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Tribuna
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El experimento griego

Es muy posible que el desenlace del insólito experimento que se ha realizado con Grecia tenga lugar en tan solo una cuestión de días. Uno de los delegados de la Unión Europea encargados de supervisar dicho enredo declaraba la semana pasada con la inmodestia clásica de los que siempre se equivocan y nunca rectifican: "Es como tratar con niños a los que hay que decir constantemente que ordenen la habitación". Por su parte, el ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, parece que ya se ha convencido de que Grecia es "un caso perdido" y está a punto de tirar la toalla. Un mínimo de autocrítica debe invitarnos a preguntar: ¿se ha hecho lo correcto? En mi opinión, claramente no. Resumiría la experiencia denunciando cómo nuestros líderes políticos en la Unión Europea llevan tres años intentando calmar los problemas, nunca corregirlos. Al final, todos lo sabemos, va a doler más.

Nadie duda de que los griegos deben pagar y, además, "exorcizar los demonios" de un sistema que se ha ido corrompiendo gradual e irreversiblemente. Sin esas dos condiciones no puede haber una vuelta a la normalidad. Pero la cuestión es que muy posiblemente haya sido peor el remedio que la enfermedad.

Estos días flota en el ambiente la legitimidad que confiere lo inevitable; cuando uno se prepara para lo peor. De trasfondo, más compañías en bancarrota, más gente sin trabajo, más bienes del estado que se venden y más exigencias de austeridad. Llegados a este punto es necesario preguntarse por el sentido de este estrafalario experimento de ingeniería político-económica que nunca ha proporcionado ningún resultado positivo, ni purgado de nuestro modelo de sociedad las causas de los males que la acosan (sino más bien los perpetúa), sino simplemente ha condenado a la sociedad griega a un mea culpa eterno mientras se les usurpaba cualquier posibilidad de gestionar su propio futuro.

Algunos dicen con pesimismo que la situación es la misma que en mayo del año pasado. No es cierto. La situación en Grecia hoy es mucho peor, ya que la hemorragia se ha extendido y hay que combatirla en, al menos, tres frentes difícilmente compatibles. Por una parte, hay una erosión alarmante de la confianza en el sistema. Todos aquellos que participaron en las causas de este desbarajuste económico, bien como actores principales (políticos, bancos de inversión, etc.), bien como cómplices (agencias de calificación, Gobiernos de países socios, etc.) han desaparecido y, lo que es más preocupante, no van a volver a aparecer. Al final, como siempre, pagarán justos por pecadores, debilitando aún más cualquier esperanza de que se depuren responsabilidades.

Por otra, porque a pesar de que los inventores de este experimento hoy ya se preguntan si todo esto no ha llevado más que a tirar el dinero, siguen sin hacer un ejercicio de autocrítica. Simplemente, "han perdido la esperanza y ya no tienen paciencia con los griegos". En mi opinión, ni la economía alemana en su momento de mayor solidez hubiese sido capaz de aguantar la terapia inhumana a la que se ha sometido a Grecia. Lo confirma el hecho de que Alemania ha necesitado 15 años para hacer frente a la reunificación de su país en un situación infinitamente más cómoda. Desafortunadamente, ahora sí nos enfrentamos al dilema de qué hacer con el euro, y los problemas económicos tanto de Grecia como de la UE entran en su fase final con un sálvese quien pueda como opción alternativa a esa solidaridad tan fraudulenta como estéril liderada por Merkel y Sarkozy.

Finalmente, porque no hay ninguna excusa que sea capaz de justificar la imposición abusiva que se ha realizado sobre el derecho de los griegos de decidir sobre su propio futuro. Desde mayo del año pasado viven en una democracia ficticia, con políticos monigote y una escalada de la tensión social tan comprensible como necesaria.

Hace tiempo que tendríamos que haber acompañado a los griegos a "expiar las culpas" junto con todos los que a lo largo de los años han propiciado su caída en desgracia. Y luego ayudarles a cambiar. Lo mismo con Irlanda y Portugal. Esa es la única forma de limpiar el sistema y de que prevalezca un mínimo sentido de eficiencia económica, solidaridad y justicia, y no la especulación e incertidumbre que contemplamos a diario. Hoy quedan pocas dudas de que lo que hemos hecho ha sido sentenciar a Grecia a una muerte lenta, y ahora demonizarles por no haber hecho lo suficiente por sobrevivir. Claramente, no hay nada como tener buenos amigos.

Carlos Buhigas Schubert. Analista político y especialista en asuntos europeos

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