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Tribuna
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La generación perdida

Recientemente, el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso, ha tildado de "escándalo" el elevado empleo juvenil de algunos países de Europa, como Italia con un 28% o España donde batimos todos los récords con un 40% de paro entre los menores de 25 años.

En España para introducir flexibilidad en el mercado laboral sin tocar los derechos adquiridos creamos unos contratos temporales que han sido perversos. Esto ha llevado a un mercado laboral con insiders y outsiders en el que hemos dejado aparcados a las nuevas generaciones a costa de mantener los privilegios de los mayores, y en la que las generaciones mayores han hipotecado el futuro de las más jóvenes. La consecuencia ha sido que hemos creado un juego de suma cero en el cual estamos enfrentando a los jóvenes que quieren entrar en el mercado laboral contra los mayores que ya están dentro y gozan de los privilegios.

Esto no solo ha generado un conflicto intergeneracional, que ha sido mitigado por el papel que juegan las familias en nuestro país como proveedores del estado de bienestar, sino que también está teniendo un impacto negativo incalculable en la productividad, la capacidad de innovación, así como la creatividad y el desarrollo de nuestra sociedad. Además esta situación supone una bomba de relojería fiscal en países en que las tasas de fertilidad son tan bajas y los ancianos viven más tiempo, ya que los jóvenes pagan menos impuestos al ser sus salarios tan bajos. Y no podemos culpar a la crisis actual de esta situación que existía mucho antes.

Durante años hemos hablado de la necesidad de cambiar el modelo productivo, algo que desgraciadamente se ha quedado en gran medida en el ámbito de la retórica con las consecuencias tan negativas que ahora estamos viendo. Si de verdad queremos hacerlo una de las claves tiene que ser reformar un mercado de trabajo perverso que da pocas oportunidades a los jóvenes y les deja con pobres perspectivas de crecimiento y desarrollo profesional.

¿Cómo podemos esperar que los jóvenes en contratos temporales tengan un compromiso con la empresa si saben que en unos meses serán despedidos? ¿Es realista que pretendamos que estos jóvenes van a aportar su capacidad innovadora y creativa cuando su horizonte laboral en una empresa es tan corto? ¿Nos pueden sorprender las bajas tasas de productividad, o la desesperación de los mileuristas que solo perciben unos 1.000 euros al mes?

Ante esta situación los jóvenes están reaccionando en muchos países con violencia y protestas, otros emigrando a otros países con más oportunidades con la consiguiente fuga de capital humano, y los más sufren en silencio, viviendo con sus familias en sus habitaciones de la infancia porque no se pueden permitir mudarse y vivir solos. Son una generación perdida. Es fácil criticar a las nuevas generaciones por su consumismo, individualismo, hedonismo y su falta de capacidad de compromiso, pero mucho de ello está arraigado en es este modelo perverso e inmoral que hemos creado y mantenido durante las dos últimas décadas. Nos enfrentamos a la paradoja de tener las generaciones de españoles más educados y de no aprovecharlo.

Resolver este problema tan grave tiene que convertirse de verdad en una prioridad para los líderes españoles y europeos. Si de verdad nos preocupa el futuro de Europa y el compromiso de nuestras sociedades con la Europa social, el modelo actual con el que condenamos a las generaciones más jóvenes al paro y a la precariedad, no es sostenible. La solución, como bien apuntaba Barroso, debe de venir por la vía de intensificar el proceso de reformas estructurales de forma que impulsemos el crecimiento económico que genere la creación de puestos de trabajo. Nuestros países deben de potenciar sectores productivos de potencial crecimiento como la energía, el transporte y las comunicaciones.

La alternativa del mantener el statu quo no es aceptable porque Europa se juega su futuro. Si no integramos a los jóvenes, no solo ponemos en juego la sostenibilidad de nuestro modelo de bienestar, sino también nuestras perspectivas de crecimiento futuro y nuestra competitividad. Ya hemos tenido explosiones violentas recientemente en el Reino Unido, Grecia e Italia en las que los jóvenes no solo protestaban por las medidas de austeridad ante la crisis, sino también por sus pobres perspectivas de futuro. Es hora de dejar atrás las buenas palabras y pasar a la acción.

Sebastián Royo. Catedrático de Ciencia Política en la Universidad de Suffolk en Boston

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