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Tribuna
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Los cerdos, en el fango, y los liberales, nacionalizando

El diario Financial Times incluía este lunes a España, junto a Italia, Portugal y Grecia, en una nueva categoría: los países-cerdo o PIGS. El que fue un prestigioso diario económico comienza distanciando a los países-cerdo de la suerte de los países emergentes Brics -Brasil, Rusia, India y China-. El argumento es ciertamente débil: estas economías han crecido gracias a un entorno monetario laxo, y ahora que las condiciones de crédito han cambiado, y que no existe margen para la devaluación de la moneda, estamos abocados a una 'profunda recesión'.

El diario insiste en el profuso acceso de las entidades financieras españolas a la financiación del BCE, y finaliza preguntándose 'si los cerdos terminarán pronto convertidos en panceta'. Es difícil sustraerse a la idea de si la compra, por parte de adquirentes españoles, del banco Abbey, la operadora de telefonía O2 o los aeropuertos BAA, y el contraste entre la solvencia de los bancos españoles y la nacionalización del Northern Rock -contradictoria con un predicamento inglés extremadamente liberal- pueden tener que ver con la gran atención que FT nos dedica.

En los últimos meses hemos asistido a un debate escasamente productivo sobre la existencia de crisis en la economía española. Como ocurre con demasiada frecuencia en la vida pública española, los asuntos de interés son tratados de forma tosca y demagógica. Ojalá no acabemos haciendo nuestra aquella frase de quien, tras haber pasado una temporada de su vida fuera de España, recomendaba, a quienes regresaban como él, mantener la mente off shore.

Esperar a que en momentos de crisis venga mamá Estado a rescatarnos puede resultar un tanto infantil

Según el diccionario de la lengua española de la RAE, una de las siete acepciones del término crisis es 'Cambio brusco en el curso de una enfermedad, ya sea para mejorarse, ya para agravarse el paciente'. Con la lectura reciente de La fuerza del optimismo, de Alejandro Rojas Marcos, me esmero por ser optimista, que es gratis y reporta sustanciosos dividendos. Creo que, en el caso de nuestra economía, el modelo de crecimiento económico -en sustitución de la 'enfermedad'- evolucionará favorablemente por los siguiente motivos.

La economía española ha disfrutado de un ciclo de bonanza caracterizado por la creación de empleo y la abundancia de crédito bancario. Estas circunstancias, junto con la liberalización de algunos sectores de nuestra economía -las telecomunicaciones, y con menor éxito, la energía- han permitido a España prosperar de una forma extraordinaria. Hace una semana estuve en San Antonio Real, Portugal, y tuve ocasión de escuchar a unos turistas ingleses que comparaban con asombro la evolución de España y su vecina Portugal. La inversión realizada en infraestructuras y la existencia de servicios universales de sanidad y educación han sido sin duda muy positivos para el país.

Este crecimiento ha estado acompañado de tres vulnerabilidades:

Hemos invertido menos de lo deseable en actividades productivas -y menos aún en innovación- y demasiado en construcción de viviendas, que presentan un menor valor añadido. La sobreinversión en vivienda es fácil de intuir si consideramos que, desde que a mediados del siglo XX comenzó el éxodo rural, la población de muchas ciudades de tamaño medio se ha duplicado, mientras que la superficie construida se ha multiplicado… ¡por seis! El suelo que ha sido preciso consumir ha ocasionado problemas relacionados con la depuración de aguas, el consumo de energía, la gestión de residuos urbanos y el incremento del tráfico y la contaminación -tanto física como acústica- que se deriva del urbanismo de aluvión, por no hablar del daño estrictamente estético o ambiental.

La competencia entre empresas, que resulta indispensable para que los ciudadanos disfrutemos de las ventajas de la economía de mercado, es manifiestamente mejorable. La tasa de inflación de nuestra economía supera habitualmente a la media comunitaria, lo que resta capacidad a nuestras empresas para competir en los mercados internacionales.

La propensión de los españoles a asumir riesgos empresariales es limitada -nuestros padres nos han animado a preparar unas oposiciones, no a crear una empresa-. El fracaso empresarial ha sido motivo de estigma social, mientras en otros países se valora el aprendizaje derivado del mismo.

Sin embargo el balance es claramente positivo en nuestro desarrollo económico: disfrutamos de una prosperidad y bienestar impensable para nuestros abuelos.

Para llegar a buen puerto tengamos en cuenta que en Estados Unidos, epicentro de la crisis de las hipotecas tóxicas, la economía podría disfrutar de una pronta recuperación, lo que resultaría coherente con la evolución reciente del dólar, después de un prolongado ciclo bajista. Esto sólo es posible en una economía de extraordinaria flexibilidad y dinamismo.

Por ello, será preciso emprender políticas de oferta, y acometer reformas estructurales de escaso rédito electoral, dado su largo periodo de maduración. Están en juego asuntos tan serios como la educación de nuestros hijos, la solvencia futura de la Seguridad Social o la capacidad de nuestra economía para generar puestos de trabajo.

En cualquier caso conviene ser cautos respecto al margen de maniobra que, en materia económica, tienen los Gobiernos. En una economía de mercado, el Gobierno prevé determinados bienes públicos, compensa las externalidades que pueden producir las distintas actividades económicas -como la contaminación-, asegura que todos los ciudadanos tienen acceso a sanidad, educación y vivienda, evita el abuso de monopolistas, fomenta la competencia y asegura el cumplimiento de las leyes. Esperar a que en momentos de crisis venga mamá Estado a rescatarnos puede resultar un tanto infantil.

El Gobierno puede mitigar algunos efectos, recurriendo a la política fiscal, pero poco más. Ahora que nos reincorporamos al trabajo tras las vacaciones, incluyamos el optimismo a nuestra lista de buenos propósitos y aprovechemos para sustituir la crítica apocalíptica por trabajo, ilusión y propuestas constructivas. Concluimos con una respuesta al editor de FT en inglés: envy is not good for you.

José María Nogueira. Economista (jmn@georgetown.edu)

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