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Tribuna
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La gobernanza de EE UU, en la encrucijada

El 16 de mayo de 2011, el secretario del Tesoro de EE UU, Timothy Geithner, anunciaba que si el Congreso no aumentaba el límite de endeudamiento del Gobierno federal, este solo podría hacer frente a sus obligaciones de pago hasta el 2 de agosto. A partir de ese momento, el Gobierno federal suspendería pagos y el país entraría de nuevo en recesión.

Dos meses después, el presidente de EE UU invitaba a los líderes congresistas de ambos partidos a reunirse para lograr un acuerdo sobre la reducción del déficit y el aumento del techo de la deuda federal (14.300 millones de dólares), con la "esperanza de que todo el mundo deje… la retórica política a un lado, y de que se haga lo mejor para la economía y la ciudadanía".

No es baladí afirmar que Estados Unidos se encuentra envuelto en una encrucijada de gobernanza de la que no logra salir. ¿Por qué?

l Polarización ideológica. Actualmente, el principal obstáculo en la gobernanza de Estados Unidos. Los conservadores se han radicalizado, escorándose hacia la derecha. Y, aunque los demócratas no han sufrido semejante viraje, sí es cierto que el presidente Obama se ha posicionado ligeramente a la izquierda del anterior Gobierno demócrata presidido por Bill Clinton. Por tanto, mientras antes demócratas y republicanos se superponían en el centro y coincidían en numerosos puntos, sobre todo en economía -aunque el contexto económico era mucho más favorable que el actual-, ahora esa superposición de las alas centristas ha quedado reducida a la nada.

Este problema es particularmente grave en un sistema diseñado para el bipartidismo, con un sistema de controles y balances (checks and balances) entre el ejecutivo, las dos Cámaras del legislativo y el poder judicial, que garantiza que ningún poder se exceda, pero que en momentos de polarización puede inducir al bloqueo y a la parálisis. Es lo que sucede actualmente. Especialmente después de que las elecciones de medio término, en noviembre de 2010, otorgaran al Partido Republicano la mayoría en la Cámara de los Representantes y le dejarán a tan solo cuatro escaños de la mayoría en el Senado.

l Campaña electoral permanente. Al efecto desestabilizador de esta polarización ideológica debemos añadir el carácter permanente que ha adquirido ahora la campaña electoral. Mientras que antes el espacio temporal de la campaña estaba perfectamente delimitado en el tiempo, ahora la división temporal entre la campaña y el ejercicio de gobierno se ha difuminado. Esto implica la adopción de posturas más marcadas y anteponer el interés electoral frente al interés general.

l Medios de comunicación politizados. La falta de neutralidad de los grandes conglomerados mediáticos -lejos de resaltar los ámbitos de acuerdo entre las distintas fuerzas políticas- contribuye a exacerbar sus diferencias. Esto es así hasta tal punto que, recientemente, el blog de la Casa Blanca mostró explícitamente su malestar ante la cobertura que la Fox realizó de las manifestaciones relacionadas con la reforma sanitaria.

Este tipo de prácticas de informar mediante el ataque buscan neutralizar al electorado contrario y movilizar al propio, pero de paso, también contribuyen -de forma perversa- a acrecentar el distanciamiento entre el ciudadano y la política y a aumentar la desconfianza hacia las instituciones. Y los votantes del Partido Demócrata serían los más susceptibles a distanciarse. Según las encuestas, los votantes independientes, conocidos como indie men -más jóvenes que la media del electorado y centrados en objetivos, no en retórica ideológica-, fueron los que contribuyeron en gran medida a la victoria de Obama en 2008. En noviembre 2010 el respaldo a Obama de este grupo, que representó alrededor del 40% del electorado total, cayó casi al 35%.

l Corrupción legal. La irrupción de la corrupción legal sería el cuarto factor que contribuye a la disfunción del sistema político. La simbiosis entre la financiación de los partidos y los lobbies está generando una corrupción legal, no punible, donde se gobierna en función de unos intereses particulares -sobre unos intereses generales- que representan a aquellos grupos que han financiado a los representantes políticos. Por ejemplo, el sector financiero batió todos los récords al gastarse en lobby más de 470 millones de dólares durante el año 2010. Y alcanzar un acuerdo entre republicanos y demócratas para aumentar el techo de deuda y reducir el déficit fiscal se ha visto en gran medida enquistado por la influencia del Club for Growth, un grupo ultraliberal contrario a los impuestos y creado en 1980.

Es muy probable que los dos partidos y el presidente Obama lleguen a un acuerdo que no satisfaga a ninguna de las partes pero que salve el día límite del 2 de agosto. El problema se plantea a medio plazo, ya que los factores que generan el déficit de gobernanza de EE UU tienen profundas raíces.

Ángel Saz-Carranza / Irene García. Coordinador e investigadora de ESADEgeo

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