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Tribuna
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De herejías y ortodoxias

Aunque algo distinto parece atisbarse, la crisis de la deuda soberana que ha marcado este 2011 se ha alimentado de la contraposición de políticas económicas que, por no llegar a converger en ningún sitio, no terminan de implementarse.

Pero no podemos confundir los cuidados paliativos con las soluciones estructurales. Y las segundas no son fáciles ya que requieren gran maduración y determinación política, y la aprobación explícita de cada país. Se resumen en que la construcción económica y financiera del euro tiene que completarse, ya que no puede haber una moneda, una política monetaria, un objetivo de inflación, unos tipos de interés y de cambio comunes, sin una política fiscal y una gestión presupuestaria con similar grado de integración, lo que implica una cesión de soberanía económica. O si no la hay, y es la amenaza, hay que asumir que toda la zona euro no tiene el mismo riesgo, y que tienen que implementarse mecanismos para que unos países no desestabilicen al resto y, llegado el caso, puedan salirse.

Para Alemania las recetas están claras: cada país con problemas tiene que hacer sus ajustes y reducir el déficit, y cualquier medida que alivie la tensión supone proporcionarle coartadas para no hacer los necesarios sacrificios. Y al mismo tiempo, cada país debe pensar qué modelo económico debe tener para garantizar un crecimiento a futuro sostenible sin tener que incurrir en déficit. Y es que los ciudadanos alemanes, no están dispuestos a subvencionar y sufragar permanentemente los déficits, o a avalar la deuda de sus socios del sur cuyas poblaciones están acostumbradas en un alto porcentaje a vivir del presupuesto. Y es imprescindible que haya diferentes primas de riesgo y costes de financiación entre los países, porque es el principal resorte de presión que pueden tener los gobiernos para hacer sus deberes. Ni más ni menos que lo que está ocurriendo.

Estas recetas son fruto de su propia experiencia. Alemania realizó su unificación y la deslocalización de su industria hacia el Este, más competitiva en costes, con grandes sacrificios, e incluso incurriendo en excesos de déficit. Esos esfuerzos le están permitiendo, hoy, crecer a tasas del 3%, con niveles récord de ocupación, y con el déficit y la inflación bajo control. Pero parece olvidarse que Alemania tuvo como apoyo un entorno económico completamente distinto: un mundo en crecimiento -sobre todo su entorno más próximo, UE y Europa del Este- y un recién nacido euro débil que, además, favorecía sus exportaciones.

Admitiendo que las recetas de la ortodoxia alemana sean las correctas, no se pueden considerar como los cuidados paliativos para aliviar las presiones de los mercados, sin el riesgo de agravar el problema de estancamiento económico y agravamiento del déficit, en una carrera retroalimentada hacia la depresión económica (como Ronald Reagan acuñó en su momento) de larga duración. Es evidente, y esa es la partida que se juega ahora, que cuanto mayor sea la debilidad de los jugadores, más proclives serán a aprobar cambios políticos de gran magnitud con importantes cesiones de soberanía. Pero el riesgo es que ese pulso termine afectando al núcleo de Europa.

El riesgo es entrar en una espiral que no necesariamente conduce a la adopción de las mejores decisiones para la construcción económica europea a largo plazo. Por ejemplo, siendo claro que hay que reducir el déficit, ¿es inteligente fijar un objetivo de déficit 0 en un plazo fijo determinado? Adoptar temporalmente un quantitative easing no es necesariamente contradictorio ni trata de suplir a la solución estructural que deba decidirse para apuntalar la moneda común. La prueba la tenemos en la positiva reacción de los mercados a cualquier anuncio de intervención en ese sentido.

Diferentes coyunturas requieren distintos planteamientos. El profesor Aranguren decía que lo que hoy es una herejía se suele convertir en la ortodoxia de mañana. Alemania nunca aceptará que la herejía del monetarismo llegue a convertirse en ortodoxia económica. Pero no estamos en el entorno económico de hace unos años que permitió a Alemania hacer su reestructuración, por lo que deberíamos dar la vuelta a la cita porque el riesgo es que la ortodoxia a ultranza de hoy, nos lleve a tener que recurrir a la herejía de un inevitable monetarismo a medio plazo. Para evitarlo, para poner las bases de una construcción europea sólida fundamentada en la ortodoxia económica, fiscal y monetaria, el contexto exige mayores dosis de pragmatismo capaz de aliviar las tensiones del corto plazo (en una palabra, comprar la deuda que haga falta, y capitalizar los bancos que lo requieran), restaurar la tranquilidad necesaria para las decisiones de mayor calado, y afianzar un liderazgo que permita tomar con mano firme las riendas de los problemas para encauzar de la misma manera las soluciones. Hablamos de liderar, de verdad, Europa, y a todos sus ciudadanos, no de imponer liderazgos poniendo contra las cuerdas a los gobernados. Y hablamos de la construcción del proyecto europeo que, desgraciadamente, los propios dirigentes han ayudando mucho a ponerlo en duda.

David Pérez Renovales. Director General de Finanzas de Línea Directa Aseguradora

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