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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Una estrategia inversora para la próxima década

Para un elevado porcentaje de inversores, sobre todo para los no profesionales, la que termina esta semana puede considerarse una década perdida, cuando no destructiva. Los 10 primeros años del siglo han pivotado entre dos crisis feroces que se han manifestado con la explosión de dos burbujas sucesivas (la tecnológica y la financiera e inmobiliaria), y que bien consideradas podrían entenderse como un solo proceso recesivo, con un pequeño paréntesis artificial, consecuencia de mantener demasiado barato el dinero durante demasiado tiempo, nada menos que una treintena de años, justo desde que la Reserva Federal logró domeñar la inflación con el ilustre rigor monetario de Paul Volker.

Aunque hay señales explícitas de crecimiento en algunas economías desarrolladas, y la producción mundial cerrará el año con un avance del 4,5% y cifra similar se espera para 2001, lo cierto es que la visibilidad para la inversión sigue siendo muy escasa. La niebla no termina de levantarse, porque los errores del pasado pesan demasiado como para apostar fuerte de nuevo. Sobreendeudamiento, falta de supervisión financiera, negligencia encadenada en la calificación de los productos de inversión, avaricia sin medida. Así las cosas, el próximo año puede encerrar grandes oportunidades para la renta variable, las materias primas o la deuda pública y privada, pero la prudencia sigue atenazando las decisiones particulares.

Desde 2000 el oro se ha revalorizado en un 400%, y es la mejor pista sobre la cautela que proporcionan los agentes del mercado, que han buscado refugios seguros para el dinero, sobre todo una vez comprobado que los activos inmobiliarios habían agotado su avance, y que iniciaban incluso un imparable descenso en todas las zonas del mundo, incluida España, que los había convertido en este último ciclo, por vez primera, en activos de inversión y no tanto de ahorro. Hasta tal punto habían elevado su precio, que han subido más del 100%, cuando la rentabilidad obtenida en la Bolsa española es solo del 11% y el retorno del índice selectivo europeo es incluso negativo.

El comportamiento de esta década ha sido tan disolvente para los inversores que ha expulsado lentamente a los particulares, a las familias concretamente, del parqué. El fenómeno surgido en los noventa que popularizó la participación de los hogares en los procesos liberalizadores y privatizadores del aparataje empresarial de los Estados se ha diluido; ahora solo el 22% del valor de la Bolsa española está en manos de los hogares, mientras que cuando arrancó el siglo tal proporción superaba el 30%. El mercado se ha quedado, por estrategia, operativa o expectativas cortoplacistas, para profesionales. Hoy es muy difícil encontrar al otro lado compradores finales de acciones, porque la volatilidad ha inoculado por una temporada la reserva al dinero de los hogares. Sirva también como ejemplo de la precaución de los invcersores el cierre de varias firmas de Bolsa en España este año, tras una caída agregada del beneficio del 77% desde sus máximos.

Y cuando parecía que los excesos se corregían y devolvían las cosas a su sitio, la propia solución se ha vuelto un problema añadido. El gasto inmenso de dinero público para taponar las hemorragias de la crisis financiera y de actividad se ha vuelto contra los Estados que han emitido el papel, y han puesto contra la cuerdas a las economías más débiles del planeta, pero de manera especial a las europeas. Hasta el futuro del euro está en cuestión si los Estados no resuelven sus problemas y las economías recuperan el crecimiento razonable de actividad y empleo.

Pero en el caso concreto de España, que tiene de verdad pendientes un buen puñado de reformas para despertar la actividad económica, coincide con la culminación de un proceso de internacionalización de las empresas muy exitoso, que ha convertido a una docena larga de firmas en ofertas de inversión ciertamente atractivas, pero que soportan castigos injustificados en comparación con sus iguales en otras economías. Como a fin de cuentas esto, esta crisis, también pasará, serán una propicia oportunidad para encontrar los retornos que conviertan a la próxima década en un ejercicio de prosperidad, y lograr sofocar así diez años perdidos.

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