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Tribuna
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Doctor, esta medicina nos está matando

Salvo que Alemania haya decidido colonizarnos económicamente, hipótesis que comparando la Alemania actual con la de Willy Brandt, Helmut Schmidt, Genscher o Kohl no hay que desdeñar del todo, no cabe sino preguntarse adónde ha ido el espíritu del proyecto europeo y, desde luego, dónde se ha ocultado el sentido común.

La actual crisis económica está pésimamente enfrentada, al menos para los no alemanes, y la terapia está resultando letal. Los remedios nacionales basados en una moneda propia ya no son posibles, y los comunitarios nos llevan hacia el precipicio.

Ya hace dos años que excelentes economistas y observadores de la economía advirtieron que las medidas de ajuste tan excesivamente drásticas, carentes de vocación por promover el estímulo económico, no solo causarían sufrimiento, sino que a la postre iban a generar recesión. ¿Alguien de los que aplaudían esas recetas va a reconocer que los efectos han sido perturbadores?

Es forzoso reconocer que, al menos en nuestra economía nacional, el paso del déficit de cifras tan abultadas como el 11,1% del PIB en 2009 fue una muestra de irresponsabilidad de múltiples manifestaciones. ¿Quién no ha pensado alguna vez que no cuadra ser los primeros del mundo en alta velocidad y de los peores en nivel de empleo? Tampoco podemos escandalizarnos por que un moderado ajuste fiscal fuera exigible en un país al que solo le faltó encender el pitillo con billetes.

La reducción de la deuda y el ajuste fiscal no era la cuestión objetada. Lo cuestionado era un calendario como el propuesto que reducía a cero la capacidad de crecer y cuya fórmula contenía un reconstituyente brutal para el desempleo. Pasar de un déficit del 11,2% del PIB en 2009 hasta el 6% en 2011, al 4,4% en 2012 y cerrar en el 3% a la altura de 2013 es cirugía sin anestesia.

En ese contexto, pocos se han cuestionado la absurda dimensión que en un proceso expansivo de 30 años ha alcanzado el modelo autonómico en España (¿por qué es tabú esta cuestión?); ni sus 1.185 diputados de las 17 comunidades autónomas con la correspondiente dotación de letrados, asesores, asistentes; ni la pléyade de televisiones autonómicas que gastan fondos públicos para fortalecer los elementos de diferenciación entre nosotros; ni el modelo de gasto, en el que el capricho y la arbitrariedad tienen sitio. Solo ha prosperado y arraigado la necia obsesión por tomar la medicina de ajuste con sobredosis.

Pienso humildemente (uno no es Keynes, ni Krugman) que ha llegado el momento de decirle al doctor que nos está matando, que se ha equivocado de dosis.

¿Acaso no es sensato revisar el calendario de los ajustes y permitir así algo de inversión pública y privada que haga mejorar nuestra situación? ¿Acaso no es razonable frenar el sufrimiento del desempleo?

Tenemos un nuevo Gobierno en España y eso favorece una revisión del esquema y las capacidades institucionales para hacerlo. Los poderes públicos deben acometer reformas (por favor no olviden la función pública, la patética situación de la administración de justicia, la investigación científica), pero deben escuchar el ruido clamoroso que producen el cierre de empresas, los despidos. Deseo que el Gobierno sea capaz de dar un giro al discurso europeo, en lugar de acompañar, como Sarkozy, la danza de las valquirias.

Está bien recuperar y mantener la austeridad. Casi todos compartimos la necesidad de controlar el gasto público y reducir el déficit. Pero es preciso no olvidar aquellas medidas combinadas para al menos contener el paro mediante el estímulo del crecimiento de la actividad económica. Muy particularmente es preciso tener en cuenta a las pequeñas y medianas empresas. Las grandes compañías han tenido un bote salvavidas, que es el mercado exterior, pero la clase media empresarial, que viaja en clase turista y no dispone de tan poderosos medios, necesita más que nadie esos estímulos. Es insensato pensar que los mercados se van a tranquilizar con unas economías que han reducido tanto su déficit, que han conseguido disminuir el consumo, cerrar decenas de miles de empresas, acabar con la inversión productiva y caer en recesión. Los precedentes históricos todos los conocemos.

Javier Sáenz Cosculluela. Presidente de la asociación nacional de empresas de obra pública (aerco)

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