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Tribuna
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El arte de callar

Mi amigo Teo, del que he escrito en alguna ocasión, cada mes de julio envía la relación de sus libros preferidos para que, si nos place, los leamos en vacaciones. Favor que hace a sus amigos, y que le agradecemos poco, porque, cuando llegan los calores, uno no sabe muy bien qué lecturas elegir, pasa de todo y lo único que le importa es que, cuanto antes, llegue el ansiado, necesario y casi siempre oportuno veraneo. La lista de Teo soluciona o al menos acota las dificultades intrínsecas de cualquier duda sobre nuestra lecturas estivales.

Este año, sin embargo, mi amigo ha olvidado recomendar un simpático libro que se acaba de publicar: El arte de callar, del Abate Dinouart, escrito en 1771 y reeditado por Ediciones Siruela hace sólo tres meses. Frente a los famosos y antiguos tratados de retórica y a los innumerables libros (de ayuda, dicen) sobre cómo debemos hablar en público y en privado, aprender a guardar silencio no deja de ser también un arte en el que podríamos iniciarnos en estas fechas. Algo hemos avanzado porque, aunque no sé si leen, en agosto casi todos callan: los políticos (¡laus deo!), los que escriben artículos y los analistas de toda condición, las empresas, los directivos y los famosos tertulianos; y hasta los medios de comunicación nos descubren la cara amable de la noticia y se empeñan en buscar el divertimento de sus lectores con temas frescos y poco comprometidos. Incluso algunos periódicos y revistas llevan años publicando en estas fechas una revista de verano con amplias secciones de cultura, aire libre, moda, espectáculos y gastronomía, eso que no falte.

Sin que se entere Teo, este año -cuando salga de vacaciones- sólo llevaré conmigo el librito del Abate Dinouart, para ver si soy capaz de darme cuenta, después de leer y releer los mensajes de su autor, de que 'únicamente soy/ mi libertad y mis palabras', como remachan los hermosos versos de Caballero Bonald.

Volvamos a nuestro Abate que, entre otras cosas, fue excolmugado y tenía fama de ser un plagiador nato. Dinouart escribe que 'el primer grado de la sabiduría es saber callar; el segundo es saber hablar poco y moderarse en el discurso; el tercero es saber hablar mucho, sin hablar mal y sin hablar demasiado'. Probablemente la reflexión/afirmación esté copiada de alguien, pero encierra mucho de verdad, más allá de que lo de estar en silencio es una situación, un algo a veces tan lejano y difícil, pero siempre tan hermoso, que -por eso precisamente- sólo aciertan a expresarlo los poetas: 'Callando cuando se ha recordado mucho, cuando no se puede recordar' (Claudio Rodríguez, Poemas Laterales).

Existen algunas diferencias entre estar callado, normalmente porque no se sabe qué decir, y estar voluntaria y conscientemente en silencio. Como las hay entre una cosa grande y una gran cosa. Lo grande es aquello que supera en tamaño, importancia e intensidad a lo normal: un piso grande, un automóvil grande, una empresa grande. Por contra, y a veces como complemento, gran es un adjetivo que sólo se usa en singular y delante del sustantivo, precisamente para realzar su importancia: un gran hombre, un gran proyecto, un gran futuro, un gran silencio…

Habría que pedirles a los jefes que callaran más y hablaran menos, y que fueran capaces de perder el tiempo escuchando a los que de ellos dependen. Muchas veces los que menos tienen que decir suelen hablar demasiado, casi siempre a gritos y a destiempo; y sería estupendo que olvidáramos tanta retórica y que todos hiciéramos menos reuniones, que muchas veces no sirven para nada, yendo grano en los asuntos que se nos encomiendan y no por los cerros de mi æscaron;beda. A lo mejor el blablablá de los que mandan, o los decibelios de más, son algunas de las razones por las que, según la reciente encuesta Accor, un 45% de los trabajadores españoles (63% en el sector financiero) está insatisfecho con su trabajo y le gustaría -si pudiera- abandonar su empresa. Los empleados, revela el estudio, están descontentos por la falta de reconocimiento que padecen y, como consecuencia, florece su espíritu crítico y se hace patente una mayor fragilidad en las relaciones trabajador-empresa. Lo que nos faltaba.

Digo yo que podríamos aprovechar las vacaciones, el descanso o lo que sea para meditar sobre el particular; eso sí, en silencio, y luego buscar soluciones y aplicarlas. Ahora es tiempo para callar, igual que hay un tiempo para hablar y, como tiene escrito nuestro famoso Abate, 'sólo se debe dejar de callar cuando se tiene algo que decir más valioso que el silencio'. Cosa que es cierta, pero es que, además, como medida de precaución habría que recordar que en boca cerrada no entran moscas. Y ahora estamos en verano, estación en la que abundan tales insectos, bichejos o lo que sean. Callemos, pues, hasta septiembre, que ya tendremos oportunidad de seguir diciendo tonterías.

Feliz y merecido descanso.

Juan José Almagro. Director general de Comunicación y Responsabilidad Social de Mapfre

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