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Columna
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El caos griego, un problema europeo

El Parlamento griego aprobaba el domingo un nuevo plan de austeridad. Los Gobiernos de la eurozona y los inversores de todo el mundo pueden haber pensado que, al fin, todo irá bien. El acuerdo sobre las reformas griegas, que abre la puerta a un plan de concesiones de los acreedores privados y nuevos fondos públicos, pretende reducir la deuda del país a un nivel sostenible. Pero esto es un poco más que una ilusión.

Los líderes europeos suspiran con un alivio cobarde, esperando que finalmente hayan quedado aislados del problema griego. De alguna manera, así ha sido. La votación griega ha venido relajando en las últimas semanas las tensiones sobre otros países señalados por sus retos fiscales. Los rendimientos de la deuda española e italiana se han reducido a niveles casi soportables.

Pero Grecia y Europa todavía tienen un largo camino hasta la estabilidad. Los disturbios inundan Atenas mientras sus líderes políticos dedican sus energías a expulsar de sus partidos a quienes se atrevieron a votar en contra del plan de austeridad. Esto acentúa el principal problema de Grecia: la incapacidad de sus Gobiernos para implementar sus decisiones. Hay algo patético en la insistencia de los acreedores para que se hagan más reformas cuando desconocen la ausencia de un funcionamiento adecuado del Estado para implementarlas.

Si no hay contagio, todo dice que la eurozona podría soportar el dolor de una quiebra desordenada de Grecia o su salida unilateral del euro. La economía griega es pequeña, los acreedores privados no tendrán mucho más que perder después del acuerdo actual, y los bancos están siendo reestructurados. Pero seguirán en juego unos 150.000 millones de euros de préstamos públicos, y el Eurosistema tendría una exposición de 109.000 millones al banco central griego. La eurozona está comprando tiempo. Debería asegurarse de que lo utiliza para sacar a Grecia de su espiral actual.

Por P. Briançon / N. Unmack

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