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Columna
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¿El euro, culpable de la inflación?

Al empezar el pasado año acogí con alegría la llegada del euro. Por fin la teoría se hacía realidad y los europeos teníamos un nuevo elemento de cohesión que añadir al Parlamento y al incipiente sistema de gobierno, pero sentí preocupación al constatar que su andadura comenzaba con una paridad con respecto al dólar inferior a la que se había estimado en el momento de su gestación.

Al igual que muchos europeos, mi deseo es que nuestra moneda sea una referencia más firme en el sistema monetario internacional. Por esto me he alegrado al constar que, durante el primer año, el euro ha ganado musculatura y se ha revalorizado un 18% y, según muchos analistas, continúa con una tendencia creciente, de forma que puede hablarse de euroeuforia, tal como indicaba The Economist a principios de mes. Aunque la apreciación tiene ventajas, en la medida en que gana puntos como valor de refugio alternativo ante la incertidumbre, y que puede amortiguar el efecto de la escalada de precios del petróleo, también tiene sus desventajas sobre la capacidad exportadora de los países europeos hacia el exterior del área.

Aunque ésta es la buena noticia, la mala es que los ciudadanos no están satisfechos, nos cuesta acostumbrarnos a nuestra nueva divisa, la gran mayoría aún pensamos y contamos en nuestra antigua moneda, lo que no deja de ser un engorro.

La falta de agilidad para reconocer el valor de las cosas y para comparar los precios en euros y pesetas ha sido una de las causas del abuso, que se ha producido en el redondeo de los productos de consumo más habitual, que ha generado un innegable aumento de precios. Por eso es fácil que ante el repunte de la inflación en nuestro país, la gente piense que la culpa es del euro.

æpermil;ste es el mensaje al que se ha apuntado nuestro Gobierno de forma bastante entusiástica. La manera de anunciar la revalorización de las pensiones por parte del ministro Zaplana inducía claramente a ello. Me pareció que nos vino a decir que, como el euro ha disparado los precios, nuestro generoso papá Gobierno compensará a todos lo pensionistas con una paga única por el desvío del IPC. Parecía que debíamos alegrarnos por la llegada de una inflación del doble de la estimada.

Sin embargo, una tasa de inflación del 4% anual y un aumento del doble sobre lo previsto no es una trivialidad, sino un tema serio sobre el que no vale frivolizar. No es cierto que la única causa sea la introducción de la nueva moneda ni es cierto que en todos los demás países de la UE haya ocurrido exactamente lo mismo. Por una parte, el efecto inflacionista del euro en nuestro país se evalúa, según el Banco de España, en 0,7 puntos, lo que explicaría menos de una quinta parte. Por la otra, nuestra tasa de inflación es la mayor de Europa, por encima de Grecia y Holanda, que son nuestros inmediatos seguidores, casi el doble de la de Francia y tres veces la de Alemania.

Si el euro fuera el único culpable es de suponer que su efecto habría tenido un mayor paralelismo en todo el ámbito de su aplicación. En todo caso como bien afirmaba Romano Prodi, presidente de la Comisión Europea, 'la subida de precios se debe a la falta de control de los Gobiernos' que sorprendentemente han permitido comportamientos ilegítimos de propietarios y gestores de comercios y empresas que han abusado de todos nosotros y a los que no se ha sabido meter en vereda. Además habrá que tener en cuenta que el efecto euro podrá haber sido utilizado para explicar la situación de 2002, pero ni sirve para analizar los años anteriores ni va a servir para el futuro.

Lo que sí es cierto es que una inflación exagerada en sí misma es un problema importante para la economía por su impacto en la redistribución de la renta y en la competitividad de nuestros productos. Es sabido que las rentas bajas, cuya capacidad de ahorro es prácticamente nula, quedan más afectadas por el incremento de productos como la alimentación y el vestido y el calzado y servicios como la enseñanza y el transporte que son los que, comparativamente, más han aumentado. Sobre la competitividad de nuestros productos y servicios hay que tener en cuenta que nuestras exportaciones se dirigen preferentemente al área euro, en la que comparativamente nuestros costes aumentan más y ya hemos perdido la posibilidad de acudir a devaluaciones para compensar.

Si todo ello se añade a nuestra menor productividad y nuestra falta de capacidad para investigar, innovar y desarrollar nuevos productos y formas de producir las expectativas no parecen nada halagüeñas. Por último, tampoco podemos olvidar que el turismo que es nuestra principal actividad puede perder atractivo por el efecto combinado de aumento de costes interiores y por la propia revalorización del euro.

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