo enderezamos la situación económica. Las posiciones siguen estando encontradas: mientras muchos economistas a ambos lados del Atlántico siguen defendiendo las medidas de estímulo para reactivar la economía, otros defienden las medidas de austeridad para reducir la deuda y el déficit a toda costa, con independencia del posible impacto negativo en el crecimiento y el desempleo.

Esta segunda opción, liderada por Alemania y el BCE, es la que ha sido adoptada fervorosamente, en muchos casos como el de nuestro país con la fe de un converso, por los Gobiernos europeos. En EE UU, casi siempre más pragmático y flexible en estas cuestiones, seguimos con el debate abierto, y el presidente Obama acaba de pedir una reunión urgente del Congreso para adoptar nuevas medidas que estimulen la creación de empleo.

Curiosamente, en las últimas semanas se está produciendo en EE UU un debate sobre la posibilidad de que una inflación mayor pueda ser una solución para salir de la crisis. Dada la terrible reputación que la inflación tiene en este país, donde se la identifica con la crisis y la estanflación de los setenta y se la compara con la corrupción y el crimen (el presidente Reagan la definió como "tan aterradora como un ladrón armado y tan letal como un asesino"), el que se la pueda considerar como una ayuda y algo positivo es sencillamente extraordinario.

El debate a favor de la inflación está siendo liderado por uno de los más prestigiosos economistas del país, Kenneth Rogoff, de la Universidad de Harvard, al cual están apoyando economistas tan reconocidos como Oliver Blanchard (FMI), Greg Mankiw (Harvard) y Paul Krugman (Princeton y Nobel de Economía). Rogoff, autor con Carmen Reinhart de uno de los libros de economía más influyentes publicados en los últimos años: Esta vez es diferente, tiene un pedigrí antiinflación impecable, ya que trabajó en la Fed para Paul Volcker, que fue el artífice de las políticas deflacionistas de inicios de los ochenta.

El error principal que hemos cometido ha sido tratar a esta crisis como una recesión normal y admitir demasiado tarde que se trataba de una crisis financiera profunda caracterizada por un aumento masivo de la deuda tanto pública como privada. La historia, tal y como demuestran magistralmente Rogoff y Reinhart, muestra que este tipo de crisis suelen ser seguidas por largos periodos de estancamiento e incertidumbre, tal y como ha sucedido en Japón en las últimas décadas.

Rogoff sostiene que lo que está dificultando la salida de la recesión en EE UU no es tanto la falta de confianza de los consumidores o la poca demanda, sino la enorme resaca de deuda que ha seguido a la crisis. El colapso del mercado inmobiliario ha dejado a millones de ciudadanos tremendamente endeudados y agonizando para pagar sus deudas, en vez de invertir o consumir. Por consiguiente, y dado que es muy improbable que todas las deudas se puedan pagar por completo, no habrá ninguna recuperación hasta que logremos aliviar la cara de la deuda. Y es aquí donde la inflación puede ayudar, ya que facilitaría el pago de la deuda a los deudores al transferir parte del coste de la crisis de los deudores a los acreedores.

Otros economistas han criticado fuertemente esta opción argumentando que sería difícil parar la inflación una vez que aumente; que tendría un efecto negativo en la confianza en la Fed; que los inversores perderán su fe en el dólar, lo que llevaría a subidas en los intereses, y que no es tan fácil aumentar la inflación.

Sin embargo, dadas las circunstancias excepcionales que vivimos, este es el momento de ser ambiciosos, dejar atrás las ortodoxias que nos están abocando al desastre y considerar alternativas atrevidas que nos permitan dejar atrás la crisis. ¿Es tan arriesgado dejar la inflación subir modestamente? Los indignados claman por la justicia. Hagamos una concesión para que las consecuencias de la crisis se distribuyan de forma más equitativa entre deudores y acreedores.

Sebastián Royo. Catedrático de Ciencia Política en la Universidad de Suffolk en Boston (Estados unidos)

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