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Tribuna
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¡Toma... que este euro vale menos!

El quiosquero que me guarda diariamente la prensa me entregó, entre otras monedas, un euro griego. Esbozando una sonrisa, me alcanzó ese euro que tenía separado del resto de monedas y dijo "toma... que este vale menos". La acción de separar y aislar los euros griegos como su comentario me impactaron, pero responden a un comportamiento económicamente impecable.

De siempre, la acuñación de moneda ha sido privilegio de los reyes. Estos, monarcas de muchos Estados europeos, solían acuñar monedas con distinto peso en oro (valor intrínseco) pero igual valor nominal. Estas diferencias en su contenido en oro propició que los operadores en el mercado utilizaran la moneda tarada en los pagos internos mientras que la buena la atesoraban, fundían o usaban en pagos internacionales, ya que los extranjeros no aceptaban una moneda tarada como medio de pago.

Sustraer parte del metal precioso de las monedas pretendiendo mantener su valor nominal o facial es depreciar las mismas. Más monedas malas harán falta para pagar las mismas deudas y eso genera inflación. Se trata de un autoengaño mendaz y cortoplacista que denota un inmenso desprecio por la propia moneda y ciudadanía. Este proceso combinado de depreciación e inflación era, y es, un reflejo de la crisis y decadencia del Estado.

El mercader y financiero inglés sir Thomas Gresham analizó en el siglo XVI este comportamiento y fue él quien enunció sus principios que hoy se sintetizan en la conocida Ley que lleva su nombre, a saber: "La moneda mala (bajo contenido de oro) desplaza a la buena (alto contenido de oro)".

En el entorno de la Unión Monetaria los Estados conservan la facultad de acuñar las monedas y piezas fraccionarias. æpermil;stas ya no son de oro pero se les otorga un mismo valor intrínseco. Sin embargo, como antaño, los operadores financieros, en particular, y la ciudadanía, en general, son conscientes de que la situación económica de los Estados europeos no es la misma en cada caso. La capacidad de afrontar las obligaciones de pago difiere sustancialmente de unos Estados a otros. De ahí las diferentes calificaciones que otorgan las agencias de rating a cada deuda soberana y el diferencial de tipos de interés que existe entre las mismas. Grecia, Portugal o España deben poner encima de la mesa más euros que Alemania para pagar compromisos de igual importe. La lectura inmediata es que la solvencia de aquellos Estados es menor y, por tanto, sus euros valen menos. Como muestra un botón: la rebaja del rating de la deuda española realizada por Standard & Poor's.

Lo que me sucedió implica que en parte de la población ha calado el discurso de los operadores financieros. La Ley de Gresham vuelve a mandar y los euros que lucen la lechuza de antiguos dracmas, los sellos reales de Dom Alfonso Henriques o el retrato de nuestro monarca, hoy valen menos y circularán más.

Me deshice pronto de la lechuza pagando con ella, y algunas monedas más, el desayuno de aquel día. Desde entonces prefiero conservar en el monedero euros en los que aparezca grabada el águila.

Miguel Ángel Martínez Conde. Abogado-economista socio de Vía Abogados, SLP

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