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Columna
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Un balance para Europa

Concluye el semestre de la presidencia rotatoria española de la Unión Europea y andamos de balance. El del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, es positivo. El del jefe de la oposición, Mariano Rajoy, es de catástrofe. Algunas de las ocasiones más lucidas se evaporaron como por ejemplo la de la cumbre UE-Estados Unidos que hubiera traído a Madrid al presidente Barack Obama. Otros encuentros se quedaron en la espuma. La crisis económica coloreó la situación. Nuestro país recibió los embates más duros a partir del estallido griego. Los mercados que se alientan de impresiones y de oportunidades de negocio enfocaron su atención hacia nuestras debilidades. Pasaron por alto los buenos ejemplos que habíamos dado con el comportamiento de la banca. Los aprendizajes de nuestra crisis bancaria de los años ochenta habían inducido un escarmiento en términos de provisiones obligatorias y estricta supervisión por el Banco de España. Otros socios de la UE fueron los que se vieron precisados a prestar socorro y capitalizar sus instituciones financieras en graves dificultades, mientras en España no hizo falta.

Pero nadie resiste un examen focalizado, a base del microscopio electrónico. La burbuja inmobiliaria apareció en todo su esplendor y afloraron los problemas de las cajas de ahorro para las que se ideó un sistema de fusiones en caliente o en frío que les permitieran sanearse, ganar tamaño y acceder a los fondos del FROB bajo autorización de Bruselas. Luego nosotros, que estábamos tan contentos porque a pesar del deterioro de otras variables como el déficit podíamos presentar unas cifras de deuda pública comparativamente favorables, fuimos instruidos acerca de la gravedad de la deuda privada. Aprendimos que nuestros bancos y nuestras empresas estaban endeudadas en el extranjero y que enseguida vencerían los plazos para renovar esos compromisos. Así que nos tenían enganchados. Mientras tanto, se puso en marcha la máquina de los rumores perversos. Procedían de Alemania y del Reino Unido y en alguna ocasión hubieron de ser desmentidos en Bruselas. Pero nuestra Angela Merkel daba en Berlín esa clase de respuestas que hubieran merecido el dicho de Cantinflas de "no me defiendas compadre".

A la presidencia rotatoria española le correspondió inaugurar las instituciones nacidas del Tratado de Lisboa que entraba al mismo tiempo en vigor. Teníamos que habérnoslas con el nuevo presidente del Consejo Europeo, posición para la que fue designado Herman van Rompuy. Reconozcamos que la actitud española fue impecable al respecto. Que no hubiera pugna alguna por el protagonismo podría figurar en nuestro haber, aunque los críticos vean en este comportamiento una incapacidad para ocupar el propio espacio institucional. En todo caso la maquinaria de la Administración española funcionó también al servicio de un desvalido van Rompuy sin fricciones. Los consejos de ministros sectoriales trabajaron en sus ámbitos de competencia bajo la presidencia de los titulares respectivos de las carteras ministeriales españoles. Avanzaron de manera desigual. Se dejó notar ese espíritu apostólico que caracteriza la etapa de Zapatero. Fue visible el afán de contagiar a la UE cuanto se refiere a los nuevos derechos en el plano de la violencia de género y otros concomitantes no siempre bien recibidos por los socios de la UE.

La prioridad de reconducir el déficit hubo de ser abordada con recortes que enseguida aplicaron nuestros hermanos mayores en Alemania, Francia o el Reino Unido. De manera que el estigma de ser una economía intervenida, un país bajo protectorado quedó desacreditado. Ahora nos encaminamos hacia la reunión del G-20, mientras observamos a nuestros aliados del otro lado del Atlántico decididos a sostener los estímulos fiscales para reanimar la economía sin obsesión alguna por el déficit. Europa empieza a dudar de su modelo y se siente cercada por los de Pekín y Washington. Como señalaba la viñeta de El Roto en El País donde sobre las ruinas del Partenón campeaba la leyenda según la cual para salir adelante solo cabía instalar un McDonald's o poner un restaurante de comida china. Una vez más queda claro que o Europa contagia prosperidades o importará precariedades y que o difunde derechos y libertades o importará esclavitudes. Veremos.

Miguel Ángel Aguilar. Periodista

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