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Columna
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Islam y economía

Carlos Sebastián

Ahora que los exitosos movimientos populares en Túnez y en Egipto han puesto en las portadas a las sociedades musulmanas de una forma mucho más esperanzadora que lo hicieron los atentados terroristas de inspiración islámica durante la última década, podríamos preguntarnos si el escaso avance económico de la mayoría de las sociedades musulmanas tiene que ver con la religión profesada por sus ciudadanos.

Desde que Max Weber en 1905 aventurara su hipótesis sobre la relación entre ética protestante y capitalismo, las ideas sobre la relevancia de los valores religiosos para la actitud económica de los ciudadanos han estado muy en boga, aunque la evidencia a favor de esas hipótesis es enormemente pobre, si no contraria. Sin embargo, se ha vuelto a insistir en la misma línea tratando de explicar los malos resultados de gran parte de los países musulmanes por los preceptos mahometanos.

El factor religioso es relevante para el desarrollo económico, y enormemente pernicioso cuando se convierte en un instrumento de poder que ayuda a bloquear el dinamismo económico y la creación de riqueza fuera de los grupos en el poder. Ya sea mediante el papel político hegemónico de una institución religiosa (como la Iglesia católica en Europa del Sur durante la edad moderna o el consejo de ayatolás en el Irán actual) o mediante el control ideológico al servicio de los grupos dirigentes (como en muchas monarquías árabes actuales y en el mundo hispano en el siglo XIX y parte del XX).

Respecto a la conjetura weberiana, no resulta del todo claro que los calvinistas y los puritanos ingleses defendieran una ética proclive al enriquecimiento personal. Es evidente que no hay la glorificación de la pobreza que se encuentra en los católicos, pero hay multitud de escritos de predicadores puritanos advirtiendo contra el enriquecimiento y las prácticas de las colonias puritanas en Nueva Inglaterra estaban llenas de intervenciones de precios, salarios e intereses. En cualquier caso, la historia no confirma la conjetura: Escocia, con enorme peso de los calvinistas, se mantuvo atrasado muchos siglos después de la Reforma; y D. Cantoni, de la Universidad de Harvard, estudia la evolución de 272 ciudades germánicas durante seis siglos y no encuentra evidencia de que las predominantemente luteranas (o calvinistas) tuvieran una evolución más prospera que las que se mantuvieron católicas.

Fue el debilitamiento del poder político y económico de la Iglesia logrado por la Reforma lo que contribuyó más tarde a crear las condiciones para los cambios institucionales que condujeron al desarrollo económico iniciado a mediados del siglo XVIII. En las sociedades plurirreligiosas como Alemania esos cambios afectaron por igual a todas las comunidades, fueran predominantemente protestantes o católicas.

La religión islámica, por su parte, ha sido muy propicia al fomento del comercio y los países islámicos desarrollaron sofisticados instrumentos de financiación comercial, algunos copiados por las florecientes ciudades-Estado del norte de Italia (católicas, por cierto). Durante siglos, los califatos mediterráneos, primero, y el imperio otomano, después, experimentaron un notable desarrollo económico. Pero estas sociedades mantuvieron una estructura de poder absolutista, con un alto control de la actividad económica, en el momento en el que en muchos países occidentales se producía una fuerte descentralización de las decisiones económicas y un creciente respeto de los poderes públicos por las decisiones de los ciudadanos. En los regímenes musulmanes absolutistas la religión fue utilizada como instrumento de poder, para zanjar debates y controlar oposiciones. Y lo sigue siendo.

Países fuertemente musulmanes, como Malasia (más del 60% de su población), han experimentado un elevado crecimiento durante los últimos 40 años gracias a notables mejoras institucionales que han impulsado una clase empresarial local y han atraído capitales extranjeros. Entre los países árabes, Omán ha sido el país con mayor crecimiento de la península Arábiga; pese a ser un régimen absolutista, el sultán ha ido reformando y liberalizando la economía lo que ha permitido expandir su base productiva.

Esperemos que las instituciones políticas que surjan en Túnez y Egipto propicien políticas económicas correctas que estimulen la creación de renta. Una estabilidad política que integre a los distintos grupos y evite la aparición de un grupo dominante que se apodere del aparato del Estado es crucial. Facilitaría la provisión de bienes públicos (en lugar de bienes privados en beneficio de unos pocos), proporcionaría la seguridad necesaria y ayudaría a controlar la impaciencia, pues las buenas políticas económicas toman algún tiempo en dar sus frutos. Difícil pero no imposible. En todos los continentes hay experiencias positivas recientes.

Carlos Sebastián. CATEDRÁTICO DE FUNDAMENTOS DEL ANÁLISIS ECONâMICO DE LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE

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