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Columna
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La PAC va al médico

Acaba de iniciarse el denominado chequeo médico de la Política Agraria Común Europea (PAC). Se trata de una revisión de la última reforma adoptada en 2003, que entró en vigor en 2006 y que, aunque debe aplicarse hasta 2013, se consideró necesario prever ciertas adaptaciones en este año de 2008. Deberán disculparme si este artículo resulta críptico y poco comprensible pero nada de lo relacionado hoy día con la PAC es fácil de explicar.

Este chequeo médico es una etapa más en un largo proyecto de desmantelamiento de la PAC tradicional, que era una política de regulación de mercados agrarios, para transformarla en una política de apoyo al mundo rural a través de un sistema de ayudas directas al territorio con objetivos conservacionistas. Dicho proceso se inició realmente en 1992 y está previsto que culmine en 2013, es decir, tras dos décadas de sucesivas adaptaciones parciales.

El cambio estratégico en la política europea tiene como factor desencadenante la decisión de liberalizar el comercio exterior agrario y alimentario, a través de ese otro proceso interminable que se conoce como rondas negociadoras de la Organización Mundial de Comercio. En este caso, la Ronda Uruguay se negoció durante ocho años y la actual Ronda Doha lleva otros ocho años de debates. La Unión Europea decidió en su día incorporar la agricultura a ese proceso de apertura comercial multilateral, consciente de que ello supondría renunciar a una parte importante de la producción agropecuaria europea. A cambio, se diseñó un modelo de apoyo indirecto, no relacionado con las producciones (desacoplado) y vinculado a objetivos de conservación del territorio, bienestar de los animales y salubridad alimentaria. Este modelo basado en explotaciones familiares, de tamaño pequeño o mediano, ha dado en llamarse multifuncional, por aportar esos beneficios medioambientales, junto a la producción de alimentos.

No obstante, el mayor problema al que se enfrenta hoy día esta estrategia europea es que la economía internacional sigue una dinámica que nada tiene que ver con el proyecto europeo. Los tiempos han cambiado, hay escasez de materias primas y alimentos en el mundo, en todos los foros se recomienda adoptar políticas agrarias expansivas y con aplicación de las más modernas tecnologías, para poder atender una demanda en auge desbocado, como consecuencia del aumento del consumo alimenticio en los países que están desarrollándose, el crecimiento de la población mundial y las nuevas demandas energéticas para la producción de biocarburantes.

En este nuevo escenario, las grandes potencias agrarias (Estados Unidos, Brasil, Argentina, Australia, Nueva Zelanda…) se aprestan a ocupar el lugar abandonado por la UE en los mercados internacionales de alimentos. No serán los países más pobres, en vías de desarrollo, los grandes beneficiarios de la nueva situación.

Mientras tanto, la UE va al médico, a debatir sobre el desacoplamiento total de las ayudas, la mayor o menor modulación, las características de la ecocondicionalidad, la supresión definitiva de la obligación de retirar tierras de la producción o la supresión de la cuota lechera en 2015, asuntos todos ellos que son difícilmente comprensibles para la gran mayoría de la sociedad, no implicada directamente en la cuestión. Y sin embargo, se trata de un tema demasiado trascendental para abandonarlo a la burocracia administrativa. No ya por comprometer una parte sustancial de los presupuestos comunitarios.

También es importante que la UE explique a la sociedad europea las razones de su renuncia a una agricultura de carácter empresarial y que pueda competir en los mercados, en igualdad de condiciones. Ante un escenario futuro de fuerte aumento de demanda mundial y elevados precios internacionales, es preocupante que aumente la dependencia exterior en materia agraria y alimentaria. Unida a la dependencia energética de Europa configura una estrategia suicida.

No puede calificarse de otro modo a una política de apoyo a las rentas, que está desprofesionalizando el sector, fomentando pequeñas empresas subsidiadas, en lugar de estimular la inserción en los mercados a través de una transformación radical de estructuras, la adopción de las nuevas tecnologías y una incorporación de capital humano que se hace inviable, precisamente, por la rigidez estructural que está fomentando la PAC.

Carlos Tió. Catedrático de Economía Agraria de la Universidad Politécnica de Madrid

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