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Tribuna
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Aumenta el dilema monetario

Las cifras de PIB del primer trimestre del área del euro han sido propias, en su conjunto, de una fase cíclica expansiva. Un avance del 0,8% trimestral representa más del 3% anualizado. De hecho, son valores propios de una fase muy expansiva teniendo en cuenta que el promedio de crecimiento desde la constitución de la Unión Monetaria se había situado en torno al 2% hasta el inicio de la crisis. Hay que destacar aquí no solo a Alemania y a Francia, que constituyen aproximadamente la mitad de la economía del área y tienen un efecto arrastre significativo sobre el resto del área, sino otra serie de economías centrales de menor tamaño, los países del Benelux, Finlandia y Austria, que suman en torno a un 15% del PIB total. Este conjunto de países muestra un especial dinamismo, compartido, en diferente intensidad, por el impulso exterior y por la demanda interna, resultado de la capitalización del crecimiento de los emergentes y de la ausencia de grandes desequilibrios domésticos en la antesala de la crisis, respectivamente.

El otro tercio de la economía de la moneda única lo constituyen Italia, España, Grecia, Portugal e Irlanda, con dificultades evidentes en su capacidad de generar crecimiento. A pesar de que el impulso de las exportaciones está siendo también muy significativo, este no se ve correspondido por el de la demanda interna. Los problemas se encuentran en un amplio conjunto de factores, con incidencia diferencial en cada uno de los países: desequilibrios fiscales y dudas sobre la sostenibilidad de la deuda pública, elevado endeudamiento privado, dificultades de liquidez del sistema financiero, desajustes inmobiliarios, acumulación de desempleo y deficiencias competitivas en el conjunto o en sectores de la economía. Todo ello condiciona un crecimiento lento durante un periodo de tiempo no despreciable. Las reformas son necesarias, pero se ha de ser consciente de su impacto retardado, lo que hace más necesario que nunca que las medidas sean las adecuadas.

En el caso de España, por ejemplo, la reciente proyección de la OCDE, advirtiendo de que la tasa de paro no volverá a los niveles previos a la crisis antes de 15 años, no es una visión apocalíptica, sino la aplicación de parámetros razonables sobre la traslación de un bajo crecimiento a un bajo aumento del empleo. Pero tampoco quiere decir que el futuro esté totalmente escrito, ni que no se deba trabajar en soluciones para que las previsiones negativas no se cumplan y no generen además problemas adicionales (en el caso del paro, por ejemplo, por el elevadísimo desempleo de larga duración, cercano ya al 50%, o por el agotamiento de las prestaciones).

Por su parte, en Grecia, el ruido respecto al futuro de su deuda pública (de su sistema financiero y de su economía por extensión) ha alcanzado máximos en el año de crisis soberana periférica transcurrido. Además, este ruido se ha transmitido ampliamente y con intensidad, alcanzando al conjunto de economías periféricas, con la inestimable ayuda de las rebajas crediticias de Irlanda y Portugal y la puesta en perspectiva negativa de la calificación italiana. Hoy por hoy, la situación es muy complicada. Y lo es porque cualquier solución potencial acarrea sacrificios, costes y dificultades de gran magnitud.

El marco descrito, de bajo crecimiento potencial de una tercera parte de la Unión Monetaria y elevada incertidumbre en torno a la resolución de la deuda soberana de estos mismos países, no encuentra fronteras en las de estas economías, ya que las implicaciones directas e indirectas afectan a los otros dos tercios del área del euro, en situación saneada actualmente, sobre todo si se realiza un escenario de crecimiento de los emergentes más moderado, como apuntan indicadores parciales del segundo trimestre. Sin embargo, los tipos de interés han comenzado en el área del euro una senda alcista con el consiguiente encarecimiento de la financiación para el sector privado y público. En este sentido, cabe tener la esperanza que el BCE abandone su enroque, motivado en una inflación pasada superior a su referencia (aunque en gran parte de naturaleza transitoria) y no ponga trabas innecesarias en una recuperación ya de por sí complicada. O al menos, que haya aumentado el dilema monetario que tiene sobre la mesa, siendo más sensible a los riesgos para el crecimiento mundial.

Xavier Segura. Director del Servicio de Estudios de Catalunya Caixa

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