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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La banca de Irlanda o la raíz del problema

Irlanda fue uno de los primeros países con problemas fiscales, si no el primero, que tomó drásticas medidas de ajuste del gasto público en 2009, incluidos recortes severos en la remuneración de sus funcionarios, y con un consenso político caso inmediato. Mientras el mercado castigaba a Grecia en el primer trimestre de 2010, porque se había convertido en una caja de sorpresas que cada día sacaba crecientes cifras de déficit y deuda, la unidad política y el reconocimiento rápido de sus dificultades había proporcionado a Irlanda cierta bula financiera. Pero la aparición de dificultades de financiación de sus bancos, un pesado gigante con pies de barro (tiene un apalancamiento que es 10 veces el PIB), ha disparado las alarmas.

Tras los 50.000 millones de euros de capital inyectado por el Gobierno de Dublín en sus bancos, y que han llevado el déficit de este año a más allá del 30% del PIB, el mercado sospecha que no ha culminado la recapitalización, puesto que cuantos más meses se acumulen de crisis más se deterioran los activos crediticios y mayor será la exigencia de capital para taponar la sangría de sus pérdidas. En ese contexto, los inversores internacionales han retirado la confianza a Irlanda y la financiación de su Tesoro, el garante de los bancos, está en cuestión. Y lo está tanto, que la idea de acogerse al rescate de Bruselas no es una posibilidad remota, sino una probabilidad cercana. Hasta el punto de que los operadores del mercado parecen quedarse más tranquilos con el rescate que con la amenaza del rescate.

Irlanda no precisa fondos en el medio plazo y sus necesidades de refinanciación son de sólo 35.000 millones de euros en 2011 y a partir de marzo. Pero no oculta que mantiene contactos acelerados con Fráncfort y Bruselas para alcanzar un arreglo que saque a las finanzas dublinesas del huracán que las zarandea y deje así de presionar también el resto de países periféricos, entre ellos Portugal, también con problemas de consenso político, y España.

Dublín plantea que se mantenga la línea indefinida de refinanciación del BCE a sus bancos (en octubre absorbieron uno de cada tres euros, cuando la economía irlandesa solo pesa un 2,5% de la zona euro), e incluso que sea el propio fondo de rescate comunitario quien capitalice a los bancos celtas. Las autoridades comunitarias no han dicho que no, y podría abrirse una nueva fórmula de financiación de los bancos zombies en Europa. Es muy difícil explicar una decisión así, porque una cosa es asegurar la refinanciación de sus deudas, aunque sean las deudas de un país zombi, y otra capitalizarlas y convertirse en el primer accionista de unos bancos zombies. Tal decisión incurriría, una vez más, en un riesgo moral inadmisible para el común de los contribuyentes europeos, agravado además por tratarse de un país que hace una política fiscal societaria competitiva para estimular su crecimiento a costa de sus socios.

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