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Columna
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La economía del fraude inocente

Damos por hecho que vivimos en una economía de mercado en la que la oferta y la demanda fijan precios y en la que el consumidor es el rey. Estamos convencidos, además, de que nuestro modelo es el único transparente y eficaz. Nuestra seguridad en la bondad de nuestro sistema nos impide la mínima autocrítica hacia el mismo. Pues bien, resulta a todas luces imprescindible examinar de forma crítica aquellos paradigmas que hoy nos parecen sagrados. ¿Y si al final no fuera oro todo lo que reluce? ¿Y si nuestro sistema económico estuviese basado sobre un gran fraude consentido? El célebre economista norteamericano John Kenneth Galbraith nos sorprende con su último ensayo, La economía del fraude inocente. La verdad de nuestro tiempo (Editorial Crítica). El libro no dejará indiferente a ninguno de sus lectores. Galbraith cuestiona severamente el sistema económico actual, al que califica, sin tapujos, de enorme fraude.

Según Galbraith, la expresión capitalismo, que definió nuestro sistema económico hasta hace pocas décadas, ha sido sustituida por la expresión 'sistema de mercado'. Y aquí viene el primero de los fraudes. En teoría, para que un sistema de mercado funcionase, el consumidor debería ser el rey, libre y soberano en su decisión de elegir. Pues bien, en nuestro ficticio sistema de mercado no lo es. Las gigantescas campañas de publicidad manipulan y condicionan su comportamiento de demanda, y las poderosas corporaciones distorsionan la oferta. El mercado puro no existe. Ni para la economía ni para la política. Leámoslo con sus propias palabras: 'Tanto votantes como compradores pueden ser manipulados, y la gestión de la respuesta pública es formidable y cuenta con una excelente financiación, en especial en la era de la publicidad y en las modernas técnicas de promoción de ventas. He aquí un fraude aceptado, incluso en el discurso académico'. Aún más crítico se muestra con la oferta. Tras afirmar que el supuesto 'sistema de mercado' en el que teóricamente vivimos 'carece de sentido; es una fórmula errónea, insípida, complaciente', Galbraith prefiere bautizarlo como sistema corporativo: 'Nadie pone en duda que la corporación moderna es un factor dominante en la economía actual'. Los que de verdad mandan no son los accionistas de las grandes corporaciones, sino sus burocracias y direcciones 'profesionales'.

Los discursos dominantes y los lugares comunes terminan creando un mundo imaginario y ficticio sobre el cual construimos nuestro sistema económico. Pero bajo ese mundo virtual, que deslumbra a tantos incautos, late una realidad, que una vez y otra se encarga de desenmascarar a los recurrentes fraudes colectivos. Galbraith nos dice: 'Uno tiene que aceptar la continua divergencia entre las creencias aprobadas -lo que he denominado sabiduría convencional- y la realidad. Sin embargo, al final, es la realidad la que cuenta'.

Galbraith cuestiona de forma severa el sistema económico actual, al que califica, sin tapujos, de enorme fraude

Más feroz aún resulta su crítica hacia los verdaderos amos del sistema, las direcciones corporativas, sin contrapeso alguno de poder. Volvamos a sus propias palabras: 'Este fraude tiene ciertos aspectos ceremoniales aceptados: uno de ellos es el llamado consejo de administración, un cuerpo seleccionado por la dirección y completamente subordinado a ella, al que, sin embargo, se escucha como si fuera la voz de los accionistas. Los consejos están constituidos por personas que requieren solamente un conocimiento superficial de la empresa; se trata de un cuerpo dócil en el que la dirección puede confiar. Mediando unos honorarios y alguna comida, la dirección informa de modo rutinario sobre cuestiones que ya han sido decididas en otras instancias. La aprobación se da por hecha, incluso en el caso de las remuneraciones que la dirección misma se ha encargado de establecer'.

Tampoco se muestra nada indulgente con el papel de las juntas generales de accionistas: 'Para sostener esta ficción, se invita cada año a los accionistas a una junta general, evento que, de hecho, se asemeja a un rito religioso. Hay un discurso ceremonial y, con raras excepciones, no existe ninguna voz discordante. Los infieles que incitan a la acción son ignorados, y la posición de la dirección es, por lo general, aprobada'.

El ensayo nos deja un poso amargo. ¿Tendrá razón el maestro Galbraith cuando afirma: 'He aquí el hecho fundamental del siglo XXI: un sistema corporativo basado en un poder ilimitado para el autoenriquecimiento'? Responda usted mismo.

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