_
_
_
_
_
29 S. La respuesta sindical a la crisis
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Miedo al futuro en la huelga general

El mundo camina inexorablemente a un cambio muy profundo en los modos de producción y en las relaciones laborales. El esquema clásico de lucha entre el capital y el trabajo, origen del marxismo y de las revoluciones obreras, tiene sus días contados y es muy probable que asistamos a una clara regresión en muchas de las conquistas sociales adquiridas en los albores del siglo pasado.

Esta realidad es palpable ya en algunos países, fundamentalmente anglosajones, como EE UU o Reino Unido, donde los sucesivos Gobiernos hiperideologizados han desmantelado toda la base de conquistas laborales y derechos inherentes al trabajador, haciendo retroceder al movimiento sindical, en aras de un falso individualismo o libertad individual, frente a lo colectivo. Esta semilla se ha ido extendiendo como la pólvora a la mayoría de economías con mayor densidad sindical, como Alemania o Francia, aunque aquí todavía resisten algunos focos de sindicalismo clásico. Por el contrario, en el otro mundo, el nórdico, el reducto de la socialdemocracia, también en regresión, ha logrado aunar el factor trabajo y el capital, facilitando la transformación social desde la cooperación y no la confrontación o la lucha de clases.

Toda esta involución se ve reflejada en la pérdida paulatina del factor trabajo en la renta nacional en la mayoría de economías desarrolladas. Esto, salvo en contadas excepciones, tiene su origen en una reducción muy significativa de la producción real, en un retroceso de la industria, en una terciarización social y unos sistemas muy generosos de prestaciones sociales, especialmente en materia de prejubilaciones. El resultado, por ejemplo de esta crisis se ha cuantificado en más de 30 millones de desempleados nuevos en la OCDE en apenas tres años. Este seísmo social, en otras épocas, habría provocado conflictos muy violentos que, ahora, se pueden aliviar parcialmente con ayudas públicas o el estamento familiar en el mundo latino. Este trasvase de rentas de producción hacia el mundo asiático, y en menor medida latinoamericano, curiosamente favorece a las rentas más bajas, cuya propensión al consumo es mayor, permitiéndoles consumir bienes de consumo, tanto duradero, como no duradero, a precios muy inferiores, sin entrar a valorar que eso es posible gracias al desempleo creciente en Occidente.

Con este proceso de terciarización, por un lado, e inactividad por otro, el movimiento sindical pierde cada vez más poder de negociación, lo que unido a unas prácticas no siempre entendidas, ni justificadas, proyecta una imagen languideciente y cada vez menos útil para el nuevo esquema laboral que se abre. En el otro lado, el mundo empresarial está sufriendo también una transformación muy profunda. La globalización, el incremento del comercio internacional, la facilidad para la deslocalización y el abaratamiento relativo del factor trabajo está permitiendo la creación de una clase empresarial muy boyante, que en España se relacionaría con las empresas del Ibex, pero que a su vez ha generado un cráter entre la llamada clase media empresarial, empresas medias muy competitivas que están sufriendo como nadie la restricción de crédito y las prácticas colusivas y oligopolísticas de las grandes empresas, las cuales tienen el apoyo del poder político.

Este es el panorama al que se enfrentan todos los países, y en el que la economía española lo va a sufrir con más crudeza. En España, en algunos aspectos, la transición política aún no ha acabado. La dialéctica y el comportamiento de las cúpulas empresarial y sindical recuerdan a los primeros años 80. No se han enterado que el mundo ha cambiado, salvo ellos. Es cierto que tenemos una parte del empresariado muy trasnochado, pero también unas formas sindicales que no empalizan con muchos trabajadores que no ven a la empresa como el enemigo a batir. La sucesión de vídeos de animación de la huelga general revelan esta frustración de quienes observan la realidad. Hablar de barricadas, piquetes informativos o la realidad de las fábricas es no conocer cómo se mueve el mundo en la actualidad. El surgimiento de un nuevo proletariado, la inmigración, ha provocado un claro efecto de superación de la dialéctica de clase para muchos trabajadores que, gracias al Estado y a la burbuja inmobiliaria, tienen una riqueza, en parte ficticia. Esto les aleja del modelo de lucha de clases y les hace abrazar modelos económicos y políticos, como el de Esperanza Aguirre, incluso con tintes racistas y xenófobos.

En conclusión, un miedo a la desaparición como institución, pero también a la pérdida de algunos privilegios, se esconde tras esta huelga general. En lugar de lucha por una nueva forma de empresa, por incentivar que se puede ser empresario y de izquierdas y progresista y con ello, saber lo que es una empresa, se prefiere la confrontación clásica y trasnochada, favoreciendo el status quo. Está claro que las cúpulas no quieren cambiar nada, porque viven muy bien así.

Alejandro Inurrieta. Concejal del Grupo Municipal Socialista en el Ayuntamiento de Madrid

Newsletters

Inscríbete para recibir la información económica exclusiva y las noticias financieras más relevantes para ti
¡Apúntate!

Archivado En

_
_