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Tribuna
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La discrecionalidad de la dirección ante la diversificación

José Emilio Navas López / Patricia Huerta Riveros

Una de las características de las empresas modernas, sobre todo de las grandes corporaciones, es que sus propietarios o accionistas son distintos de quienes toman las decisiones. En general, en la actualidad la figura clásica del empresario como propietario y al mismo tiempo director de la empresa ha perdido vigencia ante la aparición de una clase dirigente, profesionalizada, que rige sus destinos.

Este hecho implica que pueda aparecer un conflicto de intereses entre los objetivos de los directivos y los de los accionistas, al tener funciones de utilidad y actitudes ante el riesgo que no sólo son distintas sino que, a veces, pueden revelarse como enfrentadas e incompatibles. A la divergencia de intereses entre unos y otros se le denomina habitualmente la discrecionalidad de la dirección. Dado su mayor nivel de conocimiento técnico y contacto permanente con la realidad empresarial, el equipo directivo tiene normalmente un gran poder de decisión. Esta situación se agrava cuando la propiedad está muy repartida entre un grupo muy numeroso de accionistas.

Mientras que para los accionistas el objetivo básico es la maximización de su riqueza, los intereses del directivo presentan componentes monetarios (retribuciones, incentivos) y no monetarios (promoción, autonomía, prestigio, poder, libertad para asignar recursos), además de la propia seguridad o permanencia en la dirección. La consecución de estos objetivos personales de los directivos se vincula más directamente con el crecimiento de la empresa que con la maximización del beneficio.

La estrategia de diversificación es una de las manifestaciones naturales del crecimiento empresarial mediante la entrada en nuevos negocios distintos de los que tradicionalmente se llevaban a cabo. A través de la diversificación, los directivos pueden ver cumplida su función de utilidad tanto en sus aspectos monetarios (la retribución se relaciona con el tamaño), no monetarios (autonomía, poder, etc.), como de estabilidad de empleo (por equilibrio de rentas entre los negocios). Especialmente relevante es esta última argumentación que justifica cómo la entrada en nuevos negocios asegura una mayor estabilidad de los directivos al diversificar las fuentes de obtención de rentas provenientes de los negocios situados en diferentes industrias.

Los directivos pueden intentar entrar en nuevas líneas de negocios para asegurar la continuidad de la empresa o, simplemente, porque no se están obteniendo buenos resultados en los negocios originales y se buscan otros en los que se supone irá mejor. Así, si el sector actual es un sector maduro, la alternativa de la especialización no será atractiva, y el directivo puede tratar de mantener el ritmo de crecimiento invirtiendo en nuevos negocios los fondos líquidos provenientes de los sectores maduros, en vez de devolverlos a los propietarios en forma de dividendos.

Por su parte, los accionistas enfrentarán el proceso diversificador con base en la obtención de sinergias (cuando los negocios son relacionados) o de reducción del riesgo (cuando son no relacionados) como principales argumentos explicativos de una mayor capacidad de obtención de rentas que tienda a maximizar su riqueza. La generación de sinergias, a través de economías de alcance y escala, cuando los negocios son similares entre sí, podría justificar suficientemente la decisión de diversificación a favor de los accionistas.

Si la diversificación es no relacionada, el argumento principal desde el punto de vista del accionista es el alto nivel de atractivo que ofrezca la nueva industria. Sin embargo, los accionistas pueden efectuar una valoración del riesgo diferente a la de los directivos en este caso. Efectivamente, la diversificación no relacionada de las actividades empresariales puede reducir el riesgo global de la empresa, lo que favorece especialmente a los directivos al reducir la variabilidad de los beneficios empresariales. Sin embargo, aunque esta diversificación también reduce el riesgo de los accionistas, éstos no están especialmente interesados en ella, dado que pueden diversificar directamente su cartera de inversiones con más facilidad y mayor autonomía, diluyendo su riesgo.

En conclusión, los procesos de diversificación empresarial, especialmente los no relacionados, aparecen guiados en múltiples ocasiones más por los intereses de los directivos, que tratan de satisfacer su función de utilidad, que por los de los propietarios de la empresa, como dictan las normas de buen gobierno. Por lo tanto, los procesos diversificadores que no se basen en la búsqueda de una mayor eficiencia, sino en los intereses de los directivos, posiblemente anularán los beneficios del fenómeno de separación entre propiedad y control, y al contrario, los beneficios de esta separación permitirán a la empresa invertir en proyectos más rentables pero arriesgados, como puede ser la expansión de la empresa en el propio mercado o hacia negocios relacionados.

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