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Columna
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Un cum laude de cuidado

El ministro de Economía, vicepresidente segundo del Gobierno y vicesecretario del PP, don Rodrigo Rato Figaredo, ha obtenido días atrás la calificación de sobresaliente cum laude para su tesis doctoral sobre el ajuste fiscal, como modelo explicativo del crecimiento de la economía española habido tras la llegada de su partido al Gobierno y, se sobrentiende, gracias a la política que al respecto ha protagonizado el propio ministro.

La noticia ha tenido discreto eco mediático y escasos comentarios analíticos, pese a su evidente singularidad. Es posible que, tras estrafalarios excesos, como, por ejemplo, prevalerse del cargo de presidente del Gobierno para utilizar el marco del monasterio de El Escorial para celebrar la boda de su hija, a la opinión pública le parezca poco relevante que un superministro en funciones, aspirante, a su vez, a la sucesión de Aznar, aproveche sus conocimientos y las experiencias adquiridas en el ejercicio de su cargo para elevarlas, con las ilustraciones y aderezos propios del caso, a modelo económico para una tesis doctoral.

Incluso puede haber quienes estimen meritorio que una persona que tiene sus miras puestas en tan elevados designios políticos haga el esfuerzo que representa elaborarla. No obstante, hay otros que, por el contrario, interpretan el hecho como una pasada más de los prepotentes dirigentes y miembros del PP y su Gobierno.

Antes de adentrarse en consideraciones de mayor enjundia, no está de más comentar que, contra lo que podría pensarse sobre lo que comporta, en términos de absorción y de exhaustiva dedicación, un cargo público de ese nivel, resulta que Rodrigo Rato ha sido capaz de compatibilizar sus altas funciones con las de elaborar un voluminoso estudio como el que abarca su tesis. No sólo trabajoso por su extensión: es que no hay tesis doctoral que se precie que no incorpore cientos de referencias a lecturas y citas de otros tantos textos, más o menos doctos, lo que, al menos en teoría, supone muchas miles de horas de fatigosa ocupación. Un auténtico trabajo de negros, dicho sea sin ánimo racista.

Claro es que un cierto alivio a tan dura tarea lo ha debido proporcionar el que la haya centrado en un asunto que es parte de su trabajo cotidiano. Lo que, dicho sea de paso, supone cierta falta de pudor y una inevitable presión sobre los miembros del tribunal que ha enjuiciado los méritos de la tesis.

Es bastante probable que, al contrario de la discreción con la que, en general, los medios han tratado el asunto, hubiera tenido mayor resonancia el que el tribunal, en lugar de calificar de sobresaliente cum laude la tesis de marras, le hubiera otorgado una calificación de segunda.

Porque lo que tenían encima de la mesa, aparte su presentación académica, era una exposición de las bondades de la política fiscal del Gobierno, convertida ésta, en cuanto a sus sucesivas y proclamadas rebajas, en mascarón de proa de las anteriores y, parece ser, de las próximas campañas electorales del PP. Política fiscal cuyas excelencias son más que discutibles, a poco que se las examine en términos de equidad en cuanto a la distribución de las cargas, y en términos de suficiencia de recursos del Estado en un país que continúa arrastrando numerosos retrasos, no sólo respecto a coberturas e infraestructuras sociales.

Lo acabado de decir no trata de poner en entredicho la imparcialidad del tribunal que ha valorado el texto. Lo frecuente es que a este tipo de tribunales lleguen tesis cuidadosamente elaboradas y que, también con frecuencia, se les concedan buenas calificaciones. Lo que está en entredicho es la conducta del ministro que les ha endilgado un material cuyo enjuiciamiento se presta a derivaciones extraacadémicas. Las habría tenido con una baja calificación y las tiene con la finalmente concedida, por cuanto da lustre académico a un personaje que aspira a presidir el país y cuya política económica produce sarpullidos a bastantes españoles.

No es ocioso recordar, por referirse al campo sindical y de los trabajadores, que desde el ministerio que encabeza Rato se promovió el intento de reformar el marco legal de la negociación colectiva, cuya propuesta inicial hubiera creado problemas de indudable calado. También merece mención especial que fuera ese ministerio el gran impulsor e inspirador de los contenidos del decretazo, detonante de la primera gran huelga general ejercida durante los Gobiernos del PP, que en términos políticos supuso tan notorio varapalo como para obligarle a rectificar todos y cada uno de sus artículos. A favor de los méritos de Rato, está reconocer que supo endosarle el muerto al Ministerio de Trabajo, cuyo titular sufrió en sus carnes los efectos de quedar convertido en eso que se conoce como cabeza de turco.

Quede aquí de manifiesto que, frente al tufo caudillil que despide Aznar, es preferible y más saludable para la democracia el que exhala Rato. Pero ello no obsta para que muchos ciudadanos le consideren un cum laude de cuidado.

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