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Columna
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¿Un futuro español a la japonesa?

Estas últimas semanas, el clima mundial se ha enrarecido substancialmente, aunque no para la economía europea. En los EE UU, el sentimiento dominante ha experimentado un cambio notable acerca de la fortaleza de la recuperación y, reflejando este cambio, el dólar ha perdido prácticamente toda la mejora experimentada, en relación al euro, desde la crisis de la deuda soberana, y ha alcanzado valores mínimos respecto del yen.

Esta pérdida del dólar recoge el aumento de las probabilidades de un horizonte de bajo crecimiento con deflación. Es decir, una situación a la japonesa, tan temida por los EE UU, desde los tímidos escarceos con la deflación de 2002 y 2003. En Europa, y tras la publicación de los test de resistencia bancaria y la consolidación de la mejora exportadora, y del empleo en Alemania, ha regresado un cierto optimismo, aunque todavía están por ver los efectos recesivos de los programas de consolidación fiscal, por lo que es todavía muy prematuro lanzar las campanas al vuelo.

Finalmente, en China en especial pero, en general, en toda Asia, el impulso de los primeros meses de 2010 ha dejado paso a una clara moderación de la producción industrial, afectada tanto por las medidas de contención del crédito tomadas por las autoridades chinas como por la debilidad de la demanda interna de los principales mercados de destino. Preocupa en aquel país el previsible estallido de la burbuja especulativa del sector residencial, así como los problemas de una deuda local que ha crecido en exceso y que basaba sus expectativas, justamente, en el aumento de los precios del suelo puesto a disposición de los promotores.

De esta situación, probablemente lo más preocupante para nosotros sea el futuro inmediato de la economía americana, aunque un eventual pinchazo de la china tendría severas consecuencias sobre el sector exterior del área del euro. James Ballard, presidente de la Reserva Federal de St. Louis acaba de poner el dedo en la llaga, sugiriendo, en un notable artículo, que los EE UU pueden estar encaminándose a una situación con bajos tipos de interés y deflación, típica del Japón en los años dos mil. La similitud entre ambas economías ya se destacó en otros momentos del pasado, al compartir un exceso de deuda y un fuerte crecimiento del mercado residencial. Pero esta comparación es extensible a otros países, como España, Gran Bretaña, Irlanda o Dinamarca, que comparten con los EE UU el rasgo más característico de esta crisis: un endeudamiento del sector privado, y ahora también del público, claramente excesivo.

Porque esta recesión, a diferencia de otras por las que ha transitado la economía española, además de ser internacional y financiera es, fundamentalmente, una crisis de balances, en la que está amenazada la solvencia. Pero, incluso en la hipótesis, posible, de contención de la insolvencia, el problema del coste de la deuda en un horizonte de bajo crecimiento de los preciso, o incluso de deflación, persiste.

Ahora que el humo del estallido de la crisis de la deuda soberana española, y de otros países del sur de Europa, comienza a despejarse, conviene no olvidar la raíz del problema que nos atenazaba. Y que no ha desaparecido por el hecho que los mercados hayan recuperado parte de la confianza perdida en la capacidad de pago de España.

En la hipótesis de que hacemos frente a nuestros compromisos, no por ello deja de ser menos cierto que una parte, substancial, de nuestro crecimiento futuro lo avanzamos al pasado cuando nos endeudamos. Y que ahora, con una importante caída en el ritmo de crecimiento potencial del PIB, habrá que devolverla.

En los EE UU vuelve a hablarse de nuevas distensiones de la política monetaria, probablemente con compra de deuda pública, como han estado haciendo los británicos. Quieren intentar evitar, a toda costa, el sobrecoste que la deflación añadiría a unas familias y empresas, y a un sector público, excesivamente endeudados.

En España no disponemos de una política monetaria autónoma, pero los problemas que encaramos no son muy distintos.

Josep Oliver Alonso. Catedrático de Economía Aplicada (UAB)

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