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Tribuna
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Enésimo capítulo de reestructuración

Sigue la reforma de la reforma financiera su peculiar tránsito, aunque parece que arrumba hacia algún lugar, cuál sea este, ya no depende del Gobierno, sino de Bruselas, que ha puesto los puntos y las exigencias como condición sine qua non a ese rescate de hasta 100.000 millones de euros para el sector crediticio. Esta vez sí, como el príncipe de Salino lampedussiano, todo debe cambiar. No hay margen para más errores, pésimos decretos y correcciones de correcciones. Se ha perdido un valioso tiempo. Bruselas toma el mando, Madrid, obedece. Es el dictado, el diktat. Ha trazado unos parámetros que sí o sí el Gobierno tiene que ejecutar escrupulosamente. El Gobierno trabaja a toda prisa en un nuevo decreto, el tercero del actual ejecutivo, el enésimo desde que toda esta vorágine asomó al precipicio de un abismo silente de lo que se presumía como uno de los sistemas financieros más solventes, seguros y mejor regulados. La realidad nuevamente ha superado la logomaquia gubernamental y el exceso de optimismo, dejando al descubierto una realidad paupérrima y una supervisión tan erosionada como débil y lábil a la vez, amén de que en las entidades se hacía y deshacía, sobre todo, en las cajas de ahorro, al capricho y al albur de quiénes controlándolas jamás han respondido ni de despropósitos, ni de desbalances, ni de riesgos, ni de solvencias.

¿Qué va a suceder a partir de ahora? Se salvarán las que sean rentables amén de solventes, y se liquidarán, dícese en el borrador 'resolución' aquellas que no lo sean, poniendo y situando en el punto de mira las entidades ya nacionalizadas por el FROB y que tienen un futuro tan angosto como anunciado, sobre todo, Catalunya Caixa y el Banco de Valencia. ¿Qué sucederá con Novagalicia? Nacionalizada la entidad gallega por encima aún del 90%, el futuro es complejo, pero no imposible. ¿Quid con Bankia para la que se anuncia una inyección de más de 23.000 millones de euros? Estas dos son sin duda más importantes que las anteriores, pero la última tiene una proyección e implantación enorme en todo el territorio.

No deben estas entidades, atrapadas en lo más proceloso de la reestructuración ya emprendida, pedir ni exigir más que los que más piden o exigen, pero tampoco menos. Del mismo modo no debe haber dobles raseros, ni ambigüedades o incertidumbres jurídicas llenas de vacuidades, conceptos ambiguos e indeterminados a los que es tan dado el legislador. Pero la verdadera piedra de toque parece que ahora vendrá en la exigencia de viabilidad y por tanto de la valoración y enjuiciamiento de ésta por el supervisor y de la racionalidad más objetiva y limpia, ajena a intereses partidistas y políticos que tanto daño han hecho, si bien no fueron los únicos causantes del descontrol y agujero, de cara a reestructurar definitivamente el sector crediticio. O liquidación para estas entidades, o banco puente con una duración de hasta cinco años a la espera de esa salvación que implicará igualmente una venta, toda vez que esté saneada la entidad, o encontrar un socio preferente y privado, como es lo que optimiza o busca desde hace tiempo Novagalicia, un fondo o fondos de inversión. O eso es a lo que propende la enésima reforma. Que no última. Se estrecha un círculo que ha acabado definitivamente con el sistema dual, cajas y bancos, dejemos al margen las cooperativas de crédito, y que ha reducido el mapa bancario a una mínima expresión. Valdría la pena si con ello se robustece el sistema, se mantiene la competencia y se solidifica un sector riguroso, competitivo, solvente y seguro. De lo contrario, el ridículo, las taifas, la desvergüenza y el agravio comparativo entre unas entidades y otras, comunidades y otras, habrá sido tremendo. Por el momento, sigue la incertidumbre. Aunque todo parece decidido. Álea iacta est. Pero el áleas poco tiene ya que decidir. Ya deciden por nosotros. Atrapados por el camino quedan socios, impositores, acreedores subordinados, preferentes, productos tóxicos y de dudosa rentabilidad, pero que fueron comercializados sin escrúpulos. Ellos pierden, pero eso no parece importar.

Se edifica un banco malo como última arcadia salvífica de un sistema y de un sector que hizo aguas aunque en este momento solo un tercio esté en extremas dificultades. El dinero público es el remedio taumatúrgico de una irresponsabilidad, un despotismo y nepotismo que ha colapsado el sistema en la ineficiencia, la insolvencia, la iliquidez, la restricción del crédito, la desvergüenza y la falta de ética en los negocios. ¿Aprenderemos algo? Lo dudo.

Abel Veiga Copo. Profesor de derecho mercantil de ICADE

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