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Tribuna
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Irlanda aprueba el Tratado de Lisboa

El referéndum irlandés sobre el Tratado de Lisboa arrojó un resultado positivo abrumador que superó todas las expectativas: el 67,1% de los ciudadanos votó a favor, frente al 32,9% que votó en contra. Este resultado contrasta con el de junio de 2008, cuando los irlandeses lo rechazaron por un 53,4%. Al mismo tiempo hay que resaltar la alta participación, que llegó al 59%, seis puntos más que el año pasado, lo cual ha legitimado aún más la victoria del sí. Este resultado permite superar uno de los principales obstáculos para la entrada den vigor del tratado que permitirá reformar las instituciones europeas.

Irlanda debe mucho de su éxito reciente a su incorporación a la Unión Europea. En la dos últimas décadas se ha convertido en un país moderno y hasta la reciente crisis era el segundo país más afluyente de Europa con un PIB per capita equivalente al 140% de la media europea. Y pese a que el éxito se ha atribuido en gran parte a las reformas educativas y fiscales (de las que podríamos aprender en España), la incorporación a Europa fue clave ya que dio acceso al mercado europeo, atrajo inversión al país y permitió que Irlanda se beneficiase de los fondos de ayuda europeos: ha recibido más de 20.000 millones de euros entre 1973 y 2006.

¿Qué ha cambiado en poco más de un año para que se haya producido este vuelco? Sin duda el factor más importante ha sido la crisis económica. Irlanda está sufriendo desde hace 12 meses una profunda recesión: se espera que este año el PIB caiga un 9% y que el desempleo alcance el 16%.

Pese a que los irlandeses culpan de la crisis abrumadoramente a la coalición Fianna Fail, liderada por el Taoiseach (primer ministro irlandés), Brian Cowen, y dudaban entre dar un voto de castigo al Gobierno, ha pesado más el temor a las consecuencias de decir que no de nuevo a Europa. Al final se ha impuesto el pragmatismo, ya que en los últimos meses se han beneficiado de su pertenencia a la eurozona y pocos dudan de que su sistema bancario se hubiera podido colapsar si no hubiese sido por las ayudas del Banco Central Europeo.

Pese a la reacción de alivio en Bruselas y en las capitales europeas, los líderes de la UE deberían ser cautelosos y sacar conclusiones de lo que ha pasado. Por un lado, la aprobación del tratado no es definitiva. Aún quedan por salvar los obstáculos de Polonia y la República Checa. Los polacos se han comprometido a ratificar el tratado cuando lo hiciesen los irlandeses.

Sin embargo, el presidente checo, Vaclav Klaus, ha forzado un recurso judicial para intentar frenar la ratificación a pesar de que tanto el Gobierno como el Parlamento checo ya lo han aprobado. Cabe la posibilidad de que esto retrase el proceso y que dé tiempo a los conservadores británicos a ganar las elecciones, que tienen que tener lugar antes de junio próximo, y convocar un referéndum tal y como se ha comprometido a hacer su líder David Cameron.

Además, los líderes europeos deben de recordar que este tratado, si al final se ratifica, no va a hacer desaparecer los problemas que confronta el continente. El Tratado de Lisboa puede dar una mayor coherencia y coordinación a la UE, sin embargo no va a resolver el déficit fundamental que aflige a Europa: la falta de liderazgo, ya que por si había dudas, la crisis ha puesto de nuevo de relieve los reflejos nacionalistas de los líderes europeos.

El tortuoso proceso de ratificación ha proporcionado a los líderes europeos una excusa para posponer los retos críticos a los que se enfrenta la UE: desde la erosión del principio de solidaridad que la crisis ha dejado en descubierto a la ampliación a los Balcanes y a Islandia, o a la necesidad de definir las relaciones de la UE con Estados Unidos, China o Rusia, y a la voluntad de Turquía de ingresar en el club europeo, todas éstas son aún tareas pendientes, y con tratado o sin él no se van a resolver sin liderazgo.

En definitiva, las instituciones europeas serán lo que quieran que sean los Gobiernos europeos, y la experiencia de los últimos años no permite que nos hagamos muchas ilusiones al respecto. Ahí está el reto.

Sebastián Royo. Catedrático y Decano en la Universidad de Suffolk en Boston

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