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Tribuna
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Luis Ángel Rojo, docente

La noche del pasado 13 de febrero se celebró en un restaurante de Madrid una cena homenaje al profesor Luis Ángel Rojo, organizada por sus ex alumnos de la Universidad Complutense, los de la promoción que empezó sus estudios en 1969 y los terminó en 1974. Había allí una treintena de ellos: funcionarios de cuerpos de élite de la Administración y ejecutivos y empresarios del sector privado. Es un homenaje que la mayoría deseaba tributarle desde hace tiempo.

En los discursos se puso de manifiesto el porqué. Luis Ángel Rojo lideró un experimento peculiar en el tardofranquismo; a saber, conseguir que un grupo de alumnos aprendiera economía a pesar de empezar sus estudios con la policía permanentemente dentro de la universidad, en el campus alambrado de Somosaguas. El método: una selectividad bastante dura en primero de carrera, que dejó a los cerca de 500 del comienzo reducidos a dos quintas partes de esa cifra en segundo, entre Económicas y Empresariales, y un contacto mucho más estrecho de lo acostumbrado hasta la fecha entre profesor y alumno, para lo cual el profesor Rojo y los demás promotores del nuevo plan de estudios tuvieron que rodearse de equipos de profesores jóvenes, absolutamente entregados a su trabajo.

Rojo, en particular, nos hizo leer en segundo la Teoría general de Keynes, en tutorías donde se discutía el libro capítulo a capítulo, epígrafe a epígrafe. En su alocución durante la cena, el profesor comentaba el último libro publicado en Inglaterra sobre Keynes y la sensación, al terminar su lectura, de que el autor no sólo sabía menos de Keynes que él mismo, sino también menos que la mayoría de los presentes. No lo he leído, pero estoy seguro de que no exageraba un ápice.

Todos los miembros de la promoción han valorado siempre aquel método como un privilegio, que hay que reivindicar en una época en que cualquier ignorante se permite denostar a Keynes sin haberlo leído, tal vez creyendo (en su estulticia) que Friedman o Von Mises han salido estupendamente parados con la presente crisis. Pero, con todo, no es lo más importante que yo, personalmente, aprendí de Rojo. Lo más importante se me reveló en una ocasión que estuve deseoso de relatar la otra noche, pero que no pude hacer por no ser uno de los oradores que habían pedido con antelación el uso de la palabra. Lo hago ahora.

Fue un lunes muy cerca del final de curso, que más tarde he identificado con el 10 de mayo de 1971. Rojo llevaba, desde octubre, desgranando, ecuación a ecuación, el modelo de determinación de renta, empleo y precios que luego publicaría en forma de libro. Semana tras semana, entre sus interminables paseos por la tarima, de derecha a izquierda y de izquierda a derecha (como alguien recordaba en la cena), había ido construyendo una ecuación tras otra, hasta llenar la pizarra, y explicado cómo las ecuaciones se reunían para completar sistemas donde su número coincidía sorprendentemente con el de incógnitas; y cómo, después de un sistema, venía otro y luego otro, hasta perfilar la magna construcción intelectual del modelo IS-LM. La semana anterior acababa de abrir el modelo, para dar cabida a la influencia del resto del mundo en la economía nacional. Yo empezaba a preguntarme para qué valía todo aquello y -lo confieso- también a aburrirme un poco. Por lo visto hasta ese momento, la carrera no se diferenciaba mucho del bachillerato. Las asignaturas eran de muy variado contenido, de materias que me gustaban más que la física y la química, pero parecía haber un descorazonador continuo de conocimientos que se iban acumulando en nuestra memoria desde la infancia, esperando ser de utilidad en algún futuro indeterminado. Ese día, sin embargo, Rojo le dio un vuelco radical a mi percepción del conocimiento.

Cuando todos esperábamos que empezara a escribir las ecuaciones del modelo explicadas hasta ese momento, como tenía por costumbre al inicio de la clase, se nos encaró (cosa inusual, porque era muy tímido) y dijo: "Hoy es un día histórico". No recordaba yo haber oído nada en la radio, que entonces escuchaba todas las mañanas. Nos explicó que el día anterior, domingo, el Bundesbank había sacado al marco alemán del sistema de tipos de cambio fijos regulado por el Fondo Monetario Internacional y que el florín holandés había salido también del sistema para pegarse a la flotación del marco. "¿Por qué ha hecho esto el Bundesbank?", interrogó al vacío. Y sin esperar nuestra respuesta empezó a escribir ecuaciones, mientras las comentaba. Pero no en el orden habitual, de la primera a la última, sino que empezó por una de en medio, explicando de qué forma el excedente exportador de Alemania afectaba a la oferta monetaria doméstica. Y luego saltó a dos ecuaciones que solía escribir 45 grados arriba, a la izquierda, para explicar cómo afectaba eso a las decisiones de gasto de familias y empresas. Y luego mostró cómo esos cambios afectaban a todo el sistema de variables reales, sin posibilidad de modificarlas en la situación de pleno empleo en que se encontraba la economía alemana.

Mis ojos seguían atónitos las evoluciones de Rojo por el encerado, rellenando las ecuaciones que faltaban. No estoy seguro de haber podido seguir entonces, con absoluto rigor, todas estas interrelaciones, pero sí alcancé a percibir el modelo de la IS-LM cargado de una poderosa fuerza dinámica, capaz de hacer evidente por qué los directores del Bundesbank, economistas entre los mejores del mundo, habían hecho lo que acababan de hacer.

Fue una de las dos o tres mejores clases que he recibido en mi vida. En ella aprendí algo que también saben muy bien mis compañeros de la promoción 1969-74. Que no hay análisis de la realidad económica que valga un minuto de atención sin una buena teoría que lo sustente.

Enrique Viaña Remis. Catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Castilla-La Mancha

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