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Columna
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¿Recesión?

Carlos Sebastián

El NBER (una institución privada americana que nació en los años treinta para el estudio de los ciclos económicos) definió inicialmente una recesión como 'un periodo en el que el ritmo de la actividad económica desciende significativamente'. Más adelante precisó el concepto, cuantificándolo mediante la convención de definir la existencia de una recesión cuando el PIB desciende durante dos trimestres consecutivos.

En la historia contemporánea española ha habido una largo periodo recesivo, de acuerdo con la primera definición, entre 1975 y 1984, dentro del cual se produjeron dos recesiones de acuerdo con la segunda definición, pero con un crecimiento muy bajo en el resto de los años, y una recesión, de acuerdo con ambas definiciones, en 1992-1993, periodo en el que el PIB cayó durante cinco o seis (dependiendo de la contabilidad nacional que uno utilice) trimestres consecutivos.

Sin desear entrar en polémicas semánticas, la economía española está en una recesión según la primera (vaga) definición y hay una probabilidad no despreciable de que entre próximamente en una recesión según la segunda.

Frente a la situación vivida en 1992-1993, ahora los tipos son sensiblemente menores, gracias al euro, y la economía es algo más flexible

La actual situación de la economía española es sensiblemente mejor que la que existía durante la década en la que se produjo la recesión citada en primer lugar. Pese a las actuales deficiencias en el entramado productivo (que hemos mencionado muchas veces, incluso cuando reinaba el triunfalismo), la economía española tiene mucho más músculo que entonces, sus empresas están más equilibradas (el desequilibrio energético, laboral y financiero de las empresas a principios de los ochenta prolongó e hizo más doloroso el ajuste), pese a la morosidad creciente hay ahora un sistema bancario sólido (entonces hubo serias dificultades de bancos con intereses industriales), los mercados son más flexibles y las instituciones económicas (pese a su baja calidad relativa) son mejores que entonces.

En aquella década se produjo un fuerte crecimiento del paro (la tasa pasó del 5% al 16%), con una cobertura social mucho menor que la de ahora, y aparecieron los primeros desequilibrios en las cuentas públicas, pues un arcaico sistema fiscal, que fue reformado en los ochenta, no generó ingresos suficientes para financiar el gasto creciente, respuesta a una demanda social de acercamiento de nuestra realidad a la europea.

Entonces se produjo un aumento del precio del petróleo en unas proporciones aún mayores que las actuales (se multiplicó por 10 en seis años) y en los últimos años de la dictadura y en los primeros de la transición hubo una enorme presión salarial (frente a la relativa moderación actual). Por tanto tuvimos, como ahora, un shock de oferta, pero de muchas mayores proporciones. Y lo sufrió una economía extraordinariamente frágil en una situación política con otras prioridades.

La comparación de la actual situación con la de 1992-1993 produce unos resultados menos disímiles, pero con algunas diferencias notables. Como aspectos negativos de la situación actual, entonces no se vivió el shock de las materias primas (energéticas, minerales y agrícolas) que estamos sufriendo ahora; el endeudamiento de las familias, siendo alto, era entonces menor que el actual, y la burbuja inmobiliaria (que pinchó a principios de 1992) era mucho menor que la reciente. Tampoco hubo la crisis financiera que hoy está atentando a la liquidez de las entidades de crédito (y que todavía asusta, aunque menos que hace unos meses).

Como aspectos positivos, ahora los tipos de interés (gracias al euro) son sensiblemente menores y la economía es algo más flexible. A esta flexibilidad contribuye la población activa de origen inmigrante, que tiene una función objetiva diferente que la nacional y está dispuesta en tiempos de crisis a trabajar más y por un salario algo menor. No se me interprete mal. No estoy defendiendo el trabajo irregular y la explotación de los inmigrantes (que desgraciadamente la hay), sino que estoy apuntando a que la presencia de trabajadores que están dispuestos a trabajar en tiempos de crisis, con sus derechos y coberturas, pero más horas y por un salario efectivo menor, porque su objetivo es mandar remesas a casa y volver cuanto antes, ayuda a que el impacto de la crisis sea menor y a mantener puestos de trabajadores nacionales.

Hay también diferencias en el marco de la política económica. Entonces se devaluó la peseta y se compensó la apreciación del tipo de cambio real experimentada a lo largo de los seis años anteriores; ahora también ha habido una apreciación (menor que entonces) del tipo de cambio real y no se puede recurrir a la devaluación nominal.

Entonces las cuentas públicas estaban desequilibradas y no se pudieron intensificar los estabilizadores fiscales automáticos (de hecho, hubo que reducirlos) y ahora se ha partido con superávit y se han intensificado en alguna medida los estabilizadores (y se podría hacer más en este sentido). Probablemente el peso negativo del primer aspecto es mayor que el positivo del segundo.

En definitiva. Ningún motivo para comparar la actual situación con la larga recesión 1975-1984 (ni siquiera, como hacen algunos agoreros, recordando los seis años que lleva Portugal en un estado parecido). Pero no está claro si las perspectivas de la situación actual son peores o mejores que la experiencia de principios de los noventa. Y después, cuando se supere esta crisis, a crecer a una tasa como la de Alemania (a no ser que se produzca un radical cambio de tendencia en la evolución de la productividad).

Carlos Sebastián. Catedrático de Análisis Económico de la Universidad Complutense

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