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Tribuna
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Imaginación al poder

El nuevo inquilino de La Moncloa ha empezado el curso político con un paquete de medidas de tipo fiscal, que no por ser imprescindibles están exentas de polémica, sobre todo cuando se contraponen a ciertas promesas realizadas en plena euforia electoral. Es evidente que el bajo ritmo de crecimiento y el alto nivel de endeudamiento aconsejan una política de recorte del gasto y aumento de la recaudación que preserve así los intereses de los muchos acreedores del Reino de España y sus diversas Administraciones. Sin embargo, la austeridad y la presión fiscal son recursos comunes a estas situaciones, pero a los que convendría tal vez añadir unas dosis de imaginación.

El pasado Consejo de Ministros amenazaba con proscribir los pagos en efectivo con billetes grandes, en un loable intento por erradicar el deporte nacional de la economía sumergida. Sin embargo, no parece conveniente penalizar aún más un consumo interior que está bajo mínimos, sobre todo si tenemos en cuenta que los privilegiados titulares de billetes de 500 euros siempre encontrarán otros lugares, dentro o fuera de Europa, en los que gastarlos o invertirlos. En cambio, tendría más lógica reemplazar la política del palo por la zanahoria, creando incentivos a la afloración del dinero negro en un momento en que se precisa más que nunca que este circule, se invierta y se gaste.

A algunos nos vienen a la memoria las amnistías fiscales italianas (scudo fiscale), que fueron criticadas no tanto por su existencia sino por las favorables condiciones aplicadas a los defraudadores. El último scudo aplicado por Berlusconi en 2009 permitió aflorar durante 2010 unos 60.000 millones de euros, de los cuales el fisco italiano cobraba solo un 5%. Esta política de gravar en el origen podría ser más efectiva que la penalización del consumo en destino. Un eventual scudo fiscale español debería sin duda aplicar un tipo superior al italiano y condicionar, por ejemplo, la regularización a la inversión en empresas productivas jóvenes o de nueva creación, en forma de capital o deuda.

Las trabas que el Gobierno reserva a los amantes del efectivo contrastan con su generosidad para con el sector inmobiliario, que recupera la deducción por vivienda habitual y prorroga su IVA superreducido. Sin embargo, con las familias endeudadas y sus ingresos y ahorros a la baja, el ritmo de venta de inmuebles difícilmente podrá igualar la tremenda oferta existente. Convendría aquí, en cambio, apostar por el ingente ahorro exterior, sobre todo de los países emergentes. Los rusos, por ejemplo, son ya el colectivo comprador de inmuebles más importante en lugares como la Costa Dorada. Su interés aumentaría sin duda con visados más ágiles y múltiples, así como con un generoso permiso de residencia por inversión inmobiliaria, como el que aplica Francia desde 2009. Este régimen sigue sin existir en nuestro país, pero en cambio unos 60.000 cubanos han adquirido la nacionalidad española por la Ley de Memoria Histórica durante 2011.

Si el capital deberá venir del exterior, también está fuera la gran demanda de la mayoría de bienes y servicios. España cuenta ya con unas 100.000 empresas exportadoras pero debería duplicar su volumen de exportación para situarse en el nivel europeo (35% del PIB), según un reciente estudio de la patronal Pimec. Los exportadores padecen graves problemas de financiación, entre los que se encuentra el cobro del IVA a devolver, generado por el hecho de adquirir componentes en España y vender luego sin IVA en el exterior.

Conscientes de los problemas de tesorería del Estado, la Agencia Tributaria podría tal vez articular fórmulas para inyectar liquidez a los contribuyentes con los que acumula deudas, como por ejemplo la creación de créditos fiscales endosables y descontables. Con la política monetaria guiada desde Fráncfort, el Gobierno español está obligado a explorar con imaginación todas las vías posibles para generar liquidez en el mercado interior, incluyendo cierta generosidad de la Hacienda pública y tolerancia controlada hacia los billetes grandes. La imaginación deberá seguir con la política laboral cuya regulación asumirá con toda probabilidad el Gobierno ante la parálisis de la negociación entre agentes sociales. Los tiempos de crisis aguzan el ingenio y el español siempre ha sido un pueblo de gran creatividad, que ahora toca plasmar en leyes, políticas y acciones.

Jacinto Soler Matutes. Socio de Emergia Partners y profesor de la Universidad Pompeu Fabra

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