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Columna
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El contagio del viento islandés

Parece una maldición nórdica. Islandia la ha vuelto a armar, esta vez físicamente, extendiendo su nube tóxica. El cese total de vuelos por media Europa tiene su bis cómica, si no fuese porque las consecuencias son mucho más inciertas que las de la crisis de la banca islandesa. Si Eyjafjalla continúa arrojando polvo, o si estalla su hermano mayor, Europa afrontará la dura tarea de sobrevivir sin aviones.

Es un desafío inmenso para las aerolíneas comerciales, que pierden según IATA 150 millones de euros al día, y para las de carga. Para firmas como Fedex o UPS, quedarse en tierra es un serio problema. Pero la industria aérea tiene sus planes de contingencia. Uno ha sido hacer vuelos de prueba y felizmente todos han aterrizado sin problemas. Quizá las autoridades regulatorias cambien su postura, pero querrán estar totalmente seguras antes de hacerlo.

Si el volcán no les es favorable, ni el viento, ni las autoridades de aviación, entonces las aerolíneas se dirigirán a las aseguradoras y a los Gobiernos. Las primeras alegarán que es culpa de un acto divino (de un Dios islandés). Los abogados quizá pleiteen. Y es probable que los Gobiernos les concedan créditos de emergencia.

Las exportaciones de productos perecederos, como flores o alimentos frescos, sufren su propio desastre. Los exportadores keniatas afrontan pérdidas millonarias y la economía de África del Este parece duramente tocada. En Europa, solo estarían afectados algunos nichos. Si continúa la interrupción de los vuelos podría tener efectos sobre la atención médica, pues muchos medicamentos se transportan por avión.

Pero el golpe más evidente se focaliza en el transporte de pasajeros. Los viajeros de negocios de larga distancia están buscando sus propias vías. Y la alternativa está en los coches de alquiler y el transporte por tren y carretera. Eurostar, que sufrió con la nieve, prospera con la ceniza. Economías débiles como España o Grecia, dependientes del turismo que llega en avión, empezarán pronto a notarlo.

La nube de ceniza no debería dañar mucho el crecimiento de Europa, pero es una nueva distorsión en un continente ya nervioso: Goldman Sachs afronta acusaciones de fraude; el yuan chino quizá sea revaluado inmediatamente. Las políticas monetarias china e india apretarán pronto y la ceniza volcánica genera más incertidumbre. Islandia parece ser el símbolo de algo importante otra vez.

Ian Campbell

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