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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Otro balón de oxígeno más para Grecia

Alemania y Francia hicieron público ayer de un modo consistente y sin fisuras su apoyo a Grecia y el firme compromiso de mantener a flote el país, sobre el que se mostraron "convencidos" de que seguirá en la zona euro. En una jornada nuevamente marcada por la incertidumbre generada por la inestable coyuntura griega, la videoconferencia a tres bandas entre Berlín, París y Atenas se saldó con dos claros mensajes. El primero recordó que Grecia es un miembro integral de la zona euro y que como tal cuenta con el apoyo de sus vecinos. El segundo reafirmó que el país heleno está dispuesto a cumplir con los compromisos adquiridos a cambio de su rescate financiero y descartó los "rumores" sobre una posible salida de la eurozona.

El principal objetivo de la conferencia telefónica entre los tres líderes europeos no era otro que calmar los ánimos de los mercados tras unos últimos días de extrema tensión, marcados por la petición por parte del Gobierno griego de una flexibilización de los objetivos de déficit público para este año y por la amenaza de la troika (UE, BCE y FMI) de cerrar el grifo del rescate si esos objetivos no eran finalmente cumplidos. Con la conversación mantenida ayer, los líderes del eje francoalemán, Angela Merkel y Nicolas Sarkozy, vuelven a respaldar los acuerdos alcanzados el pasado mes de julio por los que se quiere ampliar el fondo de rescate permanente y se diferían los plazos de los préstamos a Grecia. Por su parte, el primer ministro griego, Yorgos Papandreu, pliega velas y renueva públicamente el compromiso del país con su lista de deberes pendientes. Con ese gesto de obediencia, Atenas busca facilitar la aprobación en los Parlamentos nacionales de sus vecinos europeos de la ampliación del fondo de rescate. Un objetivo que ayer no tuvo un día afortunado, tras el retraso por Austria de la votación sobre la ampliación del fondo, en otro ejemplo más de la descoordinación europea, compensado por Italia, que sí dio luz verde a su segundo plan de ajuste, que asciende a 54.000 millones.

El respaldo francoalemán a Grecia no deja de ser un balón de oxígeno dirigido a apuntalar una situación que a día de hoy no parece tener fecha de caducidad. La incapacidad de la economía griega para hacer frente al pago de sus obligaciones es ya obvia, como también lo es el altísimo coste que las severas condiciones del rescate están suponiendo para la exangüe economía helena y para el futuro del país.

Pese al férreo cierre de filas de Merkel y Sarkozy junto a Papandreu, cada vez son más las voces que sugieren la conveniencia de avanzar en un horizonte no inmediato, pero cercano, hacia una quiebra controlada del país. Ese fue el caso, a principios de semana, del propio ministro alemán de Economía, Philipp Roesler, quien abogaba en un artículo publicado en la prensa de su país por esa solución. La quiebra controlada de Grecia constituye una opción espinosa que tiene evidentes riesgos, pero también importantes ventajas. Entre los primeros destaca el severo coste reputacional que tendría para la zona euro y, en especial, para las economías más débiles dentro de ella; entre los segundos, la posibilidad poner punto final de una sola vez y a un menor coste financiero a un proceso que amenaza con convertirse en crónico.

Articular una quiebra controlada obligaría a cubrir la elevada exposición del núcleo del sistema financiero europeo, pero también enviaría un mensaje desincentivador a los especuladores de los mercados. Constituiría asimismo una forma de poner coto a los daños colaterales, en materia de cohesión de la ciudadanía europea, que la crisis financiera está produciendo en el seno la zona euro. Según el informe Trasatlantic Trends, dado a conocer ayer, seis de cada diez europeos están convencidos de que la moneda única les ha perjudicado y abogan por que los países comunitarios mantengan su soberanía económica. El porcentaje de euroescépticos se ha duplicado en solo un año, alimentado por el deterioro económico -pero también político-, el recrudecimiento de la crisis de deuda soberana y el coste del segundo rescate griego. Es precisamente este último capítulo, la contribución al fondo de rescate, el que divide con mayor claridad lo que ya se perfila como dos Europas. Esa fractura y ese creciente escepticismo son dos grandes riesgos que afronta la eurozona.

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