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Tribuna
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Ladrillo y emisiones, el otro boom inmobiliario

Uno de los daños colaterales del boom inmobiliario en España ha sido el destrozo medioambiental del litoral español. Sin embargo, ha habido otro destrozo ambiental silencioso, relacionado con la generación de emisiones de CO2 derivadas de este boom.

Mediada la última legislatura de Felipe González se inició un proceso notable de expansión que ha durado hasta la crisis financiera actual. Dicho periodo ha venido acompañado de un gran salto en el nivel de emisiones de CO2, que ha sido especialmente notable entre 1996 y 2005. En este periodo de tiempo, mientras que las emisiones de CO2 por habitante cayeron ligeramente en la UE-15, en España han crecido a tasas superiores del 3,5% anual. Si bien es cierto que este crecimiento ha coincidido con un periodo de importante progreso en los estándares de vida de la sociedad española, dicho avance en el nivel de desarrollo (PIB por habitante) no parece justificar por si mismo los incrementos observados en las emisiones.

Los datos energéticos (la producción y el uso energético ocasionan casi el 80% de las emisiones de CO2 en Europa y España) nos ilustran acerca de la anomalía descrita. Mientras que la UE-15 ha crecido un 2% anual sin necesidad de aumentar su consumo energético por habitante, el crecimiento español (del 2,7% en promedio anual por habitante) ha sido a costa de usar energía, cuyo consumo crecía casi un 3,0% anual en este periodo.

Si desagregamos por sectores, el de transporte y el industrial son los de mayor consumo y crecimiento energético en España (ambos suponen más del 70% del consumo energético final). Dentro de la industria, el sector de minerales no metálicos, el principal suministrador de materiales de construcción (fabricación de vidrio, productos cerámicos, elementos de hormigón, yeso y cemento) es el más importante. En 1990 su importancia ya superaba casi en un 50% al segundo sector (el químico y petroquímico), y ya lo duplicaba en 2001. En tan sólo 5 años su consumo energético se multiplicó por dos, al igual que su cifra de negocio, situándose por encima de los crecimientos alcanzados por aquellos sectores líderes en productividad como el de automoción y sus subsectores auxiliares.

No hay que olvidar además los efectos indirectos que el boom constructor ha generado en el transporte, el otro gran exponente del aumento en emisiones y consumo energético desde 1996. Las estadísticas del MFOM muestran que en 2007 más del 80% de las toneladas transportadas en el ámbito intramunicipal, casi el 70% en el ámbito intrarregional, y el 30% en el ámbito interregional fueron de minerales en bruto o manufacturados y materiales de construcción. Por otro lado, la proliferación de núcleos urbanos de alta densidad poblacional a las afueras de las dos principales ciudades (y centros de trabajo) ha fomentado el consumo energético del transporte privado.

Así, la aparente anomalía sobre la evolución reciente de las emisiones en España podría resultar no serlo tanto cuando se relaciona con el boom inmobiliario.

Cabe preguntarse si el parón inmobiliario tendrá los efectos beneficiosos sobre el medio ambiente que predicen algunos. A corto plazo parece que ya se está notando. A medio-largo plazo, el cambio en el modelo productivo no sólo podría beneficiar a nuestra productividad y al mercado laboral, sino también a nuestra capacidad de asumir compromisos medioambientales. Sin embargo, una crisis duradera podría mermar seriamente el incentivo inversor e innovador de la industria energética en nuevas energías renovables. De ahí que la Agencia Internacional de la Energía (AIE) haya apuntado que los Gobiernos deberían destinar a energías limpias de manera sostenida durante las próximas décadas del orden de cuatro veces más de lo proyectado en los planes de estímulo inicialmente pactados. España no va precisamente adelantada en sus deberes con la AIE, quizás debido al lastre de la hasta hace unos meses todavía extraordinaria demanda energética de la economía del ladrillo.

Lejos de confiar la sostenibilidad medioambiental a la crisis, y para compensar a los mecanismos del mercado en estos tiempos difíciles, tal vez sea necesario confiar un poco más en los acuerdos multilaterales pos-Kioto y en el fomento de la iniciativa innovadora. No parece tarea fácil. Una vez más, estamos frente a un problema de decisión intertemporal, en el que el sacrificio presente podría ser más que compensado por el beneficio futuro, económico y medioambiental.

Gustavo A. Marrero / Luis A. Puch. Investigadores de Focus Abengoa-Fedea

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