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Tribuna
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Europa, tenemos un problema

Es posible que Europa, o al menos una parte considerable de ella, se convierta en un parque temático, una especie de Disneylandia sofisticada para los turistas ricos de China o India" (Walter Laqueur, The last days of Europe). Lo que está pasando estos días parece dar la razón a Laqueur; la tragedia griega se está abordando con torpeza, a sabiendas de que retrasar la solución esterilizará los esfuerzos de Irlanda y Portugal para superar su difícil situación y acabará contagiando al resto de economías europeas. Papademos y Monti han sido mal recibidos por los mercados, y no porque no gustasen, sino porque en esos días se estaba cuestionando la solvencia de Francia.

En estos últimos días, el tsunami ha sacudido a la propia Alemania. Hace apenas unas semanas, el euro se revalorizaba frente al dólar y los inversores se quitaban de las manos el bund alemán porque pensaban que Alemania acabaría desertando del euro, sola o acompañada, y sabían que llegado ese momento, los títulos nominados en el nuevo euro-norte se revalorizarían. Pero cuando han entendido que todo va a seguir igual, que Alemania no dejará el euro ni desatascará la actual situación, los inversores han empezado a abandonar los activos en euros y a buscar refugio en el dólar. Como advirtió Tremonti, el ya exministro italiano, el hundimiento del euro se llevaría por delante hasta a los pasajeros de primera clase.

El agravio que sufre la deuda europea no se debe a razones económicas, sino políticas. La eurozona genera un ahorro neto muy superior al de EE UU y al de Reino Unido, nuestra balanza por cuenta corriente está más equilibrada y nuestro déficit público es bastante menor. Sin embargo, los mercados nos castigan más que a ellos porque no perciben la zona euro como una unión monetaria irreversible; la ven como un sistema de cambios fijo que se puede colapsar en cualquier momento. No la ven como una comunión de vidas y haberes, como los matrimonios de antes; la ven como un matrimonio de conveniencia que, como decía Mark Twain, es un matrimonio que no conviene a ninguna de las partes.

Las recetas aplicadas hasta ahora se basan en una lógica alemana: política fiscal muy rigurosa y política monetaria muy estricta. Como eso no da resultados, se empieza a plantear como alternativa el modelo anglosajón: presupuesto algo más alegre y una política monetaria ultralaxa. Estímulos fiscales y quantitative easing a todo trapo (en román paladino, poner la máquina a imprimir billetes). Prácticamente ningún país europeo puede importar el modelo anglosajón porque todos estamos endeudados hasta las cejas; pero sí lo puede hacer la eurozona en su conjunto cuya capacidad de endeudamiento está casi intacta; para hacerlo solo necesitamos superar miedos y recelos. Los miedos de Berlín a que la compra de deuda soberana convierta al BCE en un banco malo y los recelos de quienes se resisten a una mayor coordinación de las políticas nacionales porque implica perder soberanía.

Superados esos miedos, el BCE podría hacer mucho más de lo que ha hecho hasta ahora, convirtiéndose en prestamista de última instancia como el Banco de Inglaterra o la Reserva Federal Americana cuyo balance ha aumentado un 226% entre enero de 2007 y octubre de 2011, mientras que el del BCE lo ha hecho solo un 103%. La deuda comprada por el Banco de Inglaterra equivale al 16% del PIB de Reino Unido; la del BCE al 2% del de la eurozona. George Soros, que de esto entiende, pide "un techo para los intereses de la deuda de los países que sigan una política fiscal responsable y no estuviesen sujetos a rescate; inicialmente se fijaría en el 5% y se iría reduciendo" (Financial Times, 21-11-2011).

Más pronto que tarde, el fondo de rescate tiene que aumentar su potencia de fuego para ahuyentar a los tiburones que, como se sabe, solo atacan cuando huelen sangre. Para eso, debería poder emitir eurobonos en cuantía potencialmente ilimitada y con responsabilidad mancomunada que sustituiría a las emisiones nacionales. Es la propuesta conocida como Basket bonds, que debería ser una solución transitoria hasta que se modifiquen los tratados y se emitan eurobonos solidarios. El acceso al fondo de rescate estaría condicionado al cumplimiento del paquete de gobernanza (disciplina presupuestaria y macroeconómica), porque se trata de ayudar al que cumple y no de dar barra libre.

Pero esto no basta. Necesitamos crecer. Si el BEI doblase en los próximos 10 años el esfuerzo hecho en la última década, contaría con el mismo dinero que en su día el Plan Marshall. Este esfuerzo se complementaría con los bonos proyecto, que aparecen en todos los documentos europeos pero que nunca acaban de materializarse. La discusión de las perspectivas financieras (2014-2020) son una buena ocasión para hacerlos realidad, aunque la Comisión podría anticiparlos.

Coda. Los economistas ortodoxos rechazan el modelo anglosajón porque temen que una política monetaria laxa provoque inflación. En mi opinión, este riesgo hoy es menor porque en la zona euro estamos creciendo muy poco y flirteando con una recesión. En todo caso, mejor un poco de inflación que recesión. Ya se sabe: muerto el enfermo, suspender la medicación.

José Manuel García-Margallo. Vicepresidente de la Comisión de Economía del Parlamento Europeo

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