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Tribuna
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¿Perdurarán las energéticas de hoy?

Para asegurar su futuro, las empresas del sector energético deben afrontar desafíos que van desde los gases de efecto invernadero hasta el compromiso con las comunidades locales enque están sus instalaciones, según el autor. Ensuopinión, la supervivencia de las energéticas depende de su capacidad de adaptación a los cambios.

Ha transcurrido poco más de un siglo desde que en la Barcelona de 1881 se creó la primera empresa eléctrica española ­la Sociedad Española de Electricidad­ y 76 años desde que en 1930 se construía la primera refinería española en Tenerife. Con este breve recorrido, y en un país con testimoniales recursos energéticos, se ha creado una industria cuyas cinco primeras empresas generan ventas por valor más de 100.000 millones, lo que equivale aproximadamente al PIB de un país como Nueva Zelanda o Irlanda.

Sin embargo, pese a la importancia indiscutible para el bienestar y el progreso de las naciones, las amenazas a su desarrollo parecen sucederse y no forman parte generalmente de los indicadores de sus cuadros de mando.

Al agotamiento evidente de un recurso finito o la inestabilidad sociopolítica de los entornos en los que se encuentran los recursos energéticos, se han sumado los efectos que provocan sobre el cambio climático, inquietantes fallos en la confianza del servicio o las limitaciones para asegurar el suministro de economías en despegue. Llegados a este punto, nos preguntarnos si tenemos en cuenta en las estrategias de diseño de estos negocios, los desafíos que verdaderamente harán del sector energético un negocio con futuro, tal y como lo entendemos hoy.

En 1983, Royal Dutch Shell encargó a uno de sus economistas de cabecera, Arie de Geus, una investigación que profundizara sobre cuáles eran los secretos de la empresas longevas. Una primera observación determinó que la expectativa de vida en el mundo empresarial es inferior a una veintena de años y que la empresa más antigua en el sector era la propia Shell nacida en 1907, tan solo unos años antes que nuestra Cepsa.

Como determinó el estudio del señor De Geus, el futuro del sector y por tanto la calidad de su management ha dependido, entre otros factores, de su capacidad para interpretar las señales del entorno y de su adaptación a los cambios transformando muchas de las amenazas en oportunidades.

Pongamos entonces de manifiesto dos de estas señales que por su relevancia para el negocio pueden servir para distinguir empresas que probablemente terminarán la próxima década de aquellas que seguramente formarán parte de las marcas olvidadas. La primera sin duda es el entendimiento de las consecuencias de los gases de efecto invernadero. Este es un desafío de incalculable magnitud que atañe al sector al completo de forma determinante. El ejemplo pionero de BP ­ayer British Petroleum, hoy Beyond Petroleum­ puede ser ilustrativo.

Que el cambio climático por causas antropogénicas existe es, desde luego, una verdad incomoda, como se titula la película que Al Gore promociona por todo el mundo. Máxime en un país en crecimiento como el nuestro y una sociedad tan dependiente de los recursos energéticos. Sin embargo muchas empresas siguen observando como si se tratase de una pesadilla de la que pronto despertaremos. Sin embargo, lo siento, todo parece indicar según el último informe del Comité de Expertos de Naciones Unidas que es una realidad que transformará el diseño del progreso tal y como lo entendemos hoy hacia una economía baja en carbono, elemento del sistema periódico clave para el global de la industria energética. ¿Están nuestras empresas energéticas realmente preparadas para este reto? Otro elemento crítico es la capacidad de gestión del compromiso con la comunidad local. Una central térmica, una refinería o una plataforma de extracción de crudo no son negocios con influencia baja en el territorio. Por un lado afectan a entornos naturales cuya gestión es crítica para la subsistencia de la población y de sus futuras generaciones cuando se haya agotado, afectan a las costumbres, la propiedad, o los usos culturales o incluso son capaces de controlar más del 50% de las exportaciones de un país. De otro lado, nos encontramos con la necesidad de estudiar nuevas fórmulas de compartir el valor producido con la comunidad local, aportando mejoras en la calidad de vida de sus habitantes y colaborando a que accedan al progreso que el recurso genera. Las compañías que terminarán la próxima década, tienen hoy equipos profesionales que analizan las inversiones teniendo en cuenta la creación de valor para las comunidades en las que operan y utilizan su talento para ganar la confianza social con la misma profesionalidad que comercian en la Bolsa de materias primas de Londres. Estas empresas saben muy bien que aunque obtengan la concesión de los Gobiernos, son los ciudadanos que conviven con estas instalaciones los que les otorgan el permiso para poder realmente operar.

Las compañías con futuro han aprendido la lección y saben hoy que colaborar en el fortalecimiento de las instituciones de los países en los que trabajan, cumplir las reglas del juego con transparencia y colaborar en el acceso a los derechos de las sociedades, no es filantropía, se trata de una inversión estratégica necesaria para operar en el futuro.

No debemos olvidar que el valor de las empresas en la sociedad de hoy está ligado a las observaciones del señor De Geus de forma singular. Dependen como nunca de su capacidad para crear valor para más gente, con las respuestas que ofrecen a los desafíos que les plantea la sociedad. Por ello cada vez nos encontramos con menos compañías que piensan que la necesidad de abastecer mercados sedientos de petróleo permitirá que éste se extraiga a cualquier precio. Y más personas que invierten, buscan trabajo, compran o se asocian convencidos que las empresas que no se conducen siguiendo las expectativas de comportamiento responsable de la sociedad a la que atienden, fracasan.

José Luis Blasco Vázquez. Director de Servicios de Responsabilidad Empresaria de KPMG.

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