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Tribuna
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El BCE no ayuda

Una vez más, el Banco Central Europeo ha defraudado tanto en su política de tipos como en la manera de entender y encarar la situación económica de la zona euro. Como era ampliamente esperado, el pasado jueves el consejo de gobierno del BCE mantuvo el tipo de interés de intervención en 1,5%, principalmente porque "los riesgos al alza para la inflación están equilibrados".

El panorama económico mundial se ha ensombrecido en los últimos trimestres, y los principales organismos internacionales vaticinan crecimientos muy débiles, o incluso negativos, para las grandes potencias del euro a finales del presente año. El reciente informe de la OCDE achaca este tremendo debilitamiento al estancamiento del comercio internacional. No olvidemos que las exportaciones han sido el principal resorte económico de Alemania en los últimos años, y que Estados Unidos confiaba en el sector exterior para liderar su recuperación económica. De ahí las medidas del equipo de Obama en los últimos trimestres, para depreciar el dólar. Ante esta situación, urge, más que nunca, que en todas partes las autoridades monetarias y fiscales unan sus fuerzas, adoptando medidas de estímulo complementarias. En esa línea, el mencionado informe de la OCDE recomienda, sin ninguna ambigüedad, que los bancos centrales ayuden a sus respectivos Gobiernos con medidas monetarias expansivas.

Las autoridades norteamericanas lo han entendido muy bien. La Reserva Federal adoptará en breve un nuevo plan de monetización de activos (tercera ronda de flexibilización cuantitativa, QE3) por un volumen de entre 300.000 a 400.000 millones de dólares, a la vez que se ha comprometido a mantener el tipo de interés muy cerca de cero como mínimo hasta mediados de 2013. Son auténticas vitaminas para el plan expansivo -por un valor similar de dólares- que el presidente Obama presentó también el pasado jueves en el Congreso, destinado fundamentalmente a impulsar la creación de empleo.

En Japón, el banco central también ha echado una mano al Gobierno manteniendo los tipos prácticamente al nivel cero -como ha hecho sin interrupción desde diciembre de 2008-, incrementando las facilidades crediticias a la banca y, muy recientemente, comprando dólares masivamente en el mercado de divisas para frenar la escalada del yen. El Banco Central de Inglaterra ayuda al Gobierno británico manteniendo -desde finales de 2008- un tipo de interés de 0,5%, y fomentando la caída de la libra esterlina (que se ha depreciado frente al euro en más de 25% desde finales de 2007).

Por desgracia, nada de esto sucede en la zona euro. El BCE practica una estrategia de metas de inflación más severa y rígida que la que está en uso en el resto de países desarrollados, como EE UU, Reino Unido o Nueva Zelanda, por poner algunos ejemplos. En virtud de la cual, sus dirigentes consideran que mantener su independencia de los poderes políticos y no degradar su credibilidad antiinflacionista edificada en los últimos años son elementos irrenunciables bajo cualquier circunstancia. En mi opinión, si el BCE hubiera bajado su tipo de interés director hasta el 1% -para llegar incluso un poco más bajo de aquí a finales de año- ninguno de estos dos elementos esenciales quedaría dañado. Primero, porque los estímulos que requiere esta grave situación son excepcionales, como lo son también las provisiones de incumplimiento de déficit público en las normativas aprobadas recientemente por los Parlamentos de Alemania y de España. Recordemos que los límites de déficit previstos en estos países se relajan en casos de crisis profundas y cataclismos económicos imprevistos y por tanto incontrolables por los Gobiernos. Segundo, porque la tasa de inflación de la zona euro no está en peligro e incluso señala una tendencia a la baja, determinada por la reciente evolución de los precios de las materias primas. Tercero, porque bajando el tipo de interés de la eurozona, el BCE aportaría una defensa a los sectores exportadores de los países miembros frente a las depreciaciones de las restantes divisas fuertes, impulsadas principalmente por los bancos centrales de EE UU, Japón y, muy recientemente, Suiza.

Aunque no faltan las encendidas defensas orales de la zona euro y su insigne divisa, por parte de todos los dirigentes europeos, lo cierto es que frente a la aguda crisis económica que padecemos, los países miembros siguen desarmados en políticas económicas. En política fiscal y presupuestaria, carecen de gobernanza económica conjunta y los más necesitados están atenazados por drásticas políticas de austeridad y de ajuste. En política monetaria, el BCE les impone condiciones más estrictas que en el resto del mundo desarrollado, y les deja indefensos frente a la guerra de divisas.

José García Solanes. Catedrático de Análisis Económico de la Universidad de Murcia

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