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Tribuna
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Darwin lo hubiera querido así

Qué deben hacer los bancos centrales ante la crisis?, se preguntan insistentemente bancos de inversión, políticos, reguladores y ciudadanos de a pie. Muchos participantes del mercado verán una respuesta digital ante la susodicha pregunta. ¿Se inyectan indiscriminadamente fondos provenientes del erario público en el sistema para arreglar los descosidos provocados por los bancos de inversión? O, por otro lado: ¿se les deja caer, al más propio estilo darwinista de supervivencia del más fuerte? Depende del caso.

Existen entidades que por su estatus ayudan de forma estructural al sistema financiero. Son comparables a los árboles centenarios que dan sustento a un ecosistema. Sin ellos, ningún animal podría existir. Los últimos ejemplos son las agencias que daban soporte al sistema hipotecario en EE UU conocidas como Freddie Mac y Fannie Mae. Me parece de cajón de madera de tabla de pino que estas instituciones deben de ser ayudadas para evitar un colapso potencial en el mercado inmobiliario estadounidense que podía haber sido comparable a la crisis del 29. En estos dos casos, la acertada reacción de la Fed fue la inyección 100.000 millones de dólares en cada institución.

También existen otras entidades que, sin ser tan necesarias, provocarían un colapso mayor si quebrasen que el coste de la ayuda pública necesaria. Son como el follaje que rodea a los árboles en la jungla tropical. Nadie habla de ellas, pero cumplen una función esencial en el sistema. Me gustaría destacar en este grupo a las aseguradoras financieras monolines, como MBIA, Ambac, Security Capital Assurance, FGIC o CIFG.

Una monoline asegura la calificación crediticia de una emisión de bonos haciendo, verbigracia, que la misma mejore hasta niveles de AAA o AA. De esta forma el emisor consigue financiación barata ya que el coste de las primas es muy competitivo. Una empresa del sector eléctrico de calificación crediticia A subiría varios escalones hasta el ansiado AAA gracias al pago de unos exiguos 20 puntos básicos anuales (0,20%). Creo que en este segundo caso también es clave que los bancos centrales acudan al socorro.

Finalmente, existe un tercer grupo de participantes del mercado. Siguiendo con el símil darwiniano, serían los depredadores de la jungla. Son importantes para el sistema, pero se tienen que regular por la acertada acepción survival of the fittest o supervivencia del más fuerte y, bajo mi modesta opinión, no deben ser ayudados por el erario público. El motivo es que estas entidades deben tener un modelo de negocio sustentable en el tiempo o, si bien la volatilidad no se lo permite, ahorrar en los buenos tiempos para cuando lleguen las vacas flacas. Esto es lo que no han hecho los bancos de inversión y las empresas constructoras. Ambos han tomado una visión direccional y apalancada sobre el mercado inmobiliario, que como todos sabemos es cíclico.

Dentro de este tercer grupo, ayer lunes nos levantamos con una nueva noticia bomba comparable -haciendo un símil biológico- a la desaparición de una especie protegida: el descalabro del banco de inversión Lehman Brothers, el cual ha acudido a la socorrida opción del capítulo 11 ante el Tribunal de Bancarrotas en Manhattan.

El capítulo 11, dentro de la regulación de bancarrotas de EE UU, es la opción que toman las firmas que intentan reorganizar su balance para poder hacer frente a sus pasivos y continuar con su negocio. Por otra parte, el capítulo 7 facilita el proceso de liquidación de los activos de aquellas firmas que no tienen intención de seguir operando. En cualquier caso, es una quiebra como Dios manda que hace que los bonos pasen a cotizar a un valor residual que algunos estiman en un 60%. Lehman tenía deuda viva por un total de 613.000 millones de dólares.

Después de los intentos fallidos de sus potenciales compradores Bank of America y Barclays de que papá Fed financiase las pérdidas de Lehman en sus activos, ligados en su mayoría a riesgos inmobiliarios residenciales y comerciales, la Reserva Federal, con buen criterio, se negó a una nueva bajada de pantalones.

Un último ejemplo: la aseguradora AIG está pidiendo 40.000 millones de dólares para financiar pérdidas, que se especulan en 30.000 millones de dólares en su peor trimestre. Creo que ha quedado clara mi postura en lo que a las empresas de este tercer grupo se refiere, y si no, que se lo pregunten a Charles Darwin.

Antonio Rivela. Profesor del Master in Finance de IE Business School

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