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Tribuna
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¿Hay filántropos en España?

La filantropía aplica hoy criterios de eficiencia y se orienta a resultados mensurables, como en el caso de la Fundación de Bill Gates, premio Príncipe de Asturias por esta labor. Según el autor, esta actividad tiene un amplio potencial en España, pero se encuentra en una situación poco definida y confusa

En las últimas semanas han sido noticia destacada la decisión de la familia Gates y de Warren Buffett de donar buena parte de sus fortunas a mejorar la salud y educación en los países en desarrollo. Son los primeros filántropos globales.

Las causas de la decisión de Gates y Buffett son múltiples: quizá la más significativa sea lo inabarcable de sus fortunas. Carecen de sentido al ser imposibles de gastar, así de fácil. Coinciden seguramente otras causas personales en estas decisiones como la autosatisfacción personal en todas sus dimensiones imaginables, el reconocimiento y la necesidad de seguir dando valor y sentido a su fortuna.

Estas decisiones se ven facilitadas por el entorno cultural anglosajón que valora el esfuerzo personal, la responsabilidad del individuo con la sociedad y cierto desapego a la herencia como transmisor de la riqueza, precisamente en dos personas hechas a sí mismas. La posición de Bill Gates, Warren Buffett y otras grandes fortunas de EE UU, contraria a la reducción del impuesto sobre sus herencias propuesto por la Administración Bush es una muestra más de un entorno cultural diferente. Difícilmente tendríamos hoy una respuesta parecida en España.

También hay que destacar que ambos aportan una visión estratégica de la filantropía, siguiendo modelos recientes de otras fundaciones americanas y europeas: la filantropía tradicional aboga por la asistencia y la atención a los menos favorecidos y afortunados de la sociedad, quizá en reconocimiento de la suerte como factor necesario de su éxito empresarial.

Sin embargo, la filantropía estratégica adopta formas y procesos propios de la inversión empresarial: identifica nichos de actividad en la que desarrollarse, aplica recursos suficientes con criterios de eficiencia, se orienta a resultados mensurables y actúa como factor de cambio en el nicho escogido de su inversión filantropía.

Las Mott, Avina, Soros, Roi Baudouin o Bertelsmann, son algunos ejemplos de fundaciones que incorporan los conceptos de inversión filantrópica y dividendo social.

En España, las ocho personas incluidas en la lista Forbes tienen su propia fundación: también tienen su fundación parte de los más de 150.000 personas con más de un millón de euros en bienes muebles: a pesar de este potencial en España la filantropía se encuentra en una situación poco definida y confusa.

Contribuye a ello la exuberancia de fundaciones sin capital ni patrimonio, el 95% de las más de 8.500 fundaciones españolas, la mayoría creadas para captar fondos, gestionar servicios subcontratados de la Administración, o promovidas por las mismas Administraciones para gestionar determinados servicios.

Tampoco ayuda a clarificar el panorama el crecimiento exponencial de las fundaciones de empresas y los departamentos de RSC (responsabilidad social corporativa): sus actividades están cada vez más al servicio de los objetivos de negocio, la reputación y el marketing corporativo. Todas ellas son opciones tan lícitas y congruentes como alejadas de la filantropía que a veces pretenden emular en sus estrategias e inversiones en comunicación.

No existe la empresa filantrópica, ya que esta es una condición humana intransferible como el alma, el amor o el odio: la filantropía no es una de las core activities empresariales. Sin embargo, a las fundaciones de empresas y las obras sociales de las cajas se les debe exigir eficacia en el uso de los recursos. Ahí todo está aún por andar.

En España abundan las fundaciones entre las grandes fortunas, pero éstas han optado por la indefinición, el escaso compromiso personal con la misión, el perfil bajo de visibilidad y a veces cierta falta de transparencia. Esta situación obedece al predominio del rol financiero, fiscal e instrumental de estas fundaciones, sobre su misión al servicio del interés general que las define. Crear una fundación es un fin en sí mismo, no sólo un medio instrumental.

Ahí es dónde falta una reflexión estratégica e implicación de los fundadores sobre sus fines, objetivos y medios: esta reflexión personal, ya sin asesores patrimoniales, es un deber de los fundadores que la sociedad les ha de exigir. Sólo de la implicación, reflexión y experiencia personal de las grandes fortunas nacen fundaciones con fines, objetivos claros y medios suficientes y con el impulso necesario para que sean eficaces.

Hay casos destacables de filantropía, como la donación de 41 millones de ¦euro;euros, puestos en valor en 2006, de la Fundación Barrié de la Maza para construir tres escuelas técnicas de ingeniería y arquitectura, germen de las Facultades de A Coruña y Vigo. Esta decisión fue fruto de la reflexión y análisis sobre los retos de la economía gallega de los años sesenta y de cómo se podía contribuir a su desarrollo. El crecimiento empresarial de la Galicia actual quizá tenga algo que ver con la filantropía estratégica de Barrié. Otro ejemplo parecido es la Fundación Soler en Ripoll, del fundador de S&P, que en el 2000 legó todo su patrimonio a mejorar la formación y el tejido industrial de una comarca castigada por la crisis del textil. Podríamos añadir algunos casos más que no rompen el panorama descorazonador del resto de fundaciones.

Mientras las fundaciones de las grandes fortunas siguen en esta situación de exceso de fines y objetivos y escasos recursos, casi cuatro millones de españoles de clase media y media baja colaboran de forma continuada con ONG españolas con la nada despreciable cantidad de 767 millones de euros al año. La filantropía y la generosidad ya no son exclusivas de las grandes fortunas.

Ricard Valls Riera. Socio director de Projecció Mecenatge Social

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