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El futuro del sector inmobiliario español
Tribuna
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No disparen al promotor

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Por la redacción de Cinco Días han pasado corresponsales en España de periódicos estadounidenses y europeos. Periodistas de The Wall Street Journal o del alemán Süddeutsche Zeitung han tenido un sitio en este periódico desde el que enviar sus crónicas. Hasta hace poco también nos acompañaba Gilles Senger, corresponsal en España del diario francés La Tribune. A él acudía para saber cómo se vivía en Francia la expansión en ese país de inmobiliarias españolas. Metrovacesa adquirió Gecina, Colonial compró SFL y otras compañías españolas crearon filiales en París y expandieron su negocio por todo el país vecino desde principios de este siglo. Mientras que en España esas operaciones ocupaban portadas de periódicos, tanto económicos como generales, en Francia esas informaciones no eran tan llamativas. Gilles me explicó que en su país ya habían vivido una época de esplendor inmobiliario y que una vez terminada el lector no había vuelto a sentirse interesado por esas noticias. ¿Llegará un día en el que en España las noticias del sector inmobiliario no merezcan el espacio que han ocupado en la última década? De llegar ese día, ¿será un síntoma positivo?

La atención que han merecido en los medios de comunicación españoles las noticias relacionadas con el sector inmobiliario ha sido proporcional al peso que esta industria ha tenido en la economía española. Si el negocio inmobiliario marchaba bien, la economía española también. Cuando se ha desinflado el mercado inmobiliario, la economía española ha caído.

Los bajos tipos de interés, la legislación nacional sobre suelo, la entrada de cientos de miles de trabajadores extranjeros y la facilidad crediticia aportada por las entidades financieras provocaron en España el boom inmobiliario vivido entre los años 1996 y 2006, así como un despegue espectacular de la economía española.

Esas condiciones permitieron que los mayores empresarios del sector decidieran justo en 2006 dar el gran salto y doblar el tamaño de sus compañías a través de arriesgadas operaciones: Luis Portillo compró Inmocaral, Colonial, Riofisa y el 15% de FCC; Fernando Martín adquirió Fadesa, de Manuel Jove; Rafael Santamaría compró a Banesto la inmobiliaria Urbis para fusionarla con Reyal; la familia Sanahuja se empeñó en la adquisición de Metrovacesa; Jacinto Rey compró Parquesol y Enrique Bañuelos sacó a Bolsa Astroc. Hoy la mayoría de estos empresarios ha sufrido la pérdida de sus compañías o lucha en la actualidad por mantenerla. Y con ellos miles de trabajadores han perdido sus empleos.

Responsabilizar a estos empresarios de los males que acechan ahora a la economía española sería un acto de hipocresía. A la vista está que se equivocaron. Pero nunca hubieran podido embarcarse en esas aventuras sin un apoyo total por parte de las entidades financieras y sin un marco legal que permitía valorar un campo de naranjos al mismo precio que si en ese suelo existiera un hotel de lujo. No disparen al empresario inmobiliario, no es el único responsable de la actual crisis económica del país.

La sociedad española se contagió durante la década 1996-2006 de la locura inmobiliaria. Quien más quien menos hacía constantemente cálculos de lo que valía su casa, de lo que había costado y de lo que valdría en unos años. El tema inmobiliario ha sido recurrente durante una década en cualquier reunión de amigos o familiares. Ahora parece que esas conversaciones se van difuminando, quizá porque sea un tema que mejor no sacar en estos momentos para no herir sensibilidades; quizá porque ya nos hemos cansado un poco de hablar siempre de lo mismo.

Es el momento de decidir si queremos que el sector inmobiliario siga teniendo un peso tan importante en la economía española como el que ha tenido hasta ahora o si pretendemos rebajarlo. Posiblemente la decisión final debería combinar ambas opciones.

Que el sector inmobiliario siga teniendo un peso importante en la economía española, sin llegar al punto de que esta dependa del ladrillo, no debería avergonzarnos. El conocimiento adquirido durante años de desarrollo inmobiliario puede ser ahora empleado para levantar proyectos -ya sean viviendas, centros comerciales o torres de oficinas- en otros países o mejorar los aquí existentes. Así como para gestionar carteras de activos inmobiliarios, desarrollar planes urbanísticos en cualquier lugar o servir de asesores en la financiación de operaciones inmobiliarias internacionales.

Reducir la presencia del sector en la economía española debe llegar por dos vías: primero, erradicar cualquier negocio inmobiliario que suponga construir a pocos metros de la costa, en terrenos protegidos, destruir las construcciones ilegales -a pesar del dolor de las familias que ya estén viviendo ahí o de los empresarios que apostaran por esos emplazamientos-, impedir edificaciones con excesivo endeudamiento o que no tengan aseguradas su ocupación y ser inflexibles con los empresarios y políticos corruptos; segundo, incrementar las ayudas a la educación para elevar la productividad de otros sectores que requieren mayor formación que el inmobiliario y hacer realidad un derecho constitucional, el de la vivienda. Los ciudadanos no pueden estar toda su vida produciendo para pagar la hipoteca. Deben tener la sensación de que siempre tendrán acceso a una vivienda digna y así destinar parte de su patrimonio a otras actividades lo que elevaría el consumo y el empleo.

El futuro del sector inmobiliario español debe edificarse sobre lecciones aprendidas de la crisis actual. Hay que aprovechar el conocimiento técnico y financiero alcanzado por el sector e impedir que la economía de todo el país dependa de una única industria. Nadie se ha inmutado cuando el Gobierno ha propuesto ayudas a la banca o a la industria del automóvil; el sector inmobiliario también podría recibir algún apoyo. Si fue un error dejar caer a Lehman Brothers, también lo fue dejar caer a Martinsa Fadesa.

En la siguiente página dos actores principales de la película inmobiliaria española exponen sus puntos de vista sobre las condiciones actuales del sector y el futuro del mismo. Jesús García de Ponga pilotó Metrovacesa, la primera inmobiliaria española, cuando la familia Sanahuja tomó el control de la compañía; Mariano Miguel dirigió Colonial durante los meses en que Luis Portillo trató de convertirla en una de las tres mayores inmobiliarias europeas. No dejen de leerlas.

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